Las marquesinas, el agujero negro por el que se cuela la publicidad de las tabaqueras
Los anuncios de vapeadores, prohibidos en radio, televisión, internet y medios impresos violan el espíritu de la Ley Antitabaco
Primero fue blu, el vapeador de Altadis, inundando las marquesinas de toda España con una arriesgada campaña de publicidad que muestra personas de todas las edades en actitud de fumar. Ante la ausencia de una respuesta contundente por parte del Ministerio de Sanidad, Juul, el cigarrillo electrónico participado por Altria, matriz de Phillip Morris, se ha sumado a la fiesta con un anuncio en el que muestra a un fumador satisfecho de haberse pasado a este dispositivo.
La publicidad de estos vapeadores no podrá verse en televisión, ni anunciarse en la radio, ni en los medios digitales o impresos de la sociedad de la información. El motivo: lo impide la ley 28/2005 de medidas sanitarias contra el tabaquismo que equipara en tabaco y dispositivos que liberan nicotina. El artículo 19.4 deja claro que “constituye infracción muy grave la publicidad, promoción y patrocinio de dispositivos susceptibles de liberación de nicotina y envases de recarga que no estén permitidas”. Algo huele a podrido cuando las tabaqueras interpretan de forma inverosímil que la ley ampara los anuncios en las marquesinas y lanzan escalonadamente -como si fueran grandes estrenos de Hollywood que buscan no pisarse- millonarias campañas publicitarias en toda España salvo el País Vasco que aprobó una ley de adicciones que no permite resquicios.
Llama la atención que el Real Decreto Ley 17/2017, que transpone la directiva europea 2014/40, y que equipara en todo la publicidad de cigarrillos electrónicos, mencione los medios de la “sociedad de la información”: la prensa, la radio y la televisión y no sea explícita en cuanto al medio de comunicación comercial que representa la valla publicitaria. El lobby tabaquero parecía estar muy alerta sobre un aspecto menor y se ha lanzado a degüello, violando el espíritu de la ley, promocionando sus vapeadores, a la búsqueda de garantizarse la próxima generación de adictos, y ajenos al contrasentido de que un producto sea ilegal publicitarlo en todos los soportes salvo en uno.
Existen argumentos para pensar que las tabaqueras van más allá de la mala fe hasta incurrir en una falta grave. La ley 7/2010 de Comunicación Audiovisual prohíbe en su artículo tercero “la comunicación comercial que fomente comportamientos nocivos para la salud”. Además, la ley general de publicidad, la 34/1988, señala la publicidad de estos vapeadores como engañosa, desleal y agresiva. El cigarrillo electrónico no es inocuo. La carga de nicotina los convierte en adictivos y Juul fue obligado por las autoridades sanitarias de EEUU a retirar las recargas de sabores ante la epidemia de usuarios menores de edad. En España, los propios estanqueros indican que Altadis no verifica la edad en la web de blu. Solo hay que decir que se tienen más de dieciocho años y pagar para que el producto sea enviado.
La campaña publicitaria de blu es delictiva porque hace publicidad del acto de fumar, y esa publicidad, aun cuando sea indirecta, está prohibida por la Ley Antitabaco. El elemento subliminal que incita a fumar está presente en esos anuncios, algo que es ilegal. ¿Acaso los ejecutivos de Altadis no pensaron que los anuncios de hamburguesa vegetal remiten siempre a la que tiene carne? Lo mismo pasa con el cigarrillo electrónico que echa humo en una marquesina. Es tan poderoso el ADN de Altadis en blu que en los primeros carteles publicitarios el faldón del anuncio incluía la advertencia de que iba “dirigido a fumadores de más de 18 años”. El subconsciente de tabaquera les jugó una mala pasada. El texto pasó todos los filtros hasta llegar a las marquesinas. Alguien debió darse cuenta de este desatino y la nueva hornada de carteles sustituyó “fumadores” por “consumidores”.
La campaña de Juul es un poco diferente. Muestra a un señor sosteniendo el dispositivo y debajo la frase “Kyle fumó durante 35 años. En 2018 cambió a Juul”. Un mensaje aparentemente neutro pero que la empresa debería haber completado con información veraz: “Por fumar más de tres décadas, Kyle tiene un cuádruple bypass, disfunción eréctil y le cuesta caminar. A Kyle le gustaría abandonar la adicción a la nicotina, pero está tan enganchado que alterna Juul con cigarrillos que se fuma a espaldas de su mujer. En 2021 le será detectado un cáncer de pulmón cortesía de la misma empresa que hoy promociona Juul en esta marquesina”.
Las tabaqueras involucradas en 55.000 muertes son ya indistinguibles de su división de vapeo. Ridiculizan la ley con tal de crear mercado para su producto. Esto merece una investigación de la Fiscalía para estudiar la forma y el fondo en la que se transcribió la directiva europea 2014/40 y las posibles influencias del lobby tabaquero. Tabaco, vapeo, poder y posverdad se solapan a la manera orwelliana de Rebelión en la Granja: “los animales que estaban fuera miraban a un cerdo y después a un hombre, a un hombre y después a un cerdo y de nuevo a un cerdo y después a un hombre, y ya no podían saber cuál era cuál”. Altadis y blu. Altria, Philip Morris y Juul.