Los ideales del Grupo Europa de las Naciones y de las Libertades
Los Salvini, Le Pen o Wilders quieren una cosa por encima de todo: reventar la UE desde dentro. Las encuestas les dan datos con los que podrían empezar a hacerlo.
El Grupo Europa de las Naciones y de las Libertades (ENF, por sus siglas en inglés) es el más pequeño de cuantos componen el Parlamento comunitario, con 37 escaños. Pese a ello, ahora, en 2019, ya no son ni pequeños ni débiles ni desconocidos, sino todo lo contrario: tienen las mejores proyecciones de crecimiento para los comicios del 26-M y protagonizan las pesadillas de todos sus rivales. Porque serán muchos, dicen los sondeos, y porque su plan es romper Europa desde dentro. Sin melindres ni vergüenza.
Esta mezcla de derecha eurófoba, conservadurismo nacionalista y populismo de ultraderecha podría sumar de 62 a 65 escaños, según las proyecciones de voto. Si se unen todas las opciones euroescépticas, pueden llegar a 150. Es lo que pretenden: ser el tercer bloque en peso en el hemiciclo, sólo por detrás de populares y socialistas. Y lo pueden conseguir: porque han mejorado en unidad, tras una legislatura en la que quedaron en evidencia las diferencias del grupo; porque han robustecido su liderazgo con la irrupción del italiano Matteo Salvini; y porque hay truco, la ayuda externa de un exasesor de Donald Trump que tiene como meta crear un “supergrupo” que sea clave en el Europarlamento.
La Europa de las Naciones y las Libertades nació como grupo en 2015, compuesta sobre todo por la Agrupación Nacional de Francia (15 diputados), la Liga Norte de Italia (seis), el Partido de la Libertad de Austria y el Partido por la Libertad de Holanda (ambos con cuatro escaños). Tienen también en su seno a formaciones de Bélgica, Reino Unido, Alemania y Polonia, todos ellos aliados ideológicos de similar corte.
Cada uno es de su padre y de su madre, o sea, defienden ante todo las políticas de sus estados, porque las comunes las rechazan. Eso es lo que les une, por encima de todo: el rechazo a la Unión Europea, que aspiran a debilitar hasta matarla. No es una exageración, lo dice claro Marine Le Pen, al frente del antiguo Frente Nacional galo. “A todos los que expresan su enojo, les pido el voto. Nosotros les prometemos liberar a las naciones de una UE que asfixia, que quita soberanía y daña gravemente la democracia”, ha dicho en campaña.
En vez de hacer propuestas, de conquistar construyendo, piden votos con las tripas. Los de la desilusión o la decepción con los grandes igual acaban en manos de los liberales. Ellos van más allá, quieren la papeleta de la pataleta, de los enfadados.
“La votación podría ver cómo un grupo de partidos políticos nacionalistas y antieuropeos que defienden un retorno a la Europa de las naciones ganen una mayoría de escaños en el parlamento”, aseguran Susi Dennison y Pawel Zerka en un artículo para el centro de estudios European Council of Foreign Relations citado por la BBC. “No son en la actualidad una alianza unificada, pero en un parlamento en que sus voces entren en la corriente principal [...] podrían hacer que esas ideas den forma a la política europea en el medio plazo.
“Y, en el largo plazo, su capacidad de paralizar la toma de decisiones en el centro de la UE podría desactivar el argumento de los proeuropeos de que el proyecto es imperfecto pero tiene capacidad de reformarse”, avisan.
El nuevo liderazgo
La pasada legislatura fue dura para ellos. Crecía la popularidad de los partidos, de forma individual, con Le Pen y el holandés Geert Wilders como rostros reconocibles. Ponían los intereses nacionales por delante del trabajo en Estrasburgo y Bruselas, hasta el punto de causar atascos y desajustes en el grupo. Sin embargo, ahora Salvini ha venido a impulsarlos definitivamente.
No es un dirigente desconocido, lleva más de una década trabajando en el andamio de la extrema derecha, pero ahora ha tocado poder, convirtiéndose en vicepresidente y ministro de Interior en Italia, donde forma una coalición con el Movimiento 5 Estrellas (populista).
Ese desembarco en el Ejecutivo le permitió crecerse, sumarse al liderazgo de sus amigos e incluso ponerse por delante, como demostró el pasado sábado en el macromitin que convocó en Milán, al que asistieron 11 formaciones de este corte radical o “defensores del pueblo”, como ellos se denominan. El Gobierno y, claro, la ayuda de Steve Bannon, creador The Movement (El Movimiento), una fundación cuya finalidad era difundir las ideas de la nueva derecha, que comenzó en EEUU y luego trasladó a Europa. En Italia vio buenos mimbres para su plan, con un tipo carismático y sin pelos en la lengua como Salvini, al mando de la tercera economía de la zona euro.
