Los primeros 100 días de Trump en la Casa Blanca: ser presidente era esto
Ni muro con México, ni fulminar la reforma sanitaria de Barack Obama, ni centrarse sólo en lo que pase de fronteras para dentro de EEUU. Esto es parte de lo que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, no ha hecho en sus primeros 100 días en el cargo. Entonces, ¿ser presidente era esto? Pues sí, señor Trump, ser presidente era esto. Y sus actos le delatan: se ha dado cuenta y no sólo ha incumplido sus grandes metas —aunque siga insistiendo en que va a conseguirlas sí o sí—, sino que ha cruzado líneas que aseguró que jamás cruzaría. En este tiempo, desde aquel ya tan lejano 20 de enero en el que juró como presidente 45 de EEUU ante un todavía consternado mundo por su elección, ha sido consciente de que no se pueden prometer cosas sin más, de que incluso su partido va a ponerle trabas a sus planes y ha tenido que dar un giro de 180º en algunas de sus políticas más importantes.
Lo que Trump no ha dejado ha sido su lujoso estilo de vida, en el que las visitas a su resort de Florida han sido más que constantes —ha estado allí siete de los doce fines de semana que lleva siendo presidente— y, entre cena y cena, entre partidos de golf, ha tomado decisiones tan significativas para el futuro del mundo como el ataque contra una base aérea de Siria o el uso de la llamada "madre de todas las bombas" en Afganistán. Son cien días en los que ha estado siempre planeando la polémica sobre los vínculos con Rusia de miembros de su círculo más próximo —incluso su yerno, Jared Kushner— o un veto migratorio cuyas consecuencias todavía colean. Trump hace política de una manera tan peculiar, por así llamarla, que se ha convertido en el primer presidente que llega a la simbólica cifra de los 100 con una aprobación inferior al 50%. Según una encuesta publicada en The Washington Post, sólo un 42% de los estadounidenses ve con buenos ojos su mandato.
A su favor hay que decir que todos los ex presidentes ya lo han dicho: instalarse en la Casa Blanca en la Avenida Pensilvania número 1600 es un golpe que hace que todo el sistema deba reacomodarse. "Hay algo único en este empleo que todo presidente enfrenta: que tú piensas una cosa cuando llegas, pero luego las presiones del trabajo o las realidades del mundo se muestran diferentes de lo que pensabas", dijo recientemente el ex mandatario George W. Bush. Y Trump, al menos en esto, no iba a ser una excepción.
Hay más cosas que Trump ha mantenido intactas, como su adicción Twitter, su carácter impulsivo, provocador, reacio a las críticas, su enemistad con la gran mayoría de los medios de comunicación —menos con su cadena favorita, la ultra conservadora Fox News—, aunque se ha topado de bruces con la realidad, viéndose obligado a cambiar enfoques y planes. Cómo olvidar aquel: "Dije que la OTAN era obsoleta, ya no es obsoleta", que pronunció Trump tras reunirse en la Casa Blanca con el secretario general de la Alianza Atlántica, Jens Stoltenberg. Fue uno de los líderes que se llevó el ya famoso apretón de manos del presidente de EEUU. En aquella ocasión salió bien, políticos que visitaron la residencia oficial del presidente, como la canciller alemana Angela Merkel o el primer ministro de Japón, Shinzo Abe, no pueden decir lo mismo.
Volviendo al plano de sus iniciativas y objetivos, Trump ha presentado sus cambios de opinión y de proceder no como un fracaso ni como una forma de dar marcha atrás en sus objetivos, sino que los ha justificado alegando que está abierto a "evolucionar": "Yo cambio y soy flexible, estoy orgulloso de mi flexibilidad", dijo poco antes de autorizar el lanzamiento de 59 misiles contra Siria. Parece que la estrategia le funciona, porque medios habitualmente críticos como The Washington Post, han ensalzado sus cambios. Este diario publicó un editorial en el que saludó que Trump haya cambiado de posición en temas fundamentales para el país, como las relaciones con China, Rusia o las naciones de la OTAN. "Cuando un presidente pasa de estar completamente equivocado a estar absolutamente correcto sobre temas tan importantes, la respuesta adecuada no es burlarse sino celebrar, aunque sea con cautela", escribió dicho medio.
