Los extraños suicidios que anunciaban un final

Los extraños suicidios que anunciaban un final

‘La’ pregunta, dentro o fuera de la Federación es cuándo alguien con poderes, por supuesto, incluida la corte de oligarcas, le dará el finiquito al putinismo

Putin, micro en mano en el 'fiestón' montado en la Plaza Roja para celebrar la anexión ilegal de los territorios ucranianosContributor via Getty Images

“En Rusia nada es seguro y todo es posible”, afirmaba convencido un empresario público canario, el socialista Antonio Castellano, después de una estancia de trabajo en la URSS en los primeros años 80 del siglo pasado. “Es probable que algo se esté moviendo, pero no se sabrá hasta el último minuto”. Conocía bien el asunto: desde la llegada del primer buque ruso, el ‘Abargurles’, en 1967, cuya bandera roja con la hoz y el martillo flameaba en Las Palmas, lo que indicaba también la ‘bipolaridad’ del franquismo táctico, la figura de los comisarios políticos in vigilando hoscamente a las tripulaciones era una estampa cotidiana en el puerto de La Luz.

Allá lejos, en los círculos concéntricos del Kremlin un gris y tecnócrata aparatchik, Mijail Gorbachov, escalaba puestos en el Politburó por “no abrir la boca” y no criticar a los que serían sus antecesores al frente de la URSS, como han dejado por escrito muchos protagonistas. Tenía fama de buen, honesto e imaginativo administrador. ‘Reformista’ pero dentro de un orden. Era, para la nomenklatura, más de lo mismo. Hasta que llegó su momento y la armó.

Fue el primero del sistema que certificó la muerte por fallo cerebral y multiorgánico del régimen comunista. Y si la ideología estaba RIP las únicas alternativas a mano, pensaba la mayoría, allí y aquí, eran o bien participar en la globalización occidentalizando la economía y la política, o dar paso, otra vez, a una nueva formulación de la dictadura. Gobernante poderoso. Sensación de seguridad.

Esta se impuso finalmente con Vladimir Putin después del breve período aperturista gorbachoviano y del ‘yelsinato’. Y con él se recuperaron los discursos de la grandeza. De la nostalgia imperial. El trumpista ‘hagamos a Rusia grande de nuevo’, porque los extremos se tocan. Tan de otro mundo como si algún tarado pretendiera ‘reconquistar’ América para la Corona de España.

Hay datos que los ‘analistas’ suelen olvidar con frecuencia. Para evitar la ‘contaminación’ democrática en los países del este liberados por los aliados del nazismo en la IIGM, Stalin ordenó a todos sus agentes impedir que el Plan Marshall se aplicara en estos estados de su área de influencia. Ahí nació la que más adelante sería conocida como ‘doctrina Breznev’ de la soberanía limitada.

No gana el que dispara primero, aunque tenga buena puntería. En realidad es el que más perderá porque todos los demás lo tomarán como objetivo

Lo cuenta sin ambages en sus memorias Operaciones Especiales (Plaza&Janés 1994) el general de espías de la NKVD (antecesora del KGB) Pavel Sudoplatov, que aprovechó la perestroika y la glasnost para ajustar cuentas y blanquear su imagen de despiadado asesino, sin conseguirlo. “Para nosotros (el Plan Mashall) era totalmente inaceptable, porque ello impediría la consolidación de nuestro control en la Europa del Este. Significaba que los partidos comunistas establecidos ya en Rumanía, Bulgaria, Polonia, Checoslovaquia y Hungría quedarían privados de palancas económicas de poder. Seis meses después del rechazo de la URSS al Plan Marshall se acabó el pluripartidismo en la Europa del Este”.

En este caso, como en la actualidad con el putinado, impresionante y avasalladora además de sociopática la escena del engolado presidente atravesando las enormes puertas de oro del salón de ceremonias del Kremlin, el establishment parece practicar el consejo de Martin Lutero, que nos traslada Markus Wolf: “Cada mentira debe incluir siete mentiras si quiere parecerse a la verdad y revestirse con la aureola de la certeza”.

Esto hoy se consigue muy fácilmente con el recurso infinito, con el bucle y el ‘ruleo’ continuo, de las redes sociales, nasa que atrapa a crédulos y resentidos patológicos.

Es el paraíso de los espías y expertos en desinformación y lavado en modo delirante de cerebros y de la creación industrial de realidades paralelas. Vladimir Putin se especializó en estas disciplinas y ‘magias negras’ en el mundo canalla de las mafias de San Petersburgo y antes en la escuela de la RDA, donde vio venir el desastre y hacerse verdad que cada crisis, si se sabe aprovechar, depara grandes oportunidades…. También para la escoria de populistas, ambiciosos y corruptos.

El número de oligarcas y altos directivos del conglomerado militar-industrial-saqueador que se han ido suicidando de extraña manera es un fiel sismógrafo del desengaño y el fracaso del presidente de la autocracia poscomunista entre los propios suyos

La ‘celebración’ a lo Walt Disney en el Kremlin y una abarrotada Plaza Roja, quién la ha visto y quién la ve ahora, inmutable, con la momia de Lenin en su mausoleo, de la anexión ‘para siempre jamás’ de los cuatro territorios supuestamente prorrusos (supuestamente, claro, porque en ellos ganó Zelenski por goleada en 2019) es una nueva celebración del autoengaño. Un burdo trampantojo.

