Madrileños al borde de un ataque de nervios

Madrileños al borde de un ataque de nervios

Los políticos aún tienen fuerzas para pelearse, pero los ciudadanos no. Sólo quieren respuestas, normas claras y un cerco efectivo contra el coronavirus

Una vía de circunvalación de Madrid sufre aglomeraciones este viernes antes de que se declare el estado de alarma.AFP7 via Getty Images

El Gobierno de la Comunidad de Madrid y el Ejecutivo central parece que aún tienen fuerzas para seguir tirándose los trastos a la cabeza. Los madrileños, en cambio, están agotados. Las idas y vueltas con los confinamientos parciales, los acuerdos anunciados y no aplicados más los recursos judiciales y sus resoluciones tienen a los vecinos con los nervios destrozados.

Viven en una montaña rusa de miedos y dudas, de confusión y angustia. No saben qué deben hacer, no saben qué pueden hacer ni qué consecuencias tienen sus actos y, peor, no saben si todo este caos servirá para el que debe ser el objetivo final: poner cerco al coronavirus. Ahora les toca lidiar con un nuevo estado de alarma.

Está en juego el día a día de la capital y ocho municipios más. “No es el trabajo o ir al cine, no es desayunar en el bar o ver a mi amiga del instituto. ¡Es que ahora mismo no sabemos ni cómo vivir, nada, en absoluto!”, resume Rosa, funcionaria, que trabaja en un ministerio en La Castellana y reside en Carabanchel. Enfadada “con todos los políticos por igual”, sólo pide unas reglas claras para actuar. “Dan bastante vergüenza ajena. El principal problema es que nosotros, los ciudadanos, nunca hemos estado por encima de ellos y sus luchas”, se duele. “Ah, y que no nos hemos organizado para echárselo en cara”, añade con autocrítica.

¡Es que ahora mismo no sabemos ni cómo vivir, nada, en absoluto!
Rosa, vecina de Carabanchel

Confiesa que le puede el mal humor. Otro encierro, explica, no es tan pesado como este tira y afloja. Lo más “sensato” es “quedarse en casa todo el rato, actuar como si estuviéramos en pleno confinamiento, digan lo que digan los gobernantes”, pero asume que hay “muchísima gente” que no puede permitirse, por ejemplo, dejar de ir a un trabajo presencial.

Es el caso de Diana, rumana de origen, con 17 años de estancia en Madrid y residente en Móstoles. Cada día tiene que acudir al Barrio de las Letras, a limpiar en casas “de gente que no pasa hambre”. Quedarse en la suya no es una opción. “Es lo que hacen mis tres chicos cuando llegan del cole, que les tengo prohibido hasta ir al parque o quedar con los amigos del barrio. Pero ¿yo? Salir por salir, no, pero hay que ganar el pan. Necesito que me digan qué hay que hacer y que me ayuden, como autónoma, a pasar esto si es que no voy a poder trabajar de nuevo. Quiero seguridad”, reclama.

María, que trabaja en una empresa química y reside en Hortaleza, habla en concreto de su odisea con el metro. “Tampoco importa que vaya hasta arriba con todos hacinados en hora punta. Ahí no hay riesgo de contagio por lo que para qué aumentar frecuencias...”, expone con ironía. Las estampas de vagones llenos, de distancias violadas y de dispensadores de hidroalcohol tardíos y fuera de servicio han sido la tónica diaria, con todo tipo de decretos.

Miguel se queja sobre todo de lo complicado que es saber a qué atenerse con tanto cambio. “Es un caos no saber qué medidas están en vigor. Cambian cada rato y los ciudadanos no nos enteramos”, resume. “Lo único que vemos es pelea política y en los tribunales, estamos perdidos”. Y, recuerda, “lo que está en riesgo nuestra salud”. ”¿Por qué no se ponen de acuerdo?”, se pregunta, sin encontrar respuesta.

Lo único que vemos es pelea política y en los tribunales, estamos perdidos (...). ¿Por qué no se ponen de acuerdo?
Miguel, vecino de Malasaña

Este joven residente en Malasaña explica que en su zona “la gente no sabe si puede ir a comprar, si se puede ir a una tienda, si puedes coger el metro a otra zona”. El limbo. “Están consiguiendo el efecto contrario: las terrazas llenas. Si no les importa a los que toman órdenes, ¿qué hacemos?”, amenta. No hay periódicos que calmen su ansia de aclararse.