Entre los logros de sus primeros 100 días de gobierno destacan la nominación exitosa del juez federal Neil Gorsuch para ocupar una plaza en la Suprema Corte o la retirada inmediata del Acuerdo Transpacífico (TPP), negociado por su predecesor Barack Obama y del que se sacó a EEUU su primer día en el poder. Más allá de esto lo que ha habido es mucho titular, pero pocos resultados. Sus otras victorias han sido menores. De hecho, esos escasos avances en la puesta en práctica de su programa sólo los ha logrado a golpe de decreto —aunque ha llegado a plantar un acto en el que tenía que firmarlos—: ha endurecido la lucha contra los 'sin papeles', ha eliminado los planes para imponer regulaciones en las térmicas de carbón, ha reducido las regulaciones medioambientales y laborales, y ha aprobado la construcción de dos oleoductos. Nada más.
En sus dos grandes promesas electorales, construir el muro y derogar Obamacare, se ha encontrado con la oposición del Congreso. Y eso pese a que está dominado por los republicanos. El proteccionismo comercial, que fue otra de sus promesas estrella, Trump lo ha empleado como un instrumento de negociación y moneda de cambio, tanto contra socios (Canadá, Alemania) como adversarios (China), con menos éxitos de lo esperado en sus primeros cien días de Gobierno.
A Trump todo esto le da igual. Él está más que satisfecho con su gestión hasta ahora, e insiste en que todo lo que se ha propuesto lo conseguirá. Ahora dice que la idea de los cien días de gobierno es un "estándar ridículo", aún cuando fuentes de su equipo coinciden en señalar que se trata de un indicador importante sobre la vitalidad de la nueva administración.
También ha hecho oídos sordos a las múltiples acusaciones de nepotismo y conflictos de interés de las que ha sido objeto ante la influencia de su familia en su presidencia. No de toda: su mujer, la primera dama Melania Trump, sigue manteniendo un perfil bajo. Tan, tan bajo, que ni ella ni el hijo que tiene con el presidente viven todavía en la Casa Blanca, siguen haciendo vida en Nueva York, pese a los enormes costes de seguridad que ello implica. A los estadounidenses no parece darles igual: una petición en change.org para que la exmodelo y su hijo se muden a Washington ha alcanzado ya las 555.000 firmas. Más allá de actos oficiales, a Melania no se la ha visto ejercer de primera dama. Aunque su papel en determinadas ocasiones no ha sido cuestión menor: más que aplaudido fue aquel codazo que le dio a su marido para que se comportara como toca mientras sonaba el himno nacional.
Si Melania no se ha dejado ver mucho por la Casa Blanca, de Ivanka Trump, hija del presidente, no se puede decir lo mismo. En su caso tiene su propia oficina en la residencia oficial del líder de EEUU casi desde el primer día y ha sido nombrada oficialmente "asesora presidencial". Ivanka no cobrará por este puesto, pero nadie tiene muy claro en qué consiste. La cosa no queda ahí: su esposo, Jared Kushner, es uno de los consejeros más cercanos del mandatario, por no decir el que más. Trump sacó al que era uno de sus hombres fuertes en la Administración, Steve Bannon, haciendo a su yerno todavía más poderoso. Por último están muy vinculados al presidente sus otros dos hijos Donald Jr. y Eric, que tomaron oficialmente las riendas de la Trump Organization tras la investidura, aunque el mandatario sigue recibiendo su parte de los beneficios generales.
Durante estos 100 días Trump ha dejado claro que seguirá siendo fiel a sus intereses: así lo manifiestan sus decisiones en lo que a su familia se refiere, pero también demuestra que el ser imprevisible es lo que mejor le define. Quién sabe cómo estarán las cosas dentro de otros 100 días... En el aire está en qué quedarán los vínculos con Rusia, qué tipo de estrategia seguirá en un conflicto clave como es el de Siria, cómo sacará adelante sus promesas estrella —muro y tumbar Obamacare—... Demasiados interrogantes para un presidente que dijo que todo lo haría según asumiera el cargo y para un líder que parece ir aprendiendo, día a día, lo que es estar al frente de la primera potencia mundial.