Los asesinos con los que convivimos sin sospecharlo
En España ya se han superado las mil mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas desde el año 2003, pero las víctimas son muchas más.
En la exposición Pongamos que hablo de Madrid, que actualmente puede verse en el Museo de Arte Contemporáneo de Conde Duque en Madrid, podemos contemplar tranquilamente la representación de un asesinato por violencia de género, concretamente el momento en el que un hombre acuchilla en el cuello a una mujer que aparece ya sin sentido. Para que no dé lugar a dudas de qué tipo de violencia trata, se puede comprobar que existe una relación de pareja entre ambos, ya que el hombre mantiene la tensión apretando contra su muslo el sexo de la víctima, mientras que con la mano derecha le acaricia un pezón. Una escena de interior que a primera vista parece tratarse de la coreografía de un paso de baile de salón, pero está mostrando, a quienes lo quieran contemplar, el momento congelado de la ejecución del crimen.
Crimen Pasional es el título y es obra de Rafael Pérez Mínguez, que pintó entre 1972 y 1973 según consta en la cartela, y que el comisario de la exposición Fernando Castro Flórez, ha articulado en la sección “Los años de la movida”.
Llama la atención las palabras “crimen pasional”, un término tan obsoleto que sólo parece querer disculpar el acuchillamiento, haciendo alusión implícita al amor romántico, un sentimiento tan intenso que es capaz de hacer perder la cordura. Tratar la violencia machista como crimen pasional es una disculpa que sólo tiene la intención de encubrir y justificar a un asesino. Un hombre que previamente ha hecho un recorrido sobre el maltrato en todos los grados posibles hasta llegar al asesinato, con el único fin de mostrarse al mundo como dueño inapelable de la vida de su sometida, aquella mujer que, en su día, tuvo la intención de compartir con él un proyecto de vida.
Desde la noche de los siglos el patriarcado trata por todos los medios de encasillar la violencia de género en el ámbito privado de la clase baja, de diferentes etnias, de la de procedencia de otros países menos desarrollados culturalmente… pero la realidad es otra; son asesinatos de mujeres que se apartan de la sumisión, se rebelan ante el control, y aun en muchos casos ni siquiera esos son los motivos. Como en la mitología, las religiones, el cancionero, la literatura, el cine, el teatro… las representaciones pictóricas no son la excepción. El patriarcado lleva siglos alimentando la imagen de poder en la pareja y es inevitable pensar en Otelo y Desdémona o en la Carmen de Bizet y Merimée, por sólo citar dos ejemplos en la llamada cultura con mayúsculas. En el ámbito popular es sabida la gran aceptación que de este tipo de sucesos obtenía en el semanario El caso, pero ningún sector de la comunicación es ajeno.
Las letras de canciones son un buen arsenal del discurso machista que aparece disfrazado entre la música, por poner otro ejemplo ilustrativo sirva aquella que textualmente dice: ”…Y morirme contigo si te matas // Y matarme contigo si te mueres // Porque el amor cuando no muere mata // Porque amores que matan nunca mueren….”. El autor es Joaquín Sabina, precisamente el mismo del tema Pongamos que hablo de Madrid, que es el título de la exposición.
En estos momentos el mundo adolescente corea y baila al ritmo de mensajes machistas, mientras se adelanta hasta la infancia el consumo de la pornografía en Internet y las denuncias por violaciones aumentan sin parar, especialmente las cometidas por manadas.
En España ya se ha superado la cifra de mil mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas contabilizadas desde el año 2003, pero las víctimas son muchas más. Cómo olvidar a Diana Quer; a los niños Ruth y José, que fueron utilizados como la más cruel de las venganzas; a la joven profesora Laura Luelmo o recientemente a las cuñadas de Juanín. Son muchas, muchísimas más que las que las cifras estadística cuentan, y también hay hombres, parejas actuales, amigos y familiares víctimas de su propio género. El global de estos números ponen de manifiesto una terrible situación que atañe a todo el país. La realidad es que detrás de cada asesinato está la mano de un asesino, un hombre aparentemente normal, integrado en una sociedad concienciada contra la violencia de género, con el que hemos convivido -o seguimos conviviendo- sin sospecharlo.