La estrategia electoral de Le Pen que está copiando Vox
Los de Abascal tienen como objetivo, para aumentar sus resultados, calar como Agrupación Nacional en las zonas rurales y obreras.
Guerra cultural, discursos incendiarios, inmigración, religión, nacionalismo patriótico… Marine Le Pen y Santiago Abascal tienen muchas cosas en común. Pero para ser un partido mayoritario hay que ir mucho más allá. Y Vox se ha puesto un gran objetivo para intentar replicar los resultados de la Agrupación Nacional francesa: llevarse el voto del descontento de las zonas rurales y de los barrios obreros, que antes eran caladeros de los partidos tradicionales.
En Vox siguen muy atentamente lo que pasa en Francia para tratar de implantar en España algunas de las recetas de Le Pen para el hiperbólico ciclo electoral en el que se adentra el país (andaluzas en los próximos meses, municipales y autonómicas en mayo del año que viene y generales a finales de 2023). Y los de Abascal creen que todavía no han alcanzado su techo si logran entrar en esas capas amplias de la sociedad. Ese malestar fue también lo que aprovechó Donald Trump para su victoria en Estados Unidos y a lo que se agarró el Brexit para triunfar.
Hasta el momento, la zona rural había sido un campo de éxito para el bipartidismo. Podemos y Ciudadanos, los partidos que rompieron el sistema de partidos, fracasaron en ese intento y no lograron ser las opciones mayoritarias precisamente por su falta de penetración en los ámbitos rurales.
Pero Vox sí está calando en esa España gracias a un discurso que no deja al azar y que pivota en temas como la caza, los toros o la agricultura. La defensa de esta práctica no es sólo una cuestión de ideología, sino que sabe que tiene detrás muchos votos. Precisamente, un sufragio que no tenía que ser sólo de la derecha, sino que incluso era esencial para el PSOE en comunidades como Andalucía y Castilla-La Mancha.
Andalucía es la siguiente batalla y precisamente Vox sigue al alza en las encuestas. Según el último barómetro del Centra (el CIS andaluz), el PP ganaría los comicios que se celebrarán en los próximos meses, pero Vox sería necesario para la mayoría absoluta. Con un dato que impactaba a muchos: la ultraderecha conseguiría hasta 22 escaños en el Hospital de las Cinco Llagas, duplicando sus actuales 11 puestos, sin tener todavía ni candidato oficial (aunque todo el mundo mira ya a Macarena Olona). A pesar de que todo el mundo engloba a los votantes de Vox en la derecha y extrema derecha, cargos del PSOE en el interior de Andalucía están alertando a la dirección de que en muchos pueblos y pequeñas ciudades está notando fuga de sus antiguos votantes hacia el partido de Santiago Abascal.
Ese descontento social también se ha evidenciado de forma más clara en la huelga de los transportistas hace unas semanas. Y las semejanzas con Francia también aparecieron: chalecos amarillos y un lamento por las condiciones actuales. Al final el Gobierno ha logrado calmar algo la situación con el abono de 20 céntimos por litro de combustible y una serie de ayudas directas, pero erró en sus cálculos sobre el alcance de las manifestaciones. Esto fue aprovechado, de hecho, por Santiago Abascal y los dirigentes de la ultraderecha, como sucedió en el país galo con Marine Le Pen en protestas similares anteriores.
Vox sabe como Le Pen que el voto está en ese descontento y en causas económicas en muchas capas que se sienten abandonadas y cuya actividad ha decaído en las últimas décadas, esa Europa desindustrializada. De hecho, la líder francesa de la extrema derecha ha basado su campaña de las presidenciales en suavizar su imagen, frenar el miedo contra ella y atraer a amplios sectores de votantes con propuestas como “devolver dinero a los franceses” con reducciones del IVA y a las contribuciones de Francia al presupuesto de la Unión Europea.
Y los campos para ganar votos los tienen claros. El principal problema de España para los votantes de Vox, según el último barómetro del CIS, es el actual Gobierno -citado por el 39,6%-. Ahí entronca con el estilo de Le Pen, que se dedica a pintar a Emmanuel Macron como un elitista y lo ha acusado de “despreciar” al pueblo. Esta técnica también la está utilizando Abascal, que le achaca lo mismo a Pedro Sánchez en todas sus intervenciones. Se quieren presentar como los que verdaderamente representan los intereses de la calle, e incluso Vox ha intentado lanzar su propio sindicato, sin mucho éxito por el momento.
Cada día en Vox, como hace Le Pen, gana más terreno ese dibujo de crisis económica para arañar nuevos votantes frente a otros temas. El CIS evidencia que sólo el 1,4% de los que dicen que votarán a Abascal señalan la crisis de valores como el principal problema del país, y tan sólo el 0,8% cita la inmigración y el 0,4% el nacionalismo. En cambio, el 20,4% ve en la crisis económica el mayor riesgo para España actualmente.
Por percepción de clases en el barómetro, la intención de voto más fuerte de Vox está todavía en la clase alta (10,7% dice que votaría por la ultraderecha), teniendo el porcentaje de voto más bajo entre los que se definen como obreros (sólo el 4,7% de ellos confiesa tener decidido su sufragio por Abascal). Por lo tanto, necesitan concentrarse más en este segmento para crecer y superar sus actuales resultados al estilo Le Pen.