“No hay extremistas, racistas ni fascistas en esta plaza”, dijo Salvini el sábado. “Los extremistas son los que han gobernado Europa durante 20 años en el nombre de la pobreza y la precariedad”. También hizo una promesa: “si el domingo la Liga, que ya es el primer partido de Italia, gana las elecciones y se convierte en el primer partido de Europa, cerraremos las fronteras no sólo en Italia, sino también en Europa. Y punto final”. Lo dijo desde el mismo balcón en el que daba sus discursos Benito Mussolini.
Así piensan
El Grupo Europa de las Naciones y de las Libertades plantean ante las elecciones del 26-M cinco pilares de actuación: democracia, soberanía, identidad, especificidad y libertad.
En el primero, el referido a la democracia, sostienen que buscan un proyecto político “en conformidad con los principios democráticos y la carta de derechos fundamentales y, por lo tanto, rechazan cualquier afiliación, conexión o simpatía pasada, presente o futura a cualquier proyecto autoritario o totalitario”, como decía Salvini hace días.
Añaden que el ENF basa su “alianza política” con los votantes en “la soberanía de los estados y sus ciudadanos”. En paralelo, está la “cooperación” con las naciones, pero nada más. “Rechazamos cualquier política diseñada para crear un modelo supraestatal o supranacional. La oposición a cualquier transferencia de soberanía nacional a organismos supranacionales y / o instituciones europeas es uno de los principios fundamentales que unen a los miembros de este grupo”, dejan claro.
Su alianza política, ahondan, se fundamenta también en la “preservación de la identidad de los ciudadanos y las naciones de Europa, de acuerdo con las características específicas de cada población”. Es en este punto en el que abordan uno de los asuntos más espinosos, el de la inmigración y el asilo. “El derecho a controlar y regular la inmigración es un principio fundamental compartido por todos los miembros”, indican. Ese derecho lo centran en bloqueo, cierre de fronteras, ni uno más. Hasta el punto de negar la asistencia humanitaria mínima, como es el rescate en el Mediterráneo, cerrando puertos.
Eso ha pasado ya, no son sólo amenazas. Salvini lo ha hecho, como ha mandado también al Parlamento una ley que introduce restricciones para los solicitantes de asilo y amplía las posibilidades de revocar su protección. El derecho internacional ampara a estas personas que escapan de sus países. Llama a los migrantes “terroristas infiltrados” y “carne humana”, como Marine Le Pen dijo en La Jungla de Calais que “hay que devolverlos a sus países de origen, aunque sean estados en guerra”. Con este grupo al frente, Europa no será ni acogedora ni segura, porque, como se ha visto en Italia, el discurso del odio cala también en un racismo creciente.
Cuando hablan de “especificidad”, quieren decir que “reconocen el derecho de cada uno a defender sus modelos específicos, únicos, económicos, sociales, culturales y territoriales”, algo esencial cuando cada país mira por sí mismo. “El Grupo busca preservar la diversidad de los proyectos políticos de sus miembros”.
Y en cuanto a libertad, defienden la individual y enfatizan la “importancia particular de proteger la libertad de expresión, incluida la libertad digital, que hoy en día está cada vez más en peligro”.
Más allá de estos cinco puntos, es imposible que definan un programa común, por ejemplo, en presupuesto y en política exterior. En cuanto a los euros, entra en juego el eje clásico norte-sur y sus diferencias ante prioridades de inversión y gasto. En cuanto a la diplomacia, Rusia es el mayor problema. Mientras los partidos más al este recelan de la tutela de Moscú, Salvini y Le Pen se acercan a Vladimir Putin sin sonrojo, en un momento de tensiones con Bruselas.
Los lastres
El grupo ha tenido dos importantes escándalos en esta legislatura, uno el año pasado y otro, hace menos de una semana. El primero tiene que ver con el dinero: Le Pen ha sido obligada a devolver 300.000 euros por no haber demostrado que usó ese dinero en la contratación de una asistente parlamentaria, como aseguraba. Euros que, se teme, acabaron en las arcas de su formación.
El segundo viene de Austria: el vicecanciller Heinz-Christian Strache se ha visto envuelto en un caso de corrupción que le ha costado el puesto, tras aparecer en un video filmado en secreto en el que parecía ofrecer contratos públicos a cambio de apoyo político y económico a una mujer que se hacía pasar como sobrina de un oligarca ruso.
El caso puede afectar a los resultados electorales de su formación, el llamado FPÖ, que hoy es uno de los principales del grupo parlamentario en el PE.