Los peligros de mezclar medicinas
Dos más dos no suman cuatro en farmacología
Por Jose Antonio Guerra Guirao, profesor de Farmacología y Toxicología. Facultad de Farmacia. Universidad Complutense de Madrid., Universidad Complutense de Madrid; y Francisco López-Muñoz, profesor titular de Farmacología y Vicerrector de Investigación y Ciencia, Universidad Camilo José Cela:
Las interacciones medicamentosas constituyen un auténtico problema sanitario al que cada vez prestamos más atención. Se explica, por un lado, por la tendencia demográfica de nuestra sociedad hacia un progresivo envejecimiento de la población. Aunque ese aumento de la esperanza de vida va parejo a una mejora de la calidad de vida, también hace prever que cada vez se utilicen más fármacos simultáneamente durante prolongados períodos de tiempo.
Por otro lado, los avances científicos hacen que el arsenal terapéutico se vaya incrementando notablemente para el tratamiento de distintas patologías. Es más, cada vez es más habitual que se prescriban varios fármacos para el tratamiento de una misma enfermedad.
Se dice que existe una interacción cuando un medicamento no ejerce el efecto esperado al administrarse simultáneamente, o de forma sucesiva, con otro medicamento, hierba medicinal, alimento, bebida o contaminante ambiental. El problema puede surgir por exceso, por defecto o porque aparezca una reacción diferente a la esperada.
No obstante, existen ciertas condiciones fisiológicas, como el embarazo, o patológicas, como las insuficiencias renal o hepática, que también pueden condicionar la aparición de interacciones medicamentosas. Principalmente porque afectan al comportamiento y metabolismo de los medicamentos en nuestro organismo.
Conviene tener presente que el número de fármacos administrados conjuntamente influye directamente en la incidencia de las interacciones. Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que cuando se coadministran dos fármacos es posible que se produzca una interacción medicamentosa, cuando se administran tres fármacos simultáneamente es muy probable, y cuando se administran a la vez cuatro o más, lo raro es que no se produzca una interacción.
Además, no debemos olvidar ni menospreciar las interacciones potenciales y reales con productos considerados como “seguros” e “inofensivos”. Nos referimos a las plantas medicinales, los alimentos, las vitaminas y minerales u otras sustancias, incluidos el tabaco o el alcohol. De hecho, las interacciones entre ciertos fármacos y zumos de pomelo o de uva son cada vez mejor conocidas, y también más frecuentes de lo que se imaginaba.
En los países industrializados, las reacciones adversas a los medicamentos se sitúan entre la cuarta y la sexta causa de muerte. Estudios recientes revelan que hasta un tercio de estas reacciones adversas pueden deberse a interacciones medicamentosas.
Las cifras hablan por sí solas. En Estados Unidos, por ejemplo, las interacciones medicamentosas suponen el 3% de todas las hospitalizaciones anuales), lo que genera un gasto de 1 000 millones de dólares. En cuanto a España, representan el 5-15% de las hospitalizaciones en población anciana y más del 45% de los reingresos hospitalarios.
Lo más habitual es que tengan consecuencias negativas. Ya sea porque aumenten la acción de uno o más de los fármacos que toma el paciente, ocasionando reacciones adversas o efectos secundarios, o bien porque reducen el efecto de uno o más de los fármacos consumidos, haciendo que el tratamiento fracase.
En otras ocasiones, las interacciones medicamentosas pueden tener un efecto positivo e incluso ser buscadas “terapéuticamente”. Un ejemplo de esto tiene lugar en depresiones resistentes a la medicación, cuando el facultativo asocia dos tipos diferentes de fármacos antidepresivos que pueden potenciar su acción.
Este tipo de interacciones se producen por alteraciones o modificaciones de los procesos que sufren los medicamentos dentro de nuestro cuerpo. Por ejemplo, los medicamentos que habitualmente tomamos para el ardor, que actúan reduciendo o neutralizando los ácidos gástricos, modifican el pH del estómago. En esta situación se puede alterar la absorción de otros fármacos, como hipnóticos o antiepilépticos.
También sucede que muchos medicamentos son destruidos e inactivados (metabolizados) por ciertas sustancias enzimáticas presentes fundamentalmente en el hígado. La actividad de estas enzimas hepáticas puede modificarse por la acción de algunos medicamentos, aumentando o reduciendo su actividad. Como consecuencia, puede suceder que otro fármaco tomado simultáneamente se inactive de una manera más rápida, con lo que su efecto se reduciría considerablemente. O también que se inactive con más lentitud de lo normal, lo que aumentaría la acumulación del medicamento en el organismo, incrementando el riesgo de toxicidad.
Entre los medicamentos que ocasionan un aumento de la actividad de estas enzimas destacan algunos antiepilépticos, y entre los que la disminuyen muchos antidepresivos, además de fármacos usados en las infecciones por hongos.
Pero no solo los medicamentos están implicados en este proceso. Las sustancias químicas contenidas en los cigarrillos pueden aumentar la actividad de algunas enzimas hepáticas. Eso implica que el consumo de tabaco disminuye la efectividad de algunos fármacos. Asimismo, algunos alimentos también pueden estar implicados, como el pomelo, que puede disminuir la velocidad con la que el organismo degrada ciertos medicamentos, como los antiarrítmicos, los ansiolíticos o las conocidas estatinas, usadas para reducir los niveles de colesterol.
Por último, sabemos que ciertos medicamentos pueden modificar la tasa de eliminación renal de otros. Por ejemplo, las dosis altas de vitamina C aumentan la acidez de la orina, y esto puede modificar la ratio de eliminación y la actividad de la quinina o las anfetaminas.
Entre las interacciones más peligrosas de este tipo se encuentran las que afectan al acenocumarol, un medicamento anticoagulante conocido comercialmente como Sintrom, que toman muchos pacientes que han sufrido un evento cardiovascular. Sus concentraciones plasmáticas se ven fácilmente afectadas con la toma simultánea de varios fármacos.
Este tipo de interacciones tienen lugar cuando se administran medicamentos diferentes que actúan sobre el mismo lugar.
La potenciación del efecto puede producirse cuando, de manera inadvertida, se toman dos fármacos que, actuando en lugares diferentes, ocasionan el mismo efecto. Por ejemplo, cuando consumimos dos agentes antihistamínicos para el tratamiento de los cuadros alérgicos con fármacos somníferos, o cualquiera de ellos con alcohol). En estos casos tiene lugar un aumento de los efectos depresores del sistema nervioso, con somnolencia y sedación.
Otra posibilidad es que, al administrar medicamentos con acciones opuestas, su efecto se reduzca o se anule. Es el caso del ibuprofeno, un antiinflamatorio muy empleado, que puede reducir la efectividad de los medicamentos diuréticos usados en el tratamiento de la hipertensión arterial.
De forma habitual, los medicamentos contribuyen a mejorar nuestra calidad de vida. No solo porque mitigan los dolores, sino también porque ayudan a combatir las infecciones, controlan síntomas de cuadros crónicos como la hipertensión arterial o la diabetes, e incluso reducen el riesgo de mortalidad de enfermedades graves, entre ellas el cáncer.
Sin embargo, no hay que perder de vista los problemas que pueden ocasionar las interacciones medicamentosas, sobre todo en pacientes ancianos, que pueden condicionar la pérdida de eficacia de un tratamiento. O, lo que es peor, la aparición de reacciones adversas graves. Y es que, en este campo, dos más dos casi nunca suman cuatro.