Es decir, Vox, como Le Pen, busca ahora esa piel de cordero, esa ultraderecha que quiere vender que también puede gestionar. La primera gran prueba de fuego es Castilla y León, donde Vox ha asumido una Vicepresidencia y tres Consejerías. Para la primera ha puesto a su candidato, Juan García-Gallardo, el cual no tiene trayectoria de administración (en su currículum sólo está el despacho familiar), pero ha escogido perfiles menos ideológicos y más curtidos para las otras carteras. La propia selección de las competencias también deja claro en qué se quieren hacer fuertes los de Abascal: Agricultura y Ganadería, Cultura y Turismo e Industria y Empleo.
Marine Le Pen ha hecho ya su propia evolución, como se ha podido observar en estas elecciones comparadas con los otros comicios. Ha rebajado su tono para intentar presentarse como la gran líder francesa, como se pudo comprobar en el arranque del debate contra Emmanuel Macron. El discurso de la ultraderechista ahondó en esa inflación y en los precios que pagan los franceses: espoleando la idea de pérdida de nivel de vida y poder adquisitivo.
En algo en lo que se parecen mucho también es en las amistades peligrosas de los dos, con conexiones entre ellos mismos y políticos como Orban. Además, de que Le Pen tiene el estigma de haber sido financiada por un banco cercano a Vladímir Putin.
Otra receta de Le Pen que miran con atención en Vox es su plan de inmigración expresado por la francesa: un referéndum sobre la inmigración, reservar las ayudas sociales a los franceses y a los extranjeros que lleven cotizando al menos cinco años, suprimir el derecho automático a la nacionalidad francesa a los nacidos en Francia y limitar el acceso a la nacionalidad.
El analista belga Matthias Poelmans explica que Le Pen se ha alzado a hombros de “el euroescepticismo que calaba entre cierta parte de la ciudadanía, el auge del terrorismo islamista que fomentó la dispersión de mensajes xenófobos y antiinmigración en Francia y, sobre todo, la crisis económica de 2008, cuyos efectos se prolongaron al menos hasta 2012″. En ese contexto, el llamado nacionalpopulismo cobró sentido como salida al descontento popular creciente, cronificado durante años, y el partido de Le Pen llevaba ya muchos años trabajando para este momento. Vox es más nuevo, pero el antiguo Frente Nacional era un clásico en la política francesa cuando esa tormenta perfecta les benefició”.
Sin embargo, la radicalidad de algunos posicionamientos y la fiereza con que se explicaban echaban para atrás a parte del electorado, aún. Con los años, Le Pen “ha sabido ver los problemas de la globalización, de los pequeños empresarios o comerciantes humildes, los empleados mal pagados, los que tienen miedo de llegar a fin de mes, y los ha convertido en el eje de sus campañas. También ha dulcificado algunas de sus posturas sociales, al aceptar por ejemplo la unión de parejas del mismo sexo y el aborto incondicional y al eliminar de su programa electoral la pena de muerte”, añade.
Ya no quiere salirse de la Unión Europea, sino construir una “Europa de naciones”, aunque sigue reclamando un refrendo sobre si el derecho comunitario debe primar sobre el nacional. Le Pen se define como “patriota” y a partir de esta palabra articula -y trata de justificar- gran parte de su discurso, en el que entremezcla la defensa de los valores conservadores con el proteccionismo económico, pasando por la salida de Francia del Mando Aliado de la OTAN o su acercamiento a Rusia.
La base sigue siendo, pese a los matices, de “nacionalismo francés, conservadurismo nacionalista, nacionalpopulismo, proteccionismo salvaje, populismo de derechas, euroexcepcicismo y antiinmigración”, insiste Poelmans. Su programa electoral “prácticamente sigue intacto”, de ahí su peligrosidad. “Quien vende necesita un ojo; y quien compra, ciento”, dice en alusión a un proverbio local. “Hay que estar vigilantes porque la mercancía es la misma, pero si se manipula desde el lenguaje o la imagen y cae en terreno abonado por el cansancio del bipartidismo, la decepción con nuevas apuestas como el liberal Macron o nuevas amenazas como la del coronavirus que llaman al proteccionismo y el nacionalismo, la base de votantes crece”, indica. Hace referencia al filósofo francés Bernard Henri-Levy, quien define a Le Pen como “la extrema derecha con rostro humano”.
Le Pen ha logrado colarse con naturalidad en viejos feudos comunistas como Tolón, Marsella, la región de Calais, el noreste de Francia o el cinturón rojo de París, con Saint-Denis a la cabeza... Es lo que el politólogo francés Pascal Perrineau llama el gaucho-lepénisme, o izquierdo-lepenismo. Lo que no ha sucedido aún en España es el fenómeno galo de que miembros destacados de la izquierda regional acaban por subirse al carro de la ultraderecha, dejando atrás un pasado trotskista y sindicalista, por supuestas faltas de respuesta de lz izquierda. “Esa es otra medalla que se ha colgado Le Pen y por la que hay miembros de la derecha convencional que la acusan, sin sentido, de ser de extrema izquierda, en el fondo”, indica el analista.
A ello se suman, además, las “facilidades que la izquierda francesa” ha puesto sobre la mesa, sin liderazgo ni apuestas que conquisten. Por ejemplo, el movimiento de los chalecos amarillos, ideológicamente transversal, no consideraba a la izquierda como defensora de la justicia social, abominaba de quien gestionaba en tiempos de crisis, como François Hollande. Y otra cosa más, una “importantísima baza” a favor de Le Pen: “logró que los grandes partidos introdujeran en la agenda política los postulados de la Agrupación Nacional y dieran a la formación la legitimación que necesitaba”. “Eso sí que está cada día más presente en España, con Vox”, añade.
Todo el mundo mirando a Francia y Abascal quiere copiarle muchas cosas a Le Pen.