Los ojos ciegos de la Justicia
La Justicia, o sea, las personas que la administran, ve la realidad a través de lo que interpreta ella, y la interpretación viene marcada por las referencias de una sociedad y una cultura machistas que dan significado a los hechos según lo que los hombres y su modelo entienden.
De lo contrario, no habría sido posible perpetuar la injusticia de la desigualdad durante siglos, ni la violencia contra las mujeres podría haberse mantenido dentro de la normalidad, hasta el punto de que ni siquiera las leyes han considerado históricamente sus características específicas, ni tampoco la mayoría de las agresiones han sido denunciadas. Todo formaba parte de la esa normalidad que el machismo había construido sobre las ideas, valores, creencias... consideradas justas para organizar y articular la convivencia; las mismas que persisten en la actualidad. Por eso cambian las leyes pero no se modifica la realidad en lo referente a la desigualdad y la violencia de género, porque no cambian las mentalidades que entienden las agresiones hacia las mujeres como una forma de mantener el orden, ni tampoco las interpretaciones sobre los femicidios y agresiones graves como una especie de descontrol propiciado por el alcohol, las drogas o algún tipo de alteración psicológica.
Ha ocurrido en Chile con Nabila Melisa Rifo Ruiz, una mujer agredida por su exmarido, quien, según recoge la propia sentencia, la golpeó con una piedra de gran tamaño y una serie de objetos contundentes y le produjo las siguientes lesiones: fractura occipital derecha, fractura del macizo facial en arco cigomático y piso de la órbita derecha, trauma auricular derecho que requirió cirugía de reconstrucción y múltiples lesiones contuso-cortantes en cabeza, rostro y extremidades. Estas lesiones, continúa la sentencia, provocaron un "compromiso de conciencia, shock hipovolémico y riesgo de muerte". A pesar de ello, no acabó ahí el agresor, Mauricio Orlando Ortega Ruiz, y después de esa terrible agresión, tras abandonar por un instante el lugar de los hechos, regresó, y con un "elemento punzante procedió a introducirlo en sus ojos y a remover ambos globos oculares cortando el nervio óptico, y causando la enucleación total bilateral". Es decir, le arrancó los ojos.
Si Nabila logró sobrevivir a esa agresión tan brutal y a las graves lesiones ocasionadas por los múltiples golpes, fue por su fortaleza y por la rápida respuesta de los equipos médicos. Sin embargo, la Corte Suprema de Chile es capaz de conocer la intencionalidad del agresor más allá de su conducta, y entiende que no pretendía causarle la muerte y que, por tanto, no se le puede condenar como autor de un "femicidio frustrado", sólo como responsable de un delito de lesiones graves.
Ni siquiera un neurocirujano con toda la instrumentación quirúrgica y en un quirófano que permitiera tener a la persona anestesiada y con sus constantes vitales controladas, sería capaz de producir un cuadro tan grave y cercano a la muerte como el sufrido por Nabila, sin llegar a causarla. En cambio, la Corte Suprema considera que el imputado, sólo con sus manos, con una piedra de gran tamaño y diferentes objetos contusos y punzantes, sí era capaz de llegar a ese límite, de hacerlo en mitad de la calle y de tenerlo todo bajo control, porque aunque pueda parecer lo contrario, él sólo quería llevar a su víctima hasta esa situación clínica, sin intención de matarla. Absurdo, ¿verdad?.
Por desgracia, no es nada nuevo ni diferente a lo que ocurre en otros lugares del planeta. Quienes actúan desde las instituciones frente a la violencia de género son personas bajo las mismas referencias culturales que quienes la ejercen, de manera que todos los mitos y estereotipos que se han creado para minimizar y justificar esta violencia, también impregnan sus miradas y sus conciencias, lo cual se refleja en sus decisiones.
Brent Turvey, uno de los científicos más reconocidos en el campo de las Ciencias de la Conducta, puso de manifiesto que en la respuesta profesional ante la violencia se pueden producir dos procesos que afectan a la investigación, y a las decisiones que se toman a lo largo de todo el proceso. Uno de ellos es la "deificación" y otro el "envilecimiento". El primero presenta a la persona investigada (víctima o agresor) en términos positivos, mientras que el segundo lo hace de forma crítica y negativa. Cuando nos acercamos a la violencia de género, lo que habitualmente sucede es que los mitos, estereotipos, creencias, valores... que existen en la sociedad como consecuencia del machismo facilitan que el agresor sea "deificado" y la víctima "envilecida". Por eso se producen todo tipo de justificaciones sobre el victimario (consumo de alcohol y drogas, celos, enfermedad mental, pérdida de control...), y todo tipo de críticas sobre la mujer (lo había abandonado, era una mala madre y mala esposa, se fue con otro hombre, le había quitado la casa y los hijos...)
Interpretar que la agresión a Nabila no pretendía causarle la muerte no es producto de lo que a los magistrados les ha dictado la mirada, sino la conciencia. La conciencia ciega de quienes entienden la realidad a partir de las referencias de un machismo que crea hombres que piensan que pueden usar la violencia contra las mujeres para dominarlas, corregirlas y castigarlas, y que luego pueden "llegar a perder el control" hasta matarlas. Saben que será difícil que los condenen, no por casualidad el porcentaje de impunidad en violencia de género es del 95%, y si al final los condenan, saben que lo harán por lo mínimo, como ha sucedido en el caso de Nabila al condenar a su agresor por lesiones en lugar de por "femicidio frustrado".
Sin esa conciencia ciega el significado de la realidad vendría dado por los hechos, no por la palabra de los hombres, y ver los videos de la declaración del agresor, Mauricio Orlando Ortega Ruiz, durante el juicio oral, presentándose como un "pobre hombre" que sólo quería ver a sus hijos, ante la mala mujer y mala madre que era Nabila, según su testimonio, ya apuntaba a que sus palabras serían más creíbles que los propios hechos.
Para la Corte Suprema, ha pesado más la palabra de un hombre que las lesiones y la intencionalidad demostrada en la agresión llevada a cabo, y en otros episodios violentos ocurridos con anterioridad, pues no fue ese el único acto de violencia del agresor. Si eso es justicia, es justicia machista, pero no social.
Hoy, Nabila, sin los ojos que le arrancó su exmarido, es capaz de ver más que muchos hombres que sólo son capaces de mirar al ombligo de la cultura para verse reflejados en él.
(Un abrazo solidario y lleno de afecto para Nabila Melisa Rifo Ruiz)
Este post fue publicado originalmente en el blog del autor