Lo que queda vivo de la Declaración de Independencia en los EEUU de Trump
El 4 de julio de 1776, las Trece Colonias Norteamericanas ponían el resto en la guerra que tenían abierta con el Reino Unido y declaraban que quedaban constituidas en estados soberanos e independientes, libres del yugo de la metrópoli. Juntos parieron una nueva nación, los Estados Unidos de América. Todo quedó negro sobre blanco en una declaración de independencia datada en Filadelfia, que salió adelante con 12 votos afirmativos y una abstención (ay, Nueva York...) y que es la base de la fiesta nacional del país más poderoso del mundo.
Cuando esas líneas tan inflamadas y con tantos buenos propósitos cumplen 243 años, las repasamos para ver lo que de ellas queda en mitad del mandato de su 45º presidente, el republicano Donald Trump, el más inesperado y polémico de la historia reciente del país y que ya pelea por la reelección.
“Cuando en el curso de los acontecimientos humanos se hace necesario para un pueblo disolver los vínculos políticos que lo han ligado a otro y tomar entre las naciones de la tierra el puesto separado e igual a que las leyes de la naturaleza y el Dios de esa naturaleza le dan derecho, un justo respeto al juicio de la humanidad exige que declare las causas que lo impulsan a la separación”, dice uno de los preámbulos más famosos de la historia, explicando los motivos de la desconexión. Luego prosigue:
“Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales, que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad...”. ¿Verdades evidentes? Quizá se veía todo más claro entonces. La ciencia pierde terreno desde la primera idea, la concepción de la vida, con el apoyo de Trump a la creciente alfabetización bíblica en las escuelas públicas, impulsada ya en seis estados republicanos, muy en línea con los defensores del creacionismo. La apuesta atenta contra la libertad de religión en los Estados Unidos y la separación entre Iglesia y Estado recogidas en su Constitución, denuncian los grupos laicos. Porque, por mucho que se citara a Dios en la declaración de independencia, cada cosa quedó en su sitio, bien diferenciada, a la hora de legislar.
Si analizamos los derechos, lo único que iguala a los ciudadanos es su pasaporte norteamericano (no hablamos, aún, de inmigración). Aunque la economía patria va viento en popa, aún existen más de 40 millones de personas viviendo en la pobreza, 8,5 millones en la pobreza extrema y 5,3 millones más viven en condiciones propias del tercer mundo. Son datos de la ONU que confirman que EEUU es el país rico con mayores niveles de desigualdad de ingreso y de riqueza.
Esa desigualdad “se manifiesta en bajos niveles educativos, un sistema de salud inadecuado y la ausencia de protección social para la clase media y los pobres, lo que a su vez limita sus oportunidades económicas e inhibe el crecimiento general”, en palabras del relator sobre pobreza extrema y derechos humanos de Naciones Unidas, Philip G. Alston. Y no hay visos de mejora cuando, por ejemplo, se persigue el primer intento de extender la atención médica al 15% de la población que se estima que no tiene seguro médico en el país, el llamado Obamacare.
¿Derecho a la vida? EEUU sigue aplicando la pena de muerte. Lleva diez años siendo el único que lo hace en todo en continente americano. Según datos de la memoria anual de Amnistía Internacional, el número de ejecuciones (25) y condenas a muerte nuevas (45) registradas durante 2018 aumentó ligeramente con respecto a 2017.
También está lo de la “búsqueda de la felicidad”, tan hermoso. El problema es que a algunos no los dejan ni soñar con ella: ahí están los dreamers, los jóvenes inmigrantes sin papeles que entraron en el país siendo niños. Trump canceló el programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA), que permite a más de 700.000 de ellos permanecer legalmente en Estados Unidos, pero aún sigue en vigor por varios recursos judiciales. Por cierto: EEUU ocupa el puesto número 19 en el ránking mundial de felicidad (España, el 30).
Un gobierno que nace
″(...) que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad”, abunda la declaración.
