Machismo recalcitrante
De no ser por la ley que promulgó un bárbaro que vivió en el siglo quinto, la hija de Felipe VI y doña Letizia nunca podría reinar.
El siglo quinto ha pasado a los anales de la historia como “el de los bárbaros”, a pesar de que su legado histórico todavía nos sacude. Uno de esos pueblos era los francos salios, una tribu que habitaba desde mediados del siglo III en lo que actualmente se corresponde con los Países Bajos y noroeste de Alemania.
Uno de sus reyes –Clodovedo I– unificó prácticamente lo que ahora conocemos como Francia, instaló su capital en París y decidió compilar y publicar un código de leyes que sirviesen para regir a sus súbditos a partir de predisposiciones consuetudinarias. Hasta aquí todo en orden.
En aquella legislación (Lex Salica) se regulaban aspectos tan variados como los robos, la hechicería, los crímenes y, como ya habrá adivinado el lector, la línea sucesoria al reino. El texto fue traducido al latín y allí se puede leer: “nulla portio haereditatis de terra sálica mullieri venial, sed ad virilem sexum tota haeredita”. En otras palabras, que la tierra, y consecuentemente el trono, no puede pasar de forma alguna a las mujeres y la herencia en su totalidad debe permanecer en los descendientes varones.
Esta ley establecía que tras la muerte del rey el trono pasaría al hijo primogénito varón de su hermana, es decir, a un sobrino, ya que se aseguraba de forma inequívoca la continuidad de la “sangre real”.
Con esta legislación se salvaguardaban los genes reales y se evitaba que el príncipe hubiese sido concebido con los espermatozoides de un amante de la reina. Así de retorcidos, o de prácticos, vete tú a saber, eran los “bárbaros”.
Durante mucho tiempo esta arbitraria ley de sucesión fue la que imperó en la mayor parte de los países europeos, modificando los reglones de la historia del Viejo Continente.
Vayamos a un caso concreto: España. La forja del mito, con la introducción de la ley sálica, fue cosa del primer Borbón, Felipe V. Este monarca la estableció en 1713 bajo el nombre de Ley de Sucesión Fundamental.
Tenía algunos matices importantes. Con ella se permitía a las mujeres reinar, eso sí siempre que no hubiese “legítimos descendientes varones”, es decir, la heredera al trono no podía ser coronada si había varones por la línea principal –hijos del rey– o lateral –hermanos o sobrinos del monarca– . Como siempre, el demonio está en los detalles.
Fernando VII fue el primero en modificarla a su gusto. Lo hizo en 1830, y la derogó de un plumazo, para facilitar el acceso al trono de su hija Isabel –la que sería la segunda de las Isabeles– , ante el evidente malestar de Carlos María Isidro de Borbón.
El agraviado movió ficha y publicó el Manifiesto de Abrantes, donde se autoproclamaba rey –con el nombre de Carlos V– y daba el pistoletazo de salida a la que sería la primera guerra civil de la historia contemporánea de nuestro país, las guerras carlistas.
En contrapartida, esta ley permitió que Felipe –el hijo menor de Juan Carlos I– adelantase a su hermana mayor, la infanta Elena, y accediese al trono.
Pero claro esto son cosas del pasado. En el siglo veintiuno se supone que la herencia bárbara está más que superada… ¿o quizás no?
En el artículo 57.1 de nuestra Carta Magna se establece que “la sucesión en el trono seguirá el orden regular de primogenitura y representación, siendo preferida siempre (…) el varón a la mujer, y en el mismo sexo, la persona de más edad a la de menos”. Pues no, la sombra de Clodovedo I sigue siendo alargada.
Los ingleses, mucho más avanzados en esto –como en otros muchos aspectos–, a través del Acuerdo de Perth (2011) reformaron las leyes de sucesión y abolieron la preminencia del varón sobre la mujer. Un zasca al machismo.
En este momento únicamente está a nuestro nivel el Principado de Mónaco. Allí Gabriella ha quedado relegada a la preminencia varonil de su hermano gemelo Jacques, a pesar de que nació cinco minutos antes.
En fin, que de no ser por la ley que promulgó un bárbaro que vivió en el siglo quinto, la hija de Felipe VI y doña Letizia nunca podría reinar. Qué necesaria es recordar la historia.