Los retos urgentes del rey Carlos: modernizar la monarquía y unir a un país en crisis
A Reino Unido le llega un rey más viejo y menos popular que Isabel II, con una agenda compleja: hacerse respetar, ganarse la confianza de la calle y dar estabilidad a la nación.
Carlos de Inglaterra tiene pautado al minuto todo lo que tiene que hacer de inmediato. Está negro sobre blanco en los documentos de la Operación Puente de Londres por la muerte de su madre, Isabel II. Pasados los días de ese despliegue, viene el tiempo nuevo del nuevo monarca. Y entonces empiezan los retos del reinado para el que se lleva formando desde que nació, hace casi 74 años.
Carlos III no lo tendrá fácil. Aunque un rey tenga funciones limitadas y no sea jefe de Gobierno, sobre él recae la enorme responsabilidad de dar un marco de estabilidad y seguridad a su país, mientras dure el sistema monárquico del que se ha dotado Reino Unido. Llega en un momento de crisis política y económica, de menguadas esperanzas, y camina sobre la alfombra de su progenitora, que aún guarda sus pasos y su impronta. Es hora de demostrar la preparación de décadas.
“No puedo lideraros en el campo de batalla. No os doy leyes ni administro justicia. Pero puedo hacer otra cosa: puedo daros mi corazón y mi devoción por estas viejas islas y por todos los pueblos de nuestra hermandad de naciones”, dejó dicho su madre, como reza este viernes la contraportada del ultramonárquico Times de Londres. No es mal consejo a seguir, para empezar.
La herencia
Carlos tiene pasado, el de un príncipe que es el miembro de la Familia Real menos querido (apenas un 11% de los ciudadanos dice que es su favorito) debido a sus problemas familiares y su carácter menos cercano que el de su madre, que ha mejorado con los años pero no arrasa. Una de las mayores virtudes de Isabel II es que sus súbditos se identificaban con ella. Con su hijo no pasa, o no aún. Hay tantos británicos que creen que lo hará bien como rey como británicos que creen que lo hará mal, un 22%, según Yougov.
Reino Unido tiene ahora un rey más viejo y menos popular y se encuentra, como primera meta volante, con la necesidad de reivindicarse a sí mismo, deshacerse en el mejor sentido de la sombra de su madre y volar solo, alto, pero solo.
Isabel II era en sí misma la institución y por eso mismo se negaba a abdicar, como sí hacían otros monarcas europeos (Juan Carlos I sólo tenía tres años más que él cuando dio el paso). Ahora su hijo debe hacerla suya y cuidarla, a su manera. Ha estado muy presente en las rutinas de su madre en sus últimos tiempos, especialmente desde que empeoró su salud, y está perfectamente formado para el cargo. Por esa parte, lo que se espera es continuidad.
En estos momentos, la ciudadanía está políticamente polarizada, tras años de peleas como la del Brexit o liderazgos defenestrados como los de David Cameron, Theresa May y Boris Johnson -esta misma semana-, con las corrientes populistas al laza, y con el miedo en el cuerpo por un invierno que promete subidas brutales de precios, especialmente en la energía, a causa de la guerra de Ucrania. En ese contexto, hay que vender unidad y la Corona está justo para eso, por lo que la marcha de la reina ha añadido una incertidumbre extra a todos los problemas que se acarrean ya. La inmensa mayoría de los ciudadanos no han conocido a otra reina que Isabel y es normal la incertidumbre.
El cambio para Carlos puede ser una cuesta arriba, claro, pero también la oportunidad de cerrar filas, apelar al sentimiento patriótico y pedir que todos vayan a una, con él como garante. Más allá del pragmatismo clásico de los británicos, para eso hará falta mostrar carácter y determinación, mensajes claros y convincentes. Tiene el ejemplo de su madre al que recurrir, pero habrá que ver en qué medida y con qué tono para que la continuidad no sea seguidismo. Hace falta seguir la senda marcada, pero también transmitir frescura. Cuando hay tantas necesidades por cubrir, queda la necesidad de mostrar que la institución es útil y también lo es quien la lidera, que es una herramienta que sirve a la sociedad, y no sólo un entramado viejo de siglos, inservible y que quema libras a velocidad de crucero.
