Leonardo DiCaprio de 20 a 25

Leonardo DiCaprio de 20 a 25

Hoy en día a la juventud no se la respeta. Al contrario, se la adultera;

Camila Morrone era, hasta hace unos días, novia de Leonardo Dicaprio.FADEL SENNA via AFP via Getty Images

Descubro sin estupor alguno que Leonardo DiCaprio solo se relaciona íntimamente con jóvenes de entre veinte y veinticinco años. Y digo sin estupor, porque, a estas alturas, no representa ninguna novedad. Se alinea con lo que instituyen la televisión, el cine o las redes sociales. A otras figuras públicas se les reprocha establecer una vinculación afectiva con mujeres mayores que ellos; no sé a qué viene, por tanto, ni la sorpresa ni el desconcierto.

Lo que sí me asombra es el extraño requiebro hacia el universo teen. Ese sí debería causar pasmo e indignación. Cuando yo era adolescente, las niñas no queríamos ser princesas, sino mujeres. Y esto, hasta hace muy poco, implicaba comportarse diferente, vestir diferente. Saberse diferente. Algo que, en este contexto, resulta intrincado.

No sé si recordarán la comedia de Irving Reis El solterón y la menor (1947). Si no la han visto, se la recomiendo encarecidamente, ya que así comprenderán cómo hace casi ochenta años, ser adolescente era sinónimo de ser persona en construcción. Esto significaba ser observado como proyecto de un ser humano aún incompleto y, por lo tanto, necesitado de respeto y tiempo. En modo alguno un adulto quería imitar a un adolescente; aquello sonaba tan retorcido como sospechar que El David de Miguel Ángel anhela volver a ser el boceto que algún día soñó ser forma.

  Cartel de la película 'El solterón y la menor'.EL HUFFPOST

En la cinta, una jueza (Mirna Loy) se hace cargo de su hermana adolescente (Shirley Temple), mientras esta cae prendida ante un atractivo artista (Cary Grant). Lo lógico hoy en día sería pensar que Grant se sintiera seducido por la niña, por sus ademanes torpes, su peinado infantil y sus ínfulas de futura mujer. No obstante, y esto lo celebro, él se siente atraído por alguien de su edad, por la jueza, una persona consciente de su lugar en el mundo y de su mente. Ya construida.

Pero hoy en día a la juventud no se la respeta. Al contrario, se la adultera; y eso envuelve tanto los productos audiovisuales que consumen, como las vestimentas que lucen. Hace años, vestir bien requería de poder adquisitivo y este dependía, al menos para nosotras, de la incorporación al mercado laboral. Quienes éramos adolescentes queríamos realizarnos, por eso estudiábamos, nos esforzábamos. Acumulábamos conocimiento mientras aspirábamos a abandonar el universo pueril en el que todo era descubrimiento, pasmo y, sobre todo, ensayo y error. 

Los adolescentes llevábamos ropa de baja calidad. Éramos inflamables, sí, pero no por sensuales, sino por plásticas. Hoy en día esta es la norma general. El plástico se ha extendido a toda edad y las mujeres somos llamadas a ataviarnos como adolescentes. Ya no se mira la adultez con ansia, sino que se observa la juventud con nostalgia.

Esto explica el modo en que las mujeres somos impelidas a vestir actualmente. Se combina mostrar el ombligo con enseñar el escote; los shorts son tan cortos que deberían figurar en la sección de bikinis y cualquier atuendo que descienda de la mitad del muslo ya es manga larga. De los cinco a los setenta, toda fémina viste igual, de pies a cabeza. Y mientras ellas lucen tacones vertiginosos, faldas que cubren la cadera y tops que no ceden espacio a la imaginación, sus compañeros varones llevan camiseta y bermudas. Es indignante hasta dónde hemos elevado el concepto de rendición.

Al tiempo que se amplifica el uso del baby botox y de las extensiones en niñas, y proliferan los tutoriales para aplicarse un maquillaje que bien podría cubrir todas las vallas de Leroy Merlin, se va perdiendo capacidad de pensar. Porque nadie desea crecer; ahora ser joven es el valor. 

Esas niñas que acumulan seguidores, que protagonizan nuestras películas, que cantan nuestros hits y que marcan la pauta (o siguen la pauta que les marcan, sin ellas saberlo), desconocen que están desaprovechando su infancia y su juventud. Pierden la capacidad de madurar, de ser ellas mismas, de descubrirse. Se les pide tonificación y esbeltez combinados con senos y nalgas de tamaño descomunal; lógico que el índice de suicidios en chicas jóvenes se eleve preocupantemente: hay poco espacio para la diferencia bajo unos shorts y un top cut out

Quizá si pensásemos más, si sintiésemos más, ahorraríamos mucha pesadumbre. Porque incluso ochenta años atrás, lo único que sonrojaba de El solterón y la menor era su título, no la trama. 

Ojalá algún día proliferen los hombres que no teman estar con mujeres que lleguen a los veintiséis. Y ojalá las mujeres no estén condenadas a parecer niñas de por vida, por exigencias de algún aciago guion.

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Lucía Tello Díaz. Doctora y profesora universitaria de cine. Directora y guionista.