Las mujeres fornicadoras
Dejen de ver a las mujeres de origen musulmán como meros elementos de diversidad cultural y trátenlas como ciudadanas de primera.
Estos días, todas las miradas están puestas en Afganistán y creo que a la mayoría se nos encoge el alma pensando en el horror al que están condenados millones de personas. Y mientras dure la atención mediática, que será poco, el foco está puesto, sobre todo, en las mujeres, ya que el régimen talibán parece odiarlas con especial saña. Los dementes que se han hecho con el poder encarnan el mal y es muy difícil encontrar situaciones en que la mujer tenga de forma generalizada una situación tan absolutamente nefasta que va desde la invisibilidad absoluta (casi el mejor de los caso) a las palizas, las lapidaciones, las violaciones y la esclavitud sexual.
Resulta complicado comparar la situación con ninguna otra realidad porque los talibán llevan al extremo sus creencias, pero eso no quita gravedad a que esas mismas creencias, como por ejemplo que la mujer debe ser cubierta para no provocar el deseo de los hombres, campan a sus anchas por nuestro país y no solo no suscitan una excesiva condena, sino que suelen ser celebradas como ejemplo de diversidad. Me refiero, claro está, al hijab.
No hay cartel del ayuntamiento de Barcelona en el que no aparezcan mujeres cubiertas con el velo islámico y ERC tiene en sus filas a una diputada que lleva y reivindica el uso del hijab. Por supuesto, ella tiene derecho a llevar lo que quiera -es la suerte que tiene de vivir en una democracia como España-, pero lo que no es de recibo es que nos intenten hacer pasar como progresistas y como un elemento meramente cultural el símbolo que el islamismo utiliza para mostrar la sumisión de la mujer.
Las mujeres que usan hijab no se limitan a cubrir sus cabezas como quien se pone una diadema, sino que van siempre tapadas hasta las muñecas y los tobillos aunque el termómetro marque 40 grados a la sombra. Y, por supuesto, ni hablar de ir a la playa o a la piscina con bañador. Es decir, esas mujeres tienen un comportamiento ultraconservador que yo no había visto ni tan siquiera en mi abuela. ¿Se imaginan qué pasaría si un partido, pongamos constitucionalista, reivindicara que las mujeres han de ir siempre cubiertas y que no pueden mostrar sus cuerpos ni en la playa? Yo sí: no habría espacio en columnas ni en tertulias para bramar contra el fascismo, el franquismo y el heteropatriarcado. Entonces, ¿por qué no solo no se dice nada parecido sobre los que reivindican el hijab sino que, además, se vende como progresista?
El hijab no es un simple elemento cultural: es un símbolo político y religioso. Por eso, todos los regímenes islamistas lo imponen allí donde gobiernan y aquí en España se difunde su uso desde las mezquitas (follow the money) y se utiliza como elemento de control y presión social. Lo he explicado en otras ocasiones: a mediados de los 90 di clases en Rubí a mujeres marroquíes y, en el aquel momento, solo algunas casadas cubrían su cabeza con un pañuelo, pero ninguna soltera y, ni mucho menos, las niñas. Solo hace falta darse una vuelta por cualquier centro escolar de esa misma ciudad para comprobar que la mayoría de estudiantes de origen marroquí, aunque hayan nacido aquí, van cubiertas de cabeza a los pies. Lo de la libre elección que se lo cuenten a otra.
Por supuesto, resulta difícil hablar de estos temas porque sabes que inmediatamente te van a llamar racista -como si los racistas necesitaran la excusa del pañuelo para expresar su odio-, pero es que, en realidad, al silenciar el machismo de estas prácticas se está tratando a estas mujeres como ciudadanas de segunda, como si lo del feminismo que tanto se reivindica no aplicara con ellas. Tenemos un Ministerio de Igualdad, ¿por qué no se pronuncia sobre este tema? ¿Por qué no apoya a esas mujeres valientes que luchan contra esta imposición misógina aun a costa de tener que romper con sus familias?
Y es que, mientras dicho Ministerio despilfarra el dinero público en informes sobre lo pernicioso que resulta el color rosa o en retorcer el idioma hasta lo ridículo, en las mezquitas españolas se lanzan mensajes no ya contrarios a la igualdad de la mujer, sino absolutamente retrógrados, como ese en el que el imán melillense Malik Ibn Benaisa –en una alocución de 2013 que se ha vuelto a viralizar ahora- afirma que la mujer musulmana que se echa perfume para salir a la calle es una fornicadora. Después pidió disculpas a las mujeres no musulmanas que se hubieran podido sentir ofendidas y eso es precisamente lo que no podemos permitir. En España, los derechos de las mujeres no varían según la religión que profesen: en España todas somos ciudadanas libres e iguales. Para que esto continúe así, harían bien desde los poderes públicos en defender los valores constitucionales sin excluir a nadie por su procedencia o por su religión. Y si de verdad quieren acabar con el racismo, dejen de ver a las mujeres de origen musulmán como meros elementos de diversidad cultural y trátenlas como ciudadanas de primera. Porque eso es lo que son y no objetos de provocación de los deseos masculinos a las que hay que cubrir con el manto de una muy mal entendida diversidad.