Serán esenciales los mensajes que mande estos días para ver si ha entendido plenamente a qué se enfrenta y cuál es su nuevo rol, ahora que se quita el traje de príncipe. Tiene el margen que tiene, por eso necesita dar pasos pequeños pero medidos y transmitir, conectar, algo clave estos tiempos. La conexión, la comunión con el pueblo, su confianza, será su red de protección en este siglo XXI. Ya no es el joven torpe e inseguro que juró su cargo en Gales, sino un monarca que ha de ir con su tiempo.
De momento, ha mostrado preocupaciones que están en la línea de las que preocupan a los ciudadanos, como el medio ambiente y la transición verde, de la que ha sido adalid mucho antes de que los Gobiernos de su país se pusieran con ello y posicionándose en público más allá de lo que podrá hacerlo nunca como rey, un cargo en el que la neutralidad obliga. Ese será otro gran reto: cortarse a la hora de expresar sus opiniones. Tiene derecho a ser consultado, incentivar al Ejecutivo y advertirle. Nada más.
Sobre la crisis económica, tendrá que jugar el papel de aglutinador, de todos a una, pero también puede ayudar, alegando valores nacionales, en procesos como la ministra principal de Escocia, Nicola Sturgeon, de nuevo referéndum de independencia el año que viene, aunque Johnson se lo ha denegado nuevamente.
Aire nuevo
Más allá del entorno de incertidumbre que Carlos debe ayudar a reducir está la forzosa modernización de la Corona y la Familia Real. Es urgente para el sosiego diario de su gestión y para la propia supervivencia de la institución. Isabel II se vio sometida a tensiones brutales venidas del entorno doméstico que le hicieron más daño que toda la política junta: los divorcios, las amantes, los accidentes, las peleas, los abusos sexuales, las peleas de nietos, el racismo...
El nuevo monarca ha sido buena parte el causante de ese dolor materno, pero también ha salido herido de esa etapa. Ahora, casado con Camila Parker-Bowles, bendecida esa unión con un matrimonio legal, el visto bueno de su madre y la tolerancia de los ingleses, está en otra fase y su anhelo, dicen sus allegados, es mejorar la imagen de la casa. Es una adaptación que empieza por la reducción de los miembros de la familia que tienen funciones oficiales. Planea limitarlo a él mismo, su esposa, sus hijos, sus nueras y sus nietos. No obstante, como Harry y familia están retirados de la corte, queda William, sobre quien recaerá el peso de la agenda. Es lógico, es el heredero. Los gastos se reducirán, así, y también los riesgos de polémicas. Carlos ha hablado literalmente con los suyos de “racionalizar” la Familia Real y su coste al erario público. Una tarea que pone arriba en la agenda.
Puede ser una buena apuesta si quiere impedir la sangría de apoyos en un país monárquico donde los haya. Su madre mantenía en el barco a muchos templados, más por apoyo a su figura que a la institución. Las encuestas no son catastróficas aún, pero tampoco buenas: citando de nuevo a Yougov, para el 54% de los ciudadanos sondeados la monarquía sigue siendo un buen sistema para Reino Unido, mientras que el 13% cree que es mala y un 25% no se decide. Los apoyos han bajado seis puntos en un año. Además, ya hay un 27% de ciudadanos que quieren abolir la monarquía, cuando era un 15% hace dos años, y muchos de quienes dan esta respuesta son jóvenes. O sea, las próximas generaciones son más republicanas y son ellas las que deberán decidir en el futuro. Este año, por primera vez, son más los británicos que creen (no que desean) que dentro de cien años no habrá reyes, 41% frente al 39% que aún estima que hay Corona para un siglo.
