Los primeros en enterarse de la llegada del hombre a la Luna fueron unos españoles: esta es su historia
En el momento más crítico de la misión Apollo 11, unos ingenieros españoles escucharon a Neil Armstrong antes que Houston.
Cuando Neil Armstrong dijo “tranquilidad, estamos bien” después de aterrizar manualmente el módulo Águila de la misión Apolo 11 sobre la superficie de la Luna, sus palabras no fueron escuchadas por el presidente Richard Nixon ni por las decenas de ingenieros y científicos del Centro de Control de Houston. Los primeros en oírlas fueron un grupo de españoles que trabajaba en un pequeño pueblo de Madrid llamado Fresnedillas de la Oliva.
El sitio donde trabajaban tenía, tiene, un nombre que casi no cabe en el pueblo: Madrid Deep Space Communications Complex (MDSCC), una instalación llena de antenas y ordenadores (por aquel entonces, grandes armatostes mucho más lentos que un teléfono móvil actual) creada para facilitar las comunicaciones entre las naves y sus tripulantes y los centros de control en la Tierra.
Un sitio poco contado en la historia oficial de la misión, pero clave en el éxito de una de las mayores gestas científicas y tecnológicas de la historia de la Humanidad.
El mejor lugar del mundo, el peor lugar del mundo
Aquel 20 de julio de 1969, Carlos González Pintado ya era un “veterano” en el MDSCC. Allí había vivido todas las misiones preparatorias de la NASA para poner al primer ser humano en la superficie: la Apolo 7, la primera misión tripulada; la Apolo 8, cuya tripulación fue la primera en ver la Tierra completa y el lado oscuro de la Luna; la Apolo 9, en la que se probó el módulo con el que había que aterrizar en la Luna...
González estaba aquel día en uno de los lugares en los que más difícil habría resultado estar si la misión Apolo 11 salía mal (y estuvo a punto de salir muy mal). Pero también estaba, y lo dirigió durante casi cuatro décadas, en el lugar y con los técnicos sin los cuales la misión no hubiese sido posible.
¿Por qué? La construcción del MDSCC empezó en 1964, tres años después de que el presidente Kennedy fijase como objetivo nacional llegar a la Luna. Al año siguiente, ya contaba con una antena operativa. Era una de las tres piezas clave de la Red del Espacio Lejano, que necesitaba colocar antenas en distintos puntos del planeta, distribuidos a una distancia de 120º entre sí para salvar la rotación de la Tierra, de forma que las naves pudieran estar siempre a la vista por encima del horizonte de, al menos, uno de los puntos.
José Manuel Grandela, otro de los técnicos del centro, había sido contratado con 23 años y explicó hace muy poco en un acto en el Centro de Astrobiología cómo se sentía dentro de aquella enorme gesta.
“No entendí la importancia de lo que había pasado en mi vida hasta meses después: yo era un humilde ingeniero de comunicaciones en una misión propia de premios Nobel”, explicó.
El momento más crítico de la misión... y los primeros en escuchar a Armstrong
González y Grandela se ocupaba aquel día de julio de 1969 de los equipos de telecomunicaciones. “Yo estaba encargado del aparato receptor y transmisor”, recordó González, por cuya máquina pasaban en primer lugar tanto las voces de los astronautas como las órdenes desde Houston.
“En ese momento”, apuntó Grandela, “lo único que quería era que el aparato que manejaba yo no fallase, por Dios. Y que no le pasara nada a los astronautas”.
Pero el aparato falló. Todos los aparatos fallaron. Precisamente en uno de los momentos más críticos: cuando el módulo Águila se desprendió de la nave para empezar su travesía en solitario hacia la Luna.
“Vi que mi aparato perdía la señal y me asusté mucho pensando que estaba fallando. Pero el otro aparato también falló. Y el de allí, y el de más allá. Perdimos toda la señal y pensamos que los habíamos perdido”, relató Grandela. Fue Neil Armstrong el que logró recuperar la señal, corrigiendo de manera manual la posición de la antena del módulo.
No fue el único momento de tensión durante la misión. “En las comunicaciones durante la misión”, explicó el que fuera director de operaciones del MDSCC durante más de cuarenta años, “no había emoción. El astronauta decía ‘Tenemos un problema’, desde Tierra se respondía ‘Copy’ y ya está. Pero una cosa es que lo decía la voz y otra lo que marcaban los sensores biomédicos de los astronautas, que nosotros veíamos desde aquí abajo. Ahí veíamos quién se ponía nervioso y hasta qué punto”.
Armstrong se puso nervioso, y mucho, cuando Houston le pidió abortar la misión tras descubrir que el módulo Águila se movía mucho más rápido de lo esperado y aterrizaría en un lugar desconocido, alrededor de ocho kilómetros más allá del lugar previsto para el alunizaje.
“Puso la nave en modo semiautomático y Buzz Aldrin fue dándole datos de altitud y velocidad para poder posarse sobre la superficie lunar, que estaba llena de piedras del tamaño de Cadillacs. Cuando posó la nave, sólo tenía combustible para 17 segundos”, evocó González en el Centro de Astrobiología.
La frase del astronauta tras aterrizar, “tranquilidad, estamos bien”, provocó probablemente el suspiro de alivio colectivo más grande de la historia. Y todo se escuchó antes en España, en Madrid, en Fresnedillas de la Oliva, antes que en ningún otro sitio. “Escuchamos a Neil Armstrong antes que nadie”, recordaron con orgullo.
El próximo paso: Marte
El exceso de gasto, la necesidad de centrarse en problemas terrestres, la escasa utilidad práctica de la aún vigente carrera espacial... Todas las dudas que rodean al esfuerzo humano por ir más allá de la Tierra, Grandela las desarma con una enumeración.
“La informática, la cibernética, los materiales... Todo lo que se hizo para ir al espacio está en la sociedad y la ha cambiado por completo. Desde los móviles a los trajes térmicos, pasando por los microondas. Cada uno de esos objetos es la respuesta perfecta para aquellos que preguntan si merece la pena”.
El debate entonces es dónde ir. Marte aparece en todas las quinielas, pero González puso sobre la mesa el pragmatismo de alguien que sabe mucho de comunicaciones espaciales.
“Había casi dos segundos de diferencia entre la Luna y Houston y, por eso, el “Houston, tenemos en problema” no era grave. Entre Marte y la Tierra habrá entre 15 y 20 minutos... Cuando control quiera contestar al “Houston, tenemos un problema”, ya se han muerto todos. No podrán contar con la Tierra, así que la nave tendrá que ser lo suficientemente inteligente como para autorrepararse o para decirle a la tripulación exactamente donde está el problema”.“Y esperemos que no les pase nada”.