Los hombres de derechas que no soportan a las mujeres
El feminismo llega con una fuerza extraordinaria a este 8M.
En las últimas semanas muchos asesores de políticos de todos los niveles han advertido de la necesidad de confrontar con las feministas. ¿Quieres aparecer en portadas? Es fácil, insúltalas. Y si es a la ministra de Igualdad, mejor. Rápidamente los creadores de opinión han decidido titular este 8 de marzo como extraño. Y no diré qué otras órdenes se han dado para que así sea, pero sí, puedo aceptarles que este será un 8M extraño. Sin embargo quiero defender hoy aquí que es un 8M al que las feministas llegamos con más fuerza que nunca.
Tras las grandes huelgas y manifestaciones de los últimos años y tras los extraordinarios esfuerzos de tantas mujeres diferentes por construir juntas un nuevo sentido común, hay quien puede querer medir nuestro hoy en la cantidad de plazas y calles del país que se van a llenar de mujeres reivindicando sus derechos. Pero lo cierto es que el feminismo es un movimiento político extraordinariamente poderoso y audaz, capaz de construir vínculos a nivel internacional, de articular alianzas políticas entre las calles y las instituciones, de ejercer el poder de otro modo.
Nuestra fuerza ya no solo se mide en las portadas o plazas que ocupamos, sino en las preguntas que hemos sido capaces de lanzar a nuestro país. Gracias a la fuerza del feminismo, la realidad se mide también a través de la mirada de las mujeres. Nuestro país ya no puede quitarse las gafas moradas y por eso es ya imposible analizar lo que ha sucedido estos meses sin nosotras, y sobre todo, ya no hay respuestas posibles que dejen a las mujeres atrás. Dicho en su lenguaje, vamos ganando y eso nos convierte el enemigo a abatir.
Las mujeres, las feministas, somos esenciales. Lo somos en nuestras organizaciones, para nuestro país, en los centros de trabajo, en las casas, en los Gobiernos. Más que nunca, somos esenciales para el futuro.
A este 8M el feminismo llega con una fuerza extraordinaria. A este 8M las feministas llegamos con el Poder de ofrecer la mejor propuesta posible para transformar el mundo cuando más necesario es precisamente ese cambio. Y lo hacemos tras un año difícil. Por muchos motivos. Pero quizás uno de ellos, y del que no hablamos tanto, va más allá de que las mujeres carguemos sobre nuestros propios hombros las consecuencias más crudas de la crisis que estamos viviendo. Estoy hablando de la operación política que las derechas han emprendido contra el feminismo que no es otra cosa que una consecuencia directa de nuestra capacidad de enunciar otro orden de las cosas.
El feminismo, ante el recrudecimiento que ha supuesto la pandemia a la ya aguda crisis que sufría el orden patriarcal de las cosas, ha sido la posición política que nos ha permitido construir el mapa más certero para luchar contra el neoliberalismo y su constante exigencia de retraso de la agenda por la igualdad. Lo hemos visto antes. Si hay crisis, no es el momento en eso. No es el momento de proteger lo social, no es el momento de luchar contra las violencias, no es el momento de proteger lo común.
Ante esa exigencia, los feministas han dicho claramente que sí es el momento de meternos en esto y desde todos los lugares hemos compartido un llamamiento para abandonar toda posición a la defensiva. Apostar por dejar de ser quiénes sostengamos todo y pasar a ser la clave de bóveda de un nuevo modelo productivo. No nos hemos resignado a resistir, sino que nos hemos atrevido a querer transformarlo todo.
Tanto es así que el feminismo ha terminado siendo el mapa que las izquierdas necesitaban ante las disyuntivas y debates de los últimos tiempos, ante el lugar de disputa en el que se nos ha colocado a las mujeres. La crisis neoliberal nos ha lanzado a una zona aún más difícil e incómoda: situadas en el nexo entre patriarcado y neoliberalismo, atrapadas entre dos formas por tanto de entender la igualdad: una liberal y otra propia de la democracia. Nosotras tenemos clara la apuesta y es una apuesta por nuestras vidas, es por tanto profunda, radical e inclusiva.
