Los secretos de confesión de los que sufrieron junto a 'El Lobo'
Cuando se van a cumplir 50 años de la captación de Mikel por el servicio secreto, recuperamos el lado humano.
Primero confesó Mikel Lejarza, El Lobo. Lo hizo narrando las interioridades de su vida como agente secreto, inicialmente como infiltrado en la banda terrorista ETA y más tarde cuando se coló discretamente, pero con suma eficacia, en el mundo económico y político de la Cataluña de los años 90, el tráfico de armas, el terrorismo yihadista o el narcotráfico. Fue un relato seco y duro, sin concesiones, que los lectores calificaron como impactante y estremecedor.
Mikel y yo habíamos planificado un libro distinto, pero vi con claridad que la primera historia que teníamos que contar –Yo confieso- debían ser sus memorias narradas de una forma directa, en primera persona. Ya habría tiempo para escribir un segundo libro con otro enfoque que siempre tuvimos claro: Los otros.
Si El Lobo jamás había contado su fructífera vida, lo que hemos hecho ahora en Secretos de confesión (como el anterior, editado por Roca) es dar voz a personas que nunca habían mencionado su relación directa con el agente más importante de la historia del espionaje español. Me he quedado fascinado con sus aventuras.
Fernando San Agustín, al que tengo la suerte de conocer desde hace muchos años, ha sido siempre el prototipo de James Bond. No solo por su planta, sino por las misiones que realizó cuando era un agente operativo del servicio secreto. Espero que algún día escriba sus memorias, pero mientras relata cómo conoció y ayudó a Mikel cuando este le necesitó. Cuenta algo curioso viniendo de alguien que en la época de Franco espió a los grupos de extrema izquierda: “Infiltrarme en ETA habría sido una locura, era muy difícil engañarlos”. Lo dice otro de los agentes sobresalientes del servicio secreto, el que con su tesón y esfuerzo ayudó a que los grupos más progresistas, especialmente de Cataluña, encontraran acomodo en la política durante la Transición.
Carlos Prieto es un guardia civil que no se conformó con un cómodo –pero aburrido- destino en un pueblo y optó por integrarse en la agencia de espionaje, “un servicio que no se sabe lo que es ni lo que hace”. Tras levantarse un día, a finales de los años 70, descubrió que ETA había matado a un compañero, pero también que nunca tendría miedo a jugársela por su país. Aceptó formar parte del equipo de El Lobo que recorría los Pirineos para detectar rutas y escondites de la banda. Cuatro hombres solos que se la jugaron en numerosas ocasiones, comiendo de lo que encontraban en el camino y sabiendo que si les pillaban nadie impediría su muerte.
Otro día mantuve un encuentro cerca de una ciudad, pero en un hotel discreto, con el cuñado de Mikel que apareció acompañado de su mujer. Una pareja extraordinaria que vivió la época de los asesinatos continuos en el País Vasco pues él era policía. Su perspectiva sobre las dos detenciones que sufrió El Lobo –una en el País vasco y otra en Cataluña- muestra cómo gente buena sufrió las consecuencias de unas acciones de venganza que nada tenían que ver con ellos.
De entre todas las personas que he visitado y que por primera han accedido a hablar con un periodista sobre su relación con Mikel Lejarza, no podían faltar sus hermanas. Nada me ha conmovido tanto. Su relación con la infiltración de Mikel en ETA fue nula, pero mientras él pasó a la clandestinidad –de donde no ha salido en los últimos 50 años-, ellas se quedaron con sus padres en el pequeño pueblo donde vivían. En su relato escalofriante me cuentan cosas como éstas: “Nosotras también cogimos miedo a la gente. Nuestro padre iba a trabajar pronto por las mañanas y a esas horas no había ni autobuses ni medios de transporte, así que tenía que ir andando y atravesar en solitario una Galdácano con las vías vacías. Caminaba por la carretera nacional y contaba que a veces le perseguían pasos, lo seguían. Nunca le pasó nada, pero el miedo lo teníamos”.
Lo dicho, cuando se van a cumplir 50 años de la captación de Mikel por el servicio secreto, recuperamos el lado humano, unos relatos que me encantó poder escuchar de primera mano.