'Lo fingido verdadero': ¿es Lope un buen dramaturgo?
Este sería uno de los borrones del maestro.
A la vista del estreno del montaje de Lo fingido verdadero de la Compañía Nacional de Teatro Clásico es que no. Lope no es un buen dramaturgo, si solo se tiene en cuenta esta obra. Aceptando que todo maestro hace un borrón, más si se tiene el volumen de obras que tiene dicho autor, este sería uno de esos borrones de Lope.
Motivo, fundamentalmente, que no se sabe qué pinta la primera jornada. Esa en la que hay soldados romanos luchando en una lejana, lejanísima tierra contra los persas, muertos de hambre y sin dineros para comprar siquiera un mendrugo de pan. ¿En qué cambia la obra si se quita esa primera parte? Pues en nada. Por tanto, ¿no hubiera sido mejor quitarla y no dejar la obra tan larga?
Si vamos con la segunda jornada, donde uno de esos soldados sin salario ha sido alzado a César, pues vale, sirve de presentación de personajes. Del César o Césares, de la esposa de uno de ellos, de (san) Ginés, y de la compañía teatral de la que este es un celebrado director y dramaturgo.
Aunque, ¿qué tiene que ver en esta jornada la pareja de jóvenes actores, amantes, y que acabarán casados en esta trama? ¿Y los celos que tiene de Ginés el chico de la pareja? ¿Y la figura del padre? Parecen pues relleno, una trama que no va a ningún lado. Filigrana o entretenimiento. Hay que esperar que nadie diga que mostrar que Ginés es un hombre y como hombre tiene deseos (hetero)sexuales aunque vaya para santo.
Llegando a la última jornada y la problemática conversión. Así, porque sí, porque Ginés lo dice y lo vale. Que dice oír voces, o la voz divina, que le dictan textos teatrales para representar. ¿Alucinaciones auditivas en el contexto de una enfermedad mental?
Parece, pues, que la trama tal y como se ve en el escenario, no soporta un análisis crítico. Ante esto, los que hayan leído muchos estudios académicos y tengan un discurso aprendido, lo defenderán ¡que es un Lope! o dirán que sus versos merecen la pena. En este caso habría que leerse el texto, pero ¿es esto algo que hagan normalmente los espectadores? Pues, no, no suele ser habitual, ni siquiera los que van a los clásicos. Aunque no faltara quien lo haga, y quien a estos los llamen frikis, y en los bares les denominen con alguna palabra más grosera.
¿Y los versos? ¿Son relleno y filigrana? También lo parecen en algunos momentos. Por otro lado, la forma de decir de la escuela y los maestros de Fuentes de la Voz esta vez no parece ayudarlos. Una forma de decir que se ha institucionalizado tanto que muchos actores, buenos como los de esta obra, creen que manteniendo la prosodia, el texto se entenderá y no, no es así. El texto, además de ritmo y rima tiene palabras que los poetas ordenan no solo en función de la musicalidad, sino de sentido. Y los poetas, por el hecho de serlo, se lo saltan cuando mejor les venga para sus propósitos.
Una prosodia que no puede con Israel Elejalde, que, aun manteniendo esa forma de decir, es capaz de superarla. En esta obra, por el tema se podría decir, que es capaz de transcenderla. Claro que según cuenta algún periódico se ha preocupado de saber qué significan más de doscientas palabras incluidas en el texto que le eran totalmente ajenas.
Aunque nada como lo que hace Álvaro de Juan. Lo mejor de la función es su escena cuando describe a César los animales que puede ver y que han traído a Roma. Seguir la prosodia de las Fuentes y aún sí permitir que el espectador entienda lo que dice y abrirle la imaginación a esos animales fantásticos del texto, arrastrándose como si fuera uno de ellos, es de premio. Para el actor y para quien lo pensó así.
Lo demás, pues se entiende mal o poco. ¿Cuál es el objetivo de que en todo momento estén los actores que van a representar a los personajes en los bordes del escenario, incluso en las butacas de la primera fila? ¿Indicar o señalar que la representación es un fingir? Ah, que eso no se sabía y el público del clásico menos ¿verdad?
Contar que el teatro barroco bebía los vientos por la representación de la representación. Que la vida está llena de representantes, como se llama en este texto a los intérpretes, palabra en la que se insiste en demasía y que marca demasiado cada vez que sale. Sobre todo, por el uso tan extraño a los oídos actuales, que es oírla y colocarla en otros contextos. Puede que se haya olvidado que se vive en un mundo que infectado de las poses en Instagram.
Es cierto que tiene aciertos. Algunos sutiles, como ese espacio desnudo que poco a poco se va haciendo un escenario, con su telón y sus fluorescentes. Algunas escenas que están resueltas con gracia, simpatía, como las cabezas que aparecen entre las dos cortinas del telón. La iluminación de Cornejo. Alguna intervención musical. El uso de la voz microfonada. Y algunas notas de dirección de Lluis Homar, como esa escena robada a Ángeles en América de Tony Kusnher, que muestran su buen gusto y buenas referencias.
Sin embargo, la producción parece trabajada por escenas y no como un arco dramático de toda la obra. Por eso no se ve la necesidad de aparición de Ginés y su compañía o se ve como caprichosa. Y solo así se entiende ese final (atención spoiler) con Elejalde crucificado y ensangrentado, elevado en mitad del escenario. Excesiva, quizás innecesaria, para la aparente contención que tiene el montaje, pero bella, eso hay que reconocérselo.
Tal vez, por todo lo anterior que la convierte en una producción fallida se apela a la complejidad de la obra para ser montada. Y no, no es compleja sino una obra que, al menos como se ve en escena, pide a gritos ser intervenida en el texto. Sí, mirar a Lope como un ser humano, por tanto, falible, aunque acertase la mayor parte de las veces. Al menos, intervenida para ser representada hoy en día. Además de buscarle una justificación más allá de que en el Teatro de la Comedia se estén representado obras clásicas de tema romano.
Porque ¿qué tiene que contar hoy Lo fingido verdadero? ¿Qué hace de esa obra un clásico? ¿Qué de tanto fingir uno se convierte en lo que finge? ¿Qué de tanto representar se convierte en lo que se representa? De ser así, son buenas noticias, porque ¿hay alguien rico y poderoso que no finja ser respetuoso y buena persona? ¿O a alguien que gobierna o pretenda gobernar que no quiere que se le vea como un buen gobernante y un gobernante bueno?
A no ser que sea lo contrario. Que hay que fingir con tanta verdad, como un representante, es decir, como un buen elenco. Hasta que lo fingido parezca verdadero, aunque no lo sea. Entonces, habrá que ponerse el cinturón que vienen curvas con tantos representantes al volante y serán muchas. ¡Qué peligro!