Es innegable que EEUU ha sido para el mundo un espejo de democracia en el que mirarse, pionero en su manera de dejar en manos del pueblo las riendas de su destino. Y, aún así, tiene algunas lagunas, como la implicación de los ciudadanos en las decisiones, que es pequeña, y la lejanía de sus políticos, muy grande. De ahí que la participación en las elecciones sea, desde hace muchos años, inferior al 50% del electorado.
En cuanto a las leyes electorales, también dista del principio “una persona, un voto”, lo que siempre genera complicaciones a la hora de calibrar el peso de cada estado y su representación justa en las cámaras. Más aún, si hablamos de territorios determinantes como Florida y Ohio, en los que se han jugado las elecciones presidenciales de estos años, en un pañuelo.
Recientemente, también han saltado a la luz sospechas sobre la limpieza de los resultados, más allá de las papeletas mariposa. Hablamos de la llamada trama rusa, la presunta conexión del entorno del presidente Donald Trump con Moscú para ganar las elecciones de 2016. “No podemos determinar si el presidente Trump cometió o no un delito”, ha determinado el fiscal especial Robert Mueller.
“La prudencia, claro está, aconsejará que no se cambie por motivos leves y transitorios gobiernos de antiguo establecidos; y, en efecto, toda la experiencia ha demostrado que la humanidad está más dispuesta a padecer, mientras los males sean tolerables, que a hacerse justicia aboliendo las formas a que está acostumbrada. Pero cuando una larga serie de abusos y usurpaciones, dirigida invariablemente al mismo objetivo, demuestra el designio de someter al pueblo a un despotismo absoluto, es su derecho, es su deber, derrocar ese gobierno y establecer nuevos resguardos para su futura seguridad”. En este tramo, la declaración prepara el terreno para explicar por qué va a romper con Londres, por qué es necesario pelear cuando los ciudadanos sufren.
En el plano interno no hay debate, la maquinaria democrática funciona. Se puede echar a un presidente con un impeachment y listo. Otra cosa es que entremos a ver lo que ha hecho EEUU en el plano internacional: en qué países ha apoyado (o promovido) alzamientos y golpes contra Gobiernos legales o no o por la autodeterminación. Por quedarnos en la era Trump, tenemos el caso de Venezuela, donde abiertamente apoyan el derrocamiento de Nicolás Maduro por la figura de Juan Guaidó y donde no descartan ni una intervención militar. Y, en el lado contrario, la causa de Palestina, silenciada y negada; Jared Kushner, yerno del presidente, ha puesto en duda incluso que los palestinos puedan gobernarse por sí mismos.
Los reproches
“Tal ha sido el paciente sufrimiento de estas colonias; tal es ahora la necesidad que las obliga a reformar su anterior sistema de gobierno La historia del actual Rey de la Gran Bretaña es una historia de repetidos agravios y usurpaciones, encaminados todos directamente hacia el establecimiento de una tiranía absoluta sobre estos estados. Para probar esto, sometemos los hechos al juicio de un mundo imparcial”, prosigue. Y comienza la lista: hasta 25 oprobios de Londres (puedes leerlos aquí), que van de la falta de sanción a “leyes que son íntegras y necesarias para el bienestar público”, a la negativa a “aprobar otras que alienten la migración”, pasando por obstrucción “a la Administración de Justicia” con “jueces dependientes”.
Salvando todas las distancias, podemos calzar estas quejas en situaciones presentes: las normas de Trump que endurecen las condiciones para migrar (ha vetado a las personas provenientes de seis países de mayoría musulmana musulmanes y amenaza con expulsar a millones de extranjeros), las investigaciones al presidente por obstrucción a la Justicia por parte de Mueller o el nombramiento polémico de jueces del Supremo, legales dentro del juego político, pero poco equilibrados.
