'Lo sentimos, con pañuelo no': Mi experiencia buscando trabajo como musulmana

'Lo sentimos, con pañuelo no': Mi experiencia buscando trabajo como musulmana

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Hace unas semanas comencé una búsqueda activa de trabajo como periodista. No tenía por qué ser un trabajo fijo, también me conformaba con unas prácticas. Redactar el currículum, enviarlo y esperar: así una y otra vez.

Después de más de 15 emails sin respuesta, al fin recibí un correo en mi bandeja de entrada: una invitación a una entrevista. Di saltos de alegría, no me lo podría creer. Hasta me fui de compras para causar una buena impresión en ese primer encuentro.

Nerviosa como si fuera mi primer día de colegio, acudí a la redacción y me senté frente a mi (ojalá) futuro jefe. Parecía amable, la entrevista transcurrió sin problemas, nos reímos mucho y finalmente me dijo: "Menerva, me parece que escribes realmente bien y que tienes un estilo muy personal, pero también opino que el atuendo es un asunto privado".

Aliviada, respondí: "Gracias, yo también lo veo así, así que me alegro de que el pañuelo no sea un problema".

Sonrió: "No, creo que no nos hemos entendido. Cuando digo que es algo privado, me refiero a que es algo que no debe suponer un problema en el trabajo".

"Ah, pensaba que con 'privado' se refería a que es mi decisión elegir lo que llevo puesto", contesté.

Asintió: "Por supuesto, pero creo que el pañuelo podría generar algo de revuelo en la redacción y no quiero que nadie se distraiga, quiero que trabajen tranquilamente".

No entendía nada: "¿Revuelo? Es un trozo de tela. Ni siquiera sabe por qué lo llevo puesto. ¿Acaso le parece que estoy oprimida?"

El jefe trató de explicármelo: "Para nada, tampoco soy racista ni nada por el estilo, es más, tenemos una becaria negra y a mí me encanta la comida china".

Le interrumpí: "¿Por qué me ha invitado? En la foto del currículum salgo con pañuelo y usted me ha invitado igualmente. ¿Por qué?"

"Porque escribe usted realmente bien", adujo.

"¿Y no basta con eso?"

"Desgraciadamente, con pañuelo, no", zanjó.

"Esto no es ninguna mezquita"

Me levanté y me dirigí a la puerta, pero antes de irme, añadí: "¿Sabe?, nunca he considerado que mi pañuelo fuera un obstáculo y jamás me he considerado a mí misma una víctima. Ahora tampoco lo veo así, pero pienso que usted sabía perfectamente cómo iba a acabar esto. Alguien que envía su foto con pañuelo, no acude sin él al trabajo".

"Deje de hacerme sentir que soy una persona horrible", contestó. "Hace un mes vino aquí una chica con una falda que parecía un cinturón, hasta me llegaba el olor de su vagina. Esto es una redacción, no una mezquita o un burdel".

"¿Es usted tonto? ¿Cómo puede hablar así de las mujeres que postulan para sus puestos y a las que usted invita a entrevistas? ¿Dónde está el respeto mutuo? ¡Es usted el jefe de redacción!".

"No sea usted hipócrita, seguro que por la noche cuando se quita esa cosa y se acuesta con su marido no tiene un aspecto tan distinto a esa mujer de la minifalda", me soltó.

Me quedé perpleja y me fui. No veía sentido a continuar con la discusión.

Me sentía algo afligida, pero aún tenía fuerzas para seguir enviando currículums.

Al fin conseguí encontrar trabajo

Algunas semanas después encontré unas prácticas en una redacción muy conocida y estaba muy contenta. Mi equipo era genial, a nadie le importaba el pañuelo y el ambiente de trabajo era magnífico.

Sin embargo, hubo un momento en el que me di cuenta de que una de mis colegas no podía soportarme. Lo notaba todas las mañanas: siempre que yo llegaba a la redacción, ella ponía los ojos en blanco y ni siquiera se esforzaba en disimularlo.

Entonces murmuraba con otros colegas y se señalaba la cabeza. ¿Se refería al pañuelo? Traté de ignorarlo, pero soy de ese tipo de personas a las que les gusta aclarar las cosas. ¿Era buena idea dirigirme a ella directamente?

La situación se alargó durante varias semanas y entré en la recta final de mis prácticas. Sentí que tenía que hablar con ella. Un día quise intentarlo, pero ella me evitó: "Tengo que irme ya mismo, hablamos mañana". A través de la ventana pude ver cómo salía del edificio.

Tenía que hablar con mi compañera

Al observar cómo salía del edificio, vi algo que me sirvió como lección de vida: la recogió una mujer, seguramente su amiga, que – para mi sorpresa – llevaba pañuelo.

Mi último día de trabajo me propuse hablar con ella y explicarle que tenía la sensación de que le pasaba algo conmigo.

Asintió: "Entras aquí todas las mañanas con una sonrisa de oreja a oreja. Hablas de cualquier cosa a las seis de la mañana y te ríes a carcajadas. Al principio me molestaba mucho, pensaba que te faltaba un tornillo. Esto me molestaba mucho, hasta que un día me di cuenta de que, en realidad, molas bastante".

La abracé y me reí mucho: "Pensaba que era por el pañuelo", le dije.

"Dios mío, no, mi mejor amiga también lleva pañuelo", exclamó.

Ese fue mi último día en la redacción. Fue un trabajo en el que disfruté cada día al máximo y aprendí muchísimo.

Volví a encontrarme con el hombre de la primera entrevista

Subí al ascensor y casualmente me encontré con el redactor jefe con el que había tenido la peor entrevista de mi vida. Supongo que tenía una cita en la redacción.

"Menerva, ¿qué haces aquí?"

"Acabo de terminar mis prácticas en la redacción".

"¿En serio? ¿Cómo lo has conseguido?"

"Se la chupé al jefe".

"Pero si es una mujer".

"Exacto".

Jamás olvidaré esa mirada de desconcierto. Jamás. Salí del ascensor sintiéndome de maravilla. A los musulmanes nos enseñan desde pequeños que si a alguien no le gustamos, se debe a nuestra religión. Pero no es verdad. Puede ser que simplemente no le caigamos bien a alguien. Puede ser que se deba a que estamos pletóricas a las seis de la mañana y estemos poniendo a nuestros compañeros de los nervios.

A menudo se nos reduce a un simple pañuelo en la cabeza

Sin embargo, el problema no tiene por qué estar relacionado con el pañuelo. A menudo se nos reduce a un simple pañuelo en la cabeza, por eso empezamos a reducirnos nosotras mismas a eso. Gracias a mi compañera y a su mal humor por las mañanas pude abrir los ojos y darme cuenta de esto.

En todas partes hay hombres o mujeres sexistas. Yo me sentí hundida cuando el jefe de redacción se comportó como un imbécil conmigo y me soltó una sarta de comentarios machistas.

Pero el efecto secundario fue que acabé en una redacción de mucho renombre, con mejores condiciones y que pude demostrarle finalmente que las cosas no tienen por qué ser como él piensa. Y lo mejor de todo: no solo se lo demostré a él, también me lo demostré a mí misma.

Este artículo fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Alemania y ha sido traducido del alemán por María Ginés Grao.

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