Llega Pedro Sánchez, llega el Apocalipsis
Se cierra la primera semana con Pedro Sánchez como presidente y todavía no han ardido las iglesias.
El Gobierno aún no ha roto a llorar tras el parto y ya tenemos unas cuantas certezas: ni está especialmente concernido por la conciliación —investiduras en sábados, domingos y decisiones en fiestas de guardar— y habrá transparencia, aunque de una forma muy peculiar. El goteo de nombramientos ministeriales carece de cualquier lógica comunicativa y deja un regusto a opacidad que, si no existe, al menos lo parece.
El caso es que este lunes los ministros prometen o juran el cargo y, entonces sí, el Ejecutivo deberá hacer aquello a lo que le han encomendado los ciudadanos: gobernar. Por eso todo lo que han podido leer, escuchar o ver hasta ahora es pura palabrería. Tinta y palabras que se llevarán el viento, y aquí no ha pasado nada. La realidad legislativa empieza la próxima semana y será a partir de entonces cuando se pueda empezar a juzgar al nuevo Ejecutivo no por lo que se dice que presuntamente parece que tiene previsto hacer, sino por lo que hace.
Pero a muchos les da un poco igual: el sonido ambiental es tan rotundo, está tan plagado de frases poderosas, de convencimientos tan profundos, de certezas basadas en apriorismos, que añadir más ruido al ruido y a la furia que atrona cada una de las conversaciones, debates, artículos y opiniones produce, como poco, cierto pudor. Por suerte, pasan las horas, transcurren los días, y la realidad va desmontando todos esos gritos que advertían del advenimiento del Apocalipsis a partir del primer segundo en el que Sánchez fuera investido presidente del Gobierno.
Se leen comentarios, artículos y tuits y cualquiera que sea ajeno al día a día político tiene la lógica tentación de coger el primer avión a Australia. O a la luna. Que vamos a morir todos es una certeza, pero escuchando estos cantos catastrofistas parece que vaya a ser Sánchez el que nos vaya a matar. Uno a uno, con sus propias manos y empleando toda la saña.
España, vaticinan esos profetas del Armagedón, va a estar gobernada —de hecho ya lo está—por chavistas bilduetarras cuya única vocación, desde que se levanten hasta que se acuesten, será la paulatina destrucción del país: no de su unidad como nación, sino la aniquilación literal de España. Como si Sánchez y sus más de 20 ministros no fueran a tener otro cometido en los próximos años que perforar calles, destruir edificios y crear caos y desolación por doquier.
Malas noticias para esos profetas: las empresas no se han nacionalizado, las banderas comunistas no ondean en los edificios oficiales, no se han producido expropiaciones, no se han construido chekas ni organizado ‘paseos’. La Constitución no ha sido pisoteada y Cataluña no ha declarado su independencia, ni el País Vasco ni Galicia ni Bollullos Par del Condado. La vida sigue igual.
Culminamos la primera semana con Pedro Sánchez como presidente del Gobierno y todavía no han ardido las iglesias, no se ha cerrado ningún medio de comunicación, los debates —de izquierda, de derecha, o de extrema derecha— se siguen celebrando sin novedad en el frente, y los más acérrimos antisanchistas siguen opinando lo que les place en sus redes sociales o allá donde haya alguien dispuestos a escucharles. Como debe ser.
En cualquier caso, para estos apocalípticos tan integrados la realidad no debe ser, en ningún caso, un argumento de peso como para abandonar la tesis de que estamos asistiendo a los primeros movimientos que culminarán con el fin de la democracia. Están tan obcecados en dibujar un futuro tan desolador que, en vez de un cuadro tenebroso, les sale un pueril pastiche. No se dan cuenta, en fin, de que con su empecinamiento terminarán haciendo bueno a Pedro Sánchez por convertirse en ese presidente que nos salvó del tan cacareado Apocalipsis.
Es para echarse a temblar —o, más recomendable, para sufrir un ataque de risa—, que un periódico presuntamente serio escriba este tuit: “¡Que vienen los comunistas! Si una suerte de plaga bíblica no lo remedia –que no parece–, el Reino de España tendrá en la mesa del Consejo de Ministros a varios titulares de militancia y obediencia comunista”.
Hay más, por supuesto: una cadena de televisión que ven cuatro gatos publica un texto de título acongojante: “Los comunistas que provocaron la Guerra Civil vuelven al Gobierno”. Como dijo Rajoy en una de sus célebres frases: ¿Ustedes piensan antes de hablar o hablan tras pensar?
Y un tercero, que tal vez ejemplifique como ninguno la estrategia del todo vale, lo aporta el diputado nacional por Vox Javier Ortega Smith quien, al ser preguntado por por los recién nombrados ministros de PSOE y Unidas Podemos, se despachó con un “Voy a ser muy sincero, no les conozco pero seguro que son muy malos todos”.
Lo más desolador es que ese clan de los apocalípticos lo forman rotundos defensores de España que, en realidad, no hacen nada en favor de España. Son aquellos que lanzan ataques a siniestra —a diestra nunca— sin importar ni el daño ni las consecuencias, pero luego tienen una piel delicadamente traslúcida cuando son ellos objeto de crítica. Son los que restan, no suman; los que gritan, no razonan; los que se levantan cada mañana, se ponen el traje de salvadores del país y sólo generan ruido, furia. Amargura.
Pedro Sánchez empezará a gobernar esta semana: opinemos desde entonces por lo que hace, no por lo que creemos que va a hacer. Lo de conceder los cien días de cortesía, ya tal...