Un feminismo que no se queda en la superficie, sino que va a la raíz de las discriminaciones que sufrimos las mujeres por el hecho de ser mujeres. Que no solo apuesta por remover los techos de cristal, sino por eliminar todos los obstáculos que nos limitan, incluyendo en ellos desde los suelos pegajosos hasta las condiciones estructurales y esenciales en las que se asienta el neoliberalismo.
Un feminismo que atiende a todas las maneras de ser, a todas las maneras de amar, a todas las maneras de cuidar. Un feminismo desde los cuerpos, en las fronteras, por la vida. Un feminismo que hace genealogía, que politiza el dolor, el deseo; que se atreve a salir de las trincheras y pelear por formar parte del diseño de un nuevo orden de las cosas. Una herramienta para la esperanza, para la disidencia y para la acción.
Un feminismo que ha ensanchado su horizonte y para ello ha tejido alianzas con todas aquellas mujeres que han sido decepcionadas. Las que han dedicado toda su vida a cuidar, las precarias, las migrantes, las racializadas, las pobres, las gordas, las lesbianas, las trans. Las que estaban en los márgenes de los márgenes. También con muchos hombres, y he aquí otro gran atrevimiento por nuestra parte. Un feminismo para todas y para cambiarlo todo. Un feminismo poderoso, tan poderoso que molesta a quienes siempre han estado en el poder.
No nos extraña pues que quienes ostentan esas posiciones, se hayan visto obligados a recrudecer sus estrategias. Hemos visto cómo las derechas de este país han necesitado castigar y ridiculizar a cada una de las mujeres que se han atrevido a hacer política. Como han querido castigar a las que se han atrevido a contar la violencia que han sufrido, a las que dijeron que no, y a las que quieren decir que sí, a las que se han atrevido a decir que querían vivir su vida de otro modo, a las que querían construir su familia de otro modo, a las que se han atrevido a sentirse orgullosas de sus cuerpos, de sus opiniones, de ser mujeres, de ser feministas. Y han vuelto a agitar miedos y fantasmas que parecían enterrados.
Quieren que desaparezcan las políticas de igualdad, que nos olvidemos de que las discriminaciones que sufrimos son estructurales, y que en realidad si nos esforzamos lo suficiente, podríamos conseguir lo que nos propusiéramos, como hacen ellos, los hombres poderosos. No quieren protegernos de las violencias machistas, porque en realidad, la violencia no tiene género, “nos lo buscamos”, y no es una cuestión arraigada en lo más profundo de nuestra sociedad.
Se burlan de aquellas que públicamente defienden lo contrario, riéndose de sus cuerpos, de su sexualidad. Auguran que si se cumpliese nuestra agenda, desaparecerían todas las instituciones en las que han apuntalado la desigualdad que les hace a ellos ser los privilegiados como el matrimonio, la familia, la raza, la nación, el género. Como si cuando se aprobó el aborto hubiesen desaparecido los niños, con el matrimonio igualitario hubiésemos legalizado la zoofilia, con la violencia de género, hubiese desaparecido el sexo o con la ley trans fueran a desaparecer las mujeres.
Nada de esto sucede ni va a suceder. Las mujeres no vamos a dejar de ser madres porque exista un sistema estatal de cuidados que garantice que se reparten de manera justa las tareas de reproducción social. Las mujeres no vamos a desaparecer porque se blinden los derechos de las personas LGTBI. Las mujeres no vamos a dejar de tener relaciones sexuales porque el Estado se encargue de erradicar todas las violencias que sufrimos. Lo que sí va a suceder es que algunos irán perdiendo privilegios. Lo que sí va a suceder es que las mujeres seremos más libres.
Y eso, compañeras, no pueden soportarlo. Nuestra fuerza es la demostración de que su tiempo se va acabando. Por eso esta vez, han intentado criminalizar hasta el propio 8M. Por eso necesitamos recordar más que nunca que el feminismo y las políticas que atienden las distintas brechas de género que sufrimos las mujeres son imprescindibles. Frente a quienes dicen que la violencia no tiene género, que las desigualdades no son fruto de una cuestión estructural sino de falta de esfuerzo, y quieren criminalizar el feminismo, reafirmamos nuestro compromiso con una agenda feminista. Por ser mujeres, nos quieren en silencio, solas, encerradas en casa. Pero por ser mujeres, nos tendrán enfrente, fuertes, poderosas, y en común.