¿Lobo, estás?
Hace algunos días una escuela de Barcelona fue noticia por la revisión de sus textos infantiles, declarando que 200 de ellos fueron catalogados como “tóxicos”. Entre ellos Caperucita Roja, por considerarse sexista.
No es la primera vez que este cuento es arrojado a la hoguera. En los noventa en Estados Unidos fue retirado de las listas de lecturas para menores, por el hecho de que Caperucita llevaba una botella de vino a la abuelita. Tras el último ataque armado en una escuela de ese país, resurgió la polémica, cuando la agrupación Moms Demand Action levantó una crítica antigua: dejen de prohibir banalidades como Caperucita Roja y el Kinder sorpresa y atrévanse a hacer lo que hay que hacer, controlar las armas.
Cada época cree que triunfa con sus censuras. Y fracasa en un mal que siempre vuelve, retornando de lo reprimido, aunque sea vestido de otras maneras.
Quizá sea un asunto de la modernidad que quiere convencernos de la unidimensionalidad moral o, dicho de otro modo, de que no tenemos contradicciones en el alma. Los mitos, las religiones, los cuentos populares son productos culturales que integran el conflicto humano. En sus representaciones –dioses trágicos, personajes desventurados– lo que nos ofrece es la posibilidad de elaborar nuestras pasiones, angustias y deseos cuando aún no tenemos palabras para digerirlos. La rivalidad entre hermanos, la envidia entre padres e hijos, los deseos parricidas, la codicia, las pulsiones sexuales a destiempo, la lucha interna entre el bien y el mal. La modernidad en cambio, nos convence de que eso puede ser borrado con el progreso, con una buena terapia, con un algoritmo que se adelante. Hoy se trata de iluminar toda la caverna. ¿Y el mal? Si no hay cómo integrarlo en cada uno, entonces siempre será un lobo peligroso encarnado en otro.
Lo que este siglo anuncia es que no quiere saber nada de la posibilidad de que el ser humano pueda ser un lobo para sí mismo. Para eso hay una pastilla, para que se nos pase. Sin resolver conflicto alguno.
Volvamos a la Caperucita Roja. ¿Es un cuento sexista? Sin duda, es un cuento sexual. El feminismo, así como la antropología, o la disciplina que sea, puede hacer una revisión de la cultura desde su prisma. Pero no solo desde su prisma. Si lo personal es político, entonces hay que tomar otros conocimientos respecto de lo personal. Cualquier teoría política sin teoría de sujeto, es tan estúpida como la psicología de autoayuda sin política.
Lo cierto es que respecto de la Caperucita Roja se pueden varias cosas, además de que hay alguna versión donde su protagonista es un niño varón. Se puede decir que habla del deseo sexual. No solo del lobo, sino que también de los niños. La sexualidad infantil fue uno de los descubrimientos de Freud en el siglo XIX, y que más allá de que hoy hablemos de educación sexual para arriba y para abajo, aún nos angustia el deseo infantil. Antes el pánico moral estaba puesto en ellos, en que cerraran la puerta, en los peligros de la masturbación, hoy, el pánico está en los adultos, en que dañen a los niños. El énfasis cambia de lugar, pero es la sexualidad de los menores la que sigue generando ansiedad en los adultos. Tanto así, que los padres consultan a especialistas por niños cada vez más pequeños o por conductas sexuales propias de la edad. Activan las alarmas, cuando no son capaces de decir ellos mismos: eso no se hace (por ahora).
Tal vez porque a nosotros también nos da pánico reconocer esa opacidad: que a veces algo nos llama a buscar al lobo en el bosque, nos convoca lo desconocido. Pero saber eso es fundamental en la prevención de los abusos sexuales, y otros tantos también.
Podemos hacer cuentos donde existan principalmente heroínas y comida saludable. Cierto, vamos en contra de un modelo sexista. Pero no podemos vaciar los relatos de contradicciones, los niños merecen un soporte donde identificar sus conflictos. A punta de fábulas y lecciones morales, lo más seguro es que es que criaremos lobos, que es lo mismo que decir, sujetos que se creen buenos.
Este post se publicó originalmente en latercera.com.