“Los partidos al final se mueren por tragarse sus propias mentiras”, dice una famosa frase, aunque haya otros venenos y circunstancias más o menos invisibles mortales de necesidad. Allí Putin desgranó minuciosamente el clásico discurso falsario, moralista para incautos, de la extrema derecha europea y americana. Y defendió el cristianismo frente al relativismo moral de occidente, como Franco, atacó a las decadentes democracias liberales, igual que nuestro General Superlativo, y alertó de conjuras y contubernios, y se erigió en defensor de la fe de Cristo, delante del pope ortodoxo, al que se le caía la baba por sus barbas blancas, las gloriosas tradiciones… incluida el machismo, con el peligro del feminismo y el progresismo.

Y ante la cruda evidencia de la guerra y de la numantina resistencia de los ucranios convertidos en pueblo libre y unido, declara la legitimidad de un referéndum forzoso con las bayonetas o las metralletas señalando la X en el recuadro del ‘Sí buana’; y frente a la humillación de la derrota, el zorro que atrapa al oso, cambia el decorado de la epopeya por el de la tragedia. Si no se me da lo que quiero, aprieto el botón nuclear.

No hay que ser alguien con un cerebro excepcional lleno de información privilegiada para asumir que la larga paz de Europa fue posible por el pánico de los dos superpoderes al estallido de los megatones. Fue la ‘destrucción mutua asegurada’ el principio que desactivó el peligro nuclear aún cuando se llegara a un conato de ‘solución final’: crisis de los misiles en Cuba, octubre 1962, y la de los euromisiles en Europa, finales de los 70 y principios de los 80 del siglo XX.

No gana el que dispara primero, aunque tenga buena puntería. En realidad es el que más perderá porque todos los demás lo tomarán como objetivo. Una escalada hacia el ‘gran hongo’ es la manera más rápida de convertir a Rusia en una enorme fosa común, que Dios o quien proceda, Ilustración o método científico mediante, no lo quiera.

Todos los aliados o los indiferentes, por anti-occidentalismo o papanatismo, han terminado por mostrar abiertamente su distancia, significativa incluso en el lenguaje verbal o gestual de la diplomacia más alambicada, sofisticada o florentina como la china o la india, o los equidistantes, o la extrema derecha europea, una de las grandes receptoras del ‘euro de Moscú’. Han frenado en seco. Sienten el tremor del volcán, que viene a ser como el ronroneo de un tigre siberiano.

El trumpista ‘hagamos a Rusia grande de nuevo’, porque los extremos se tocan. Tan de otro mundo como si algún tarado pretendiera ‘reconquistar’ América para la Corona de España

El lienzo romántico se ha rasgado. El miedo se ha contagiado. No solo se siente, está presente en las élites, la vergüenza de sucesivas derrotas y humillaciones, y el fracaso de una estrategia mentirosa. Cientos de miles de rusos han huido de su paraíso imaginario para no ser reclutados forzosos “y morir congelados” en una tierra real. Más de 50.000 soldados pueden haber muerto en combate mientras el ‘ejército rojo’, ya desteñido, se bate en vergonzosa retirada.

‘La’ pregunta, dentro o fuera de la Federación es cuándo alguien con poderes, por supuesto, incluida la corte de oligarcas, le dará el finiquito al putinismo. Como recuerdan los altavoces de AENA en los aeropuertos: “vigile el equipaje, por su propio interés”.

Hasta ahora los verdaderos problemas rusos han estado dentro: lo mismo que el boicoteo del Plan Marshall primero, después fue en la práctica vértigo por el desdén y la falta de visión para aprovechar las oportunidades que le ofreció la Alianza Atlántica. Sin occidente ¿con quién comerciará, a quién venderá su gas, su petróleo y sus materias primas cuando su desafío matón ha acelerado las energías ‘soberanas’ y alternativas?, ¿a su impasible competidor chino que aprovechará sin mover una pestaña la ausencia rusa de los mercados?

Uno de los indicadores más tempranos de la contestación interna ha sido la imparable cadencia de extraños envenenamientos y suicidios en la cúpula de la cópula. El número de oligarcas y altos directivos del conglomerado militar-industrial-saqueador que se han ido suicidando de extraña manera es un fiel sismógrafo del desengaño y el fracaso del presidente de la autocracia poscomunista entre los propios suyos. Ya veremos, pero el tiempo apremia.

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Empezó dirigiendo una revista escolar en la década de los 60 y terminó su carrera profesional como director del periódico La Provincia. Pasó por todos los peldaños de la redacción: colaborador, redactor, jefe de sección, redactor jefe, subdirector, director adjunto, director... En su mochila cuenta con variadas experiencias; también ha colaborado en programas de radio y ha sido un habitual de tertulias radiofónicas y debates de televisión. Conferenciante habitual, especializado en temas de urbanismo y paisaje, defensa y seguridad y relaciones internacionales, ha publicado ocho libros. Tiene la Encomienda de la Orden del Mérito Civil.