Las palabras no se las lleva el viento
Palabras como peligroso, amenaza, desastre... desatan un aumento de cortisol en el torrente sanguíneo que nos empuja al desánimo, a la desesperación.
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Estos días se está produciendo un alud impresionante de mensajes por WhatsApp, de vídeos, de advertencias, de llantos, de pésames, de mensajes de ánimo. Los medios de comunicación son la vivísima y urgentísima expresión de un regurgitar, de un descubrir, de un revelar noticias y de artículos de opinión, muchos de los cuales esperan ser publicados con la misma paciencia que nos impone el confinamiento. Porque, claro, el mundo sólo puede ser percibido a través de los sentidos y el pensamiento, y éste necesita forzosamente expresarse a través de palabras; desgraciadamente, ahora mismo las emociones están tan a flor de piel que el pensamiento de los que tienen como oficio la escritura o la comunicación es un vértigo inusual de palabras. Y el pensamiento de todos, también. Hace días que reflexiono en todo esto.
Los occidentales pensamos a través de las palabras (para empezar, no disponemos de un lenguaje idiográfico como los orientales) y a menudo no nos damos cuenta del efecto que tienen sobre el estado de ánimo. Es natural que en estos momentos tan delirantes y duros estemos angustiados. Pero también debemos pensar que la manera como expresamos verbalmente esta angustia puede tener un efecto positivo o negativo, tanto para nosotros mismos como para los que nos escuchan o leen. Lo que quiero decir es que a las palabras no se las lleva el viento, sino que siempre dejan una huella y tienen el poder de condicionar a quien las dice y al que las escucha o lee; por eso parecería crucial que estos días más que nunca pensáramos sobre todo en nuestras palabras antes de decirlas. Como si poseyeran energía propia, palabras como peligroso, amenaza, desastre... desatan un aumento de cortisol en el torrente sanguíneo que nos empuja al desánimo, a la desesperación. Mientras que otras palabras como serenidad, sonrisa, sabor, sexo, silencio, y muchísimas más, secretan serotonina y, de rebote, actitudes de ánimo, de acercamiento, de amistad... Son palabras percibidas por el hemisferio derecho y atesoran alegría y placer. ¿Y el humor? El humor es un antídoto que hace maravillas.
En un círculo vicioso, las palabras retroalimentan nuestros pensamientos y estos invaden los estados de ánimo y de rebote las actitudes y comportamientos. Hasta el punto de que se puede desatar ese fenómeno tan conocido que los psicólogos sociales llamamos “Efecto Pigmalión” o también “profecía de autocumplimiento” (Self-fulfilling prophecy): una predicción que, una vez hecha, es en sí misma la causa de que -la predicción- se haga realidad. Los ejemplos de profecías de auto-cumplimiento inducido abundan en nuestra vida cotidiana. Lo que sientes que puede pasar, puede acabar pasando. Inconscientemente conformamos nuestra realidad. Si pensamos que estamos deprimidos podemos acabar estándolo. De modo que el mundo en que vivimos está determinado por los pensamientos que alimentamos.
Inmersos en una situación gravemente adversa, nos parece que todo nos va en contra, y quizás necesitamos hacer un esfuerzo para no caer en la desesperanza, en el pesimismo o en la frustración. Por eso es tanto o más importante que midamos lo que decimos; la mejor manera de reponerse en estos momentos difíciles es hablarnos a nosotros mismos y a los demás con términos positivos, aunque nos parezca que no está justificado.
Por lo tanto, pienso que a menudo podríamos pronunciar o escribir palabras de ánimo que contengan mensajes de amor, de motivación, de esperanza, de confianza, de sabiduría y paz. Al leerlas, al escucharlas, al decírnoslas a nosotros mismos, nos sentimos mucho mejor, nuestro ánimo se reaviva y quizás mostremos fortalezas y capacidades tal vez desconocidas a los que nos escuchan o leen.
Si, ya lo sé, las palabras “negativas” son necesarias para referirnos a los hechos y a la adversidad que nos tiene acorralados en la desesperanza y, además, tenemos todo el derecho de estar cabreados, tristes o atemorizados. Y de decir lo que nos pase por la cabeza. Porque sabemos muy bien que los acontecimientos son, ahora mismo, muy traumáticos. Por lo tanto, tampoco deberíamos censurar las hablas negativas, si nos parecen indispensables. Sin embargo, los que estamos en situación de poder hacerlo, podríamos intentar moderar su uso pues, hoy más que nunca, necesitamos estar fuertes y animosos, para nosotros mismos y para los demás.