“En cada etapa de estas opresiones, hemos pedido justicia en los términos más humildes: a nuestras repetidas peticiones se ha contestado solamente con repetidos agravios. Un príncipe, cuyo carácter está así señalado con cada uno de los actos que pueden definir a un tirano, no es digno de ser el gobernante de un pueblo libre”, señala igualmente la declaración. Hoy hay partidos, votaciones, alternancia y, también, tras los Kennedy, otra familia real, la Trump: el rey Donald, la reina Ivanka -vale, debería ser Melania, pero está absolutamente desplazada-, los otros hijos que no heredarán el cetro pero acaparan titulares: Donald Jr, Eric, Tiffany y Barron...
“Tampoco hemos dejado de dirigirnos a nuestros hermanos británicos. Los hemos prevenido de tiempo en tiempo de las tentativas de su poder legislativo para englobarnos en una jurisdicción injustificable. Les hemos recordado las circunstancias de nuestra emigración y radicación aquí. Hemos apelado a su innato sentido de justicia y magnanimidad, y los hemos conjurado, por los vínculos de nuestro parentesco, a repudiar esas usurpaciones, las cuales interrumpirían inevitablemente nuestras relaciones y correspondencia. También ellos han sido sordos a la voz de la justicia y de la consanguinidad. Debemos, pues, convenir en la necesidad, que establece nuestra separación, y considerarlos, como consideramos a las demás colectividades humanas: enemigos en la guerra, en la paz, amigos”. Con esas palabras, el cisma quedó consumado. Reino Unido pasó a ser un país más a ojos del nuevo estado, para bien y para mal.
Hay una reciente queja a propósito de otra “sordera”, hecha por Trump a los socios europeos de la OTAN. Las relaciones entre los estados de las dos orillas atlánticas se han resentido últimamente por la exigencia de EEUU de que se aporte más dinero a la Alianza (“no seremos más la hucha de nadie”, anuncia el presidente) y por la decisión de algunos grandes estados como Francia o Alemania de apostar por lo que llaman “independencia estratégica”, esto es, una menor dependencia de Washington. El republicano llegó a decir que la OTAN estaba “obsoleta” y era mejor abandonarla. Luego, sus quejas han quedado en palabras. No hay ruptura a la vista, aunque enfada que algunos no quieran que la Casa Blanca lleve siempre el timón.
Pleno poder
“Por lo tanto, los Representantes de los Estados Unidos de América, convocados en Congreso General, apelando al Juez Supremo del mundo por la rectitud de nuestras intenciones, en nombre y por la autoridad del buen pueblo de estas Colonias, solemnemente hacemos público y declaramos: Que estas Colonias Unidas son, y deben serIo por derecho, Estados Libres e Independientes; que quedan libres de toda lealtad a la Corona Británica, y que toda vinculación política entre ellas y el Estado de la Gran Bretaña queda y debe quedar totalmente disuelta; y que, como estados libres o Independientes, tienen pleno poder para hacer la guerra, concertar la paz, concertar alianzas, establecer el comercio y efectuar los actos y providencias a que tienen derecho los Estados independientes”, dice la proclamación final.
En esas está EEUU. Es la primera potencia mundial, con permiso de China, que aspira a quitarle el puesto antes de 2030 y con la que pelea a cara de perro, como se aprecia en la actual guerra comercial que ambas potencias se traen entre manos, levemente suavizada en el G-20 de la semana pasada. Washington hace y deshace a su voluntad acuerdos comerciales (USMCA, NAFTA) o defensivos (el de Irán, de 2015, o el Tratado de control de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio con Rusia, de 1987). A veces, hasta con sus principales aliados en contra. En cuanto a conflictos armados, EEUU sigue enlodado en el barro reseco de Afganistán, de Irak, de Siria... Tiene el mayor ejército del mundo, con un presupuesto de 581.000 millones de dólares y más de 7.500 ojivas especialmente disuasorias, las nucleares. Un blindaje formidable en menos de tres siglos.
“Y en apoyo de esta Declaración, con absoluta confianza en la protección de la Divina Providencia, empeñamos nuestra vida, nuestra hacienda y nuestro sagrado honor”, cierra el texto.
Feliz 4 de julio.