Graham Smith, director de la organización Republic, ha explicado a EFE que la muerte de Isabel II y su sucesión por el más controvertido príncipe heredero ofrece la oportunidad de analizar la posibilidad de “elegir como jefe de Estado a un presidente políticamente neutro, al estilo de Irlanda o Alemania”.
“A diferencia de la reina, que no solía pronunciarse públicamente -de modo que la gente proyectaba lo que creían que pensaba-, tanto Carlos como su hijo Guillermo expresan sus opiniones, que no siempre caen bien” y rompen la presunta imparcialidad de la monarquía constitucional, declara. Según Smith, lejos del “respeto y la admiración” que despertaba Isabel II, que para muchos “encarnaba una época dorada pasada”, sus sucesores estarán más expuestos a la crítica y al efecto de las redes sociales.
Fuera de las islas
Isabel II no sólo era la reina más fotografiada del mundo, sino también la más viajera. Aunque le tocó vivir la desintegración del Imperio británico, aún era soberana sobre países de la Commonwealth, una asociación voluntaria de 56 países independientes, casi todos anteriormente bajo el dominio británico. En 14 de estos Estados, además del Reino Unido, ella era la jefa de Estado. Su hijo no es tan bienvenido como su antecesora.
En un mundo en el que la soberanía y la independencia de las naciones se acentúan, cuando las dependencias de los restos colonialistas tienden a evaporarse y cuando llega una persona que no inspira ni la misma confianza ni la misma lealtad, el tablero se mueve. El propio Carlos estuvo en Barbados cuando decidió ser una república, el pasado noviembre.
Los orígenes de la Commonwealth provienen del antiguo Imperio Británico. Muchos de los miembros de la organización eran territorios que históricamente habían estado bajo el dominio británico en varios momentos por asentamiento, conquista o cesión. La administración de esas colonias evolucionó de diferentes maneras, para reflejar las diferentes circunstancias de cada territorio. India abrió el camino a la independencia.
La ascensión del nuevo rey ha suscitado nuevos llamamientos de los políticos de las antiguas colonias del Caribe para que se le destituya como su jefe de Estado. Jamaica ha dicho que el país lloraría a Isabel, mientras que su par de Antigua y Barbuda ha ordenado que las banderas estuvieran a media asta hasta el día de su entierro. Gestos de dolor y respeto. Sin embargo, en algunos sectores existen dudas sobre el papel que debe desempeñar un monarca lejano, más allá de lo físico. Una encuesta realizada en agosto mostró que el 56% de los jamaicanos está a favor de eliminar al monarca británico como jefe de Estado, como ha hecho Barbados. Y a principios de este año, algunos dirigentes de la Commonwealth expresaron su malestar en una cumbre celebrada en Kigali (Ruanda) sobre el paso del liderazgo de Isabel a Carlos, en concreto.
Una gira de ocho días realizada el pasado marzo por el ahora heredero del trono, el príncipe Guillermo, y su esposa Kate, que les llevó a Belice, Jamaica y las Bahamas, estuvo marcada por la exigencia de pagos de reparación y una disculpa por el uso de sus ciudadanos como esclavos. Más de 10 millones de africanos fueron parte de la trata por las naciones europeas entre los siglos XV y XIX. Los que sobrevivieron al brutal viaje a través del Atlántico fueron obligados a trabajar en plantaciones del Caribe y América. Por ese flanco, es probable, pues, que le lleguen disgustos.
Tendrá primero que aterrizar, asumir el cargo y coronarse oficialmente. No tiene el viento de cola, pero tampoco es ningún inexperto recién llegado. De partida, las posibilidades de salir airoso son mucho mayores que las de los otros Carlos en el trono, un padre y un hijo de los Estuardo en el siglo XVII que actuaron de forma tirana y absoluto. El primero acabó decapitado.