“Rabia” y “pena”, casi a partes iguales (gana la primera) son las palabras que más repiten estos vecinos de la Comunidad de Madrid que viven a saltos, de boletín en boletín. Tomás, de Valdebebas, que trabaja en una multinacional y es padre de dos hijos, define la situación como “frustrante”. Lo que más le enfada es que “están desviando la atención con unas cosas que siguen sin resolver el problema”. Y, al final, la casa sin barrer.

  Vecinos de Vallecas haciendo la compra, el pasado 2 de octubre. Bernat Armangué / ASSOCIATED PRESS

Todo este barullo se ha vivido, además, a las puertas de un puente importante, como el del 12 de octubre, muy esperado en un año de una presión y un desgaste desconocidos. ¿Qué hacer? ¿Marcharse, ante la decisión del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, o esperar? ¿Era responsable hacerlo, además?

José Antonio dudó hasta el último momento y, al final, optó por quedarse. “No era un capricho -dice este policía sevillano, residente en Aluche-. Necesito ir a darle una vuelta a mis padres, que son mayores y viven solos. Hay cosas que hacer en casa. Tengo los test pasados por ahora y pensaba ir pero, como todo cambiaba, me quedé. La ley se cumple”, zanja. A los políticos no los quiere valorar, que es “agente”, pero sí les pide “claridad”: “si sabes lo que te piden, sabes lo que hay que hacer y, también, a lo que te expones. Nada como una orden clara”.

Orden conlleva cumplimiento. Y, si no, multa. Es otra de las grandes dudas de los madrileños: ¿con qué comportamiento me castigarán o sancionarán? ¿Si doy un paso en falso, hecho un lío, qué consecuencias puede tener? Es el miedo de Juan Felipe, socio en un bar de Argüelles. Las restricciones en los comercios y la hostelería se han mantenido entre las idas y las venidas, con cierres tempranos (23:00 horas) y límites para aceptar consumidores (las 22:00 horas), con el aforo a la mitad, pero este hostelero reconoce que ya tiene “la cabeza loca de cambios”.

La vida de las personas, por favor, eso es lo que está en juego. Si nos encierran, nos encierran (...) pero que apuesten por la salud, que no tenemos otra vida. Que eso sea claro, que se guíen por ese criterio y seguro que se ponen de acuerdo
Alicia, de Arganzuela

Las multas van desde los 3.001 euros hasta los 600.000 euros, en función de la gravedad y el riesgo que pueda producir para la salud pública. “Tenemos el local con un ERTE, nos faltan dos empleados, llegamos a cerrar un mes en julio, porque no nos salían las cuentas. El verano ha sido corto, no hay gente que baje de las oficinas a por el café... ¿una multa? La puntilla, sería. No nos lo podemos permitir”. Está “ansioso”, con la radio puesta todo el día, a ver qué le afecta. “Y nadie más dispuesto que yo, que he tenido siete positivos en la familia, eh. Pero que se aclaren”, remacha. ¿Se va al garete la economía con el cerrojazo? “Yo sólo sé que me cuesta aguantar, pero que sin gente no hay negocio. Mejor que no se me muera”.

Alicia, bióloga, vecina de Arganzuela junto a su esposa, no tiene miedo a las multas (“cumpliremos, ¡hemos sido un ejemplo en toda España desde marzo!”), sólo a la “ineptitud” y a la “ceguera”. “La vida de las personas, por favor, eso es lo que está en juego. Si nos encierran, nos encierran; si hay que ayudar a la economía, se cambian las prioridades y se ayuda; si hay que quedarse sin ver a la familia hasta el verano que viene, pues se hace, pero que apuesten por la salud, de verdad, que no tenemos otra vida. Que eso sea claro, que se guíen por ese criterio y seguro que se ponen de acuerdo”, casi ruega. Y, hagan lo que hagan, “que no cierren los parques. Sólo queremos seguir respirando”.

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Licenciada en Periodismo y especialista en Comunicación Institucional y Defensa por la Universidad de Sevilla. Excorresponsal en Jerusalén y exasesora de Prensa en la Secretaría de Estado de Defensa. Autora de 'El viaje andaluz de Robert Capa'. XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla.