Lecciones de Jacques Chirac y su época
Chirac fue un europeísta amigo de España que, como todo político, cometió grandes errores y también protagonizó importantes aciertos.
El fallecimiento del presidente Jacques Chirac, al que tuve la oportunidad de conocer y escuchar directamente por mi condición de eurodiputado, me incita a hacer algunas reflexiones al hilo de su larga carrera política y de la Europa en la que tuvo lugar.
Chirac fue un europeísta amigo de España que, como todo político, cometió grandes errores durante su ejercicio de la función pública. Pero también protagonizó importantes aciertos que, en la actual coyuntura política internacional y europea, merece la pena resaltar.
El primero de sus aciertos fue su firme convicción de que la UE era el mejor instrumento posible con el que hacer frente a los desafíos del siglo XXI. Ello se tradujo en muchas decisiones, pero me quedo con tres de ellas.
Una: su apoyo a que fuera su antecesor Giscard D’Estaing quien presidiera la convención que elaboró la Constitución Europea de 2003. Buena parte del éxito de ese ejercicio (finalmente traducido en el vigente Tratado de Lisboa) tuvo que ver con tal designación. Lamentablemente, el texto constitucional como tal no superó el obstáculo del referéndum convocado precisamente en Francia por diversas razones, como la división de los socialistas o el desgaste del propio Chirac.
Dos: su decidida oposición a la Guerra de Irak, promovida desde la Casa Blanca por George Bush Junior con procedimientos tan lamentables como la ‘Carta de los Ocho’, apoyada activamente por José María Aznar, que buscaba dividir a una Unión Europea cuya ciudadanía estaba masivamente en contra del conflicto. La guerra fue una catástrofe, el Trío de las Azores naufragó y la UE superó finalmente la crisis.
Y tres: su apuesta por que España jugara un papel protagonista en la construcción europea junto a París y Berlín, exactamente lo contrario a privilegiar la alianza de Madrid con el Washington de Bush por encima de ese objetivo, como pretendía Aznar. Basta recordar la alegría con la que Chirac conoció la victoria del PSOE en las generales de 2004 y la calurosa acogida, casi propia de un cicerone en las instituciones comunitarias, que reservó al nuevo presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, a diferencia de las gélidas relaciones que mantenía con su predecesor en La Moncloa.
El segundo de los aciertos de Chirac fue mantenerse firme frente a la extrema derecha, a cuyo candidato presidencial, Jean Marie Le Pen, derrotó de forma aplastante en la segunda vuelta de las elecciones de 2002 por obra y gracia del desistimiento republicano decidido con un sentido de gran responsabilidad, entre otros partidos, por el socialista.
Son lecciones de la historia reciente que nadie debería olvidar, porque parecen pensadas para un mundo y una Europa en la que el populismo (con Trump y Boris Johnson) y la ultraderecha tratan de volver a levantar cabeza. Y donde todavía hay quienes que gobiernan apoyándose en sus escaños como si nada pasara.
Descanse en paz Jacques Chirac.