Las madres invisibles de la India
En un país en el que la maternidad y el cuidado de la familia es lo único que se espera de las mujeres, resulta lógico que la India no marque en su calendario la celebración de un Día de la Madre. Para una mujer, procrear es una obligación social, un dharma del que es difícil desmarcarse, así que pocos son los que valoran sus méritos y reconocen sus dificultades. Aprovechando que hemos celebrado esta efeméride en España el domingo pasado, este fotoreportaje va dedicado a las millones de mujeres de la India rural que luchan cada día por sacar adelante a su familia con esfuerzos sobrehumanos. Por sufrir en silencio los estigmas y los juicios a los que son sometidas constantemente, pero, sobre todo, por cuestionarse su complicidad con el patriarcado y educar a una nueva generación de mujeres con voz propia.
Krishaveni, viuda
Krishaveni, de 48 años, sonríe con sus hijas tras haber superado una dolorosa historia familiar. En 2003, su marido se suicidó con queroseno en un ataque de ira que casi la lleva a la muerte también a ella y a su hija Bharathi, que entonces tenía 6 años. Tardó tres años en recuperarse, y entonces no sospechaba que lo peor aún estaba por llegar. Como viuda tuvo que soportar el rechazo de familiares y vecinos: "Además de culparme de lo ocurrido, me evitaban, porque pensaban que les pediría dinero para mis hijas". El estigma se multiplicó tras diagnosticarle VIH, también contagiado por su marido. A punto de claudicar por la crueldad y la incomprensión de su entorno, sus hijas fueron el asidero para revivir emocionalmente. Hoy regenta un negocio de saris con bastante éxito. Además, su segunda hija, Gowthami, de 20 años, apareció en un periódico local que se hacía eco de sus excelentes calificaciones. Poco a poco ha ido ganando el respeto de su entorno. Bharathi y Gowthami estudian Negocios e Ingeniería Eléctrica respectivamente y sueñan con irse a vivir a una gran ciudad. Su madre es su referente y aprecian "el valor y el empeño para sacarnos adelante". Por eso se la llevarán con ellas si alguna vez emigran a la gran ciudad: "No aceptaremos contraer matrimonio con ningún hombre que no permita que mi madre viva con nosotras".
Nagamma: sin descendientes varones
"Mi familia no conseguirá perpetuarse por mi culpa. No he conseguido una aportar una nueva generación", explica Nagamma, que se enfrenta, no solo a su propia frustración, sino también a ser señalada con el dedo en su comunidad por no haber traído al mundo a un descendiente varón. Cuando le practicaron su segunda cesárea, su esposo ni siquiera fue a comprobar cómo se encontraba. Volvió a casa disgustado por el nacimiento de una nueva niña. Esta cruel reacción tiene una explicación: en la India, el nacimiento de una niña supone la pérdida casi total de patrimonio de una familia rural debido al pago de la dote al que tendrán que hacer frente."Me preocupa mi futuro porque nadie nos cuidará y no heredaremos nada". Tras dos cesáreas con Masana (13) y Siva Kavya (10), tuvo que someterse a una ligadura de trompas porque un nuevo embarazo implicaría un gran riesgo. Las normas sociales imponen a las hijas vivir con la familia del marido, a quienes cuidarán hasta el final de sus vidas, así que la preocupación de Nagamma es lógica. Pero sus hijas, ambas con vocación de médicas, enseguida la tranquilizan y le dicen que siempre la cuidarán. "Nuestra madre nos ha inculcado lo importante que es la educación, así que nos sentimos muy orgullosas de ella", concluye Masana.
Neelima: su marido abandonó a la familia
Con tan solo 25 años, Neemala es madre de tres hijos, Laysa, de cinco años, y los gemelos Vishnu y Jishnu, de 6 meses. Cuando estos nacieron, su marido desapareció. Neelima se considera una mujer abandonada: "Si volviera a casa, sería feliz, aunque desconfiaría de que no volviera a irse". Su entorno pronosticaba que ella acabaría quitándose la vida. En las comunidades, el qué dirán representa una enorme presión sobre las mujeres, a las que juzgan con mano de hierro y sin compasión. Fue desahuciada y, sin recursos económicos, tampoco podía alimentar a sus hijos.Ahora vive en el centro de acogida de la Fundación Vicente Ferrer, que le proporciona alimentos, alojamiento y formación. "Es muy buena bordando y, en el futuro, podrá vivir de ello", explica Shakuntala, directora adjunta del Sector Mujeres de la organización. La maternidad ha sido la salvación de Neelima, que aspira a un mundo mejor para las mujeres y espera que su hija recoja ese testigo. "Me gustaría que se formara y pudiera trabajar en el gobierno de este distrito para que impulsara acciones que ayudaran a mujeres como yo".
Ramanjinamma: la maternidad, algo más que un vínculo biológico
Vishnu tiene 4 años y una severa parálisis cerebral. Fue abandonado en la puerta del hospital de la Fundación Vicente Ferrer con apenas unos días de vida. Sus padres le desatendieron, pero siempre ha sentido cerca el calor maternal gracias al amor de Ramanjinamma. Ella no tiene hijos propios: "Para mí es como si fuera mi hijo, no me importa que no haya un vínculo natural. Es un niño sociable, que sonríe mucho, ha mejorado mucho su movilidad en la parte superior del cuerpo y come huevos solo", explica con el orgullo de quien celebra como un regalo cada minuto de la vida. Ramanjinamma sigue una rutina muy estricta para que Vishnu saque lo mejor de sí mismo. "Nos levantamos a las 6 de la mañana, practica yoga y hace otros ejercicios físicos. A las 7.30 desayuna. Le gusta mucho comer; es muy goloso. Su comida favorita es el Ladoo –un postre típico de la India-". La generosidad de una madre no tiene fronteras emocionales y no ser la madre biológica de Vishnu es algo anecdótico para Ramanjinamma, cuyo sentido de la responsabilidad y protección son tan infinitos como los de cualquier madre.
Kavitha: madre de dos menores con autismo
"Lo primero que escuché nada más diagnosticar a mi primera hija, Navya (7), de autismo, fue que debía abandonarla si quería mantener mi matrimonio", explica Kavitha, de 27 años. Esas voces se hicieron más insistentes aún cuando conocieron que su segundo hijo, Prabhakar Raju (5), padecía el mismo trastorno neurológico. Esta madre coraje supo entonces que su determinación por cuidar de ellos le iba a provocar una infinita soledad. Efectivamente, su marido la culpa de todo: "Durante años he sufrido malos tratos". Aun así, Kavitha continúa con él porque su vida sería más difícil como mujer separada. Hoy ha podido salir de esa soledad gracias al ingreso de sus hijos en el centro de la Fundación Vicente Ferrer en Bathalapalli. Cada día mantiene una rutina que permite a los niños recibir atención temprana y terapias para conseguir mejoras cognitivas y motoras.Kavitha sabe que se enfrenta a un futuro incierto pero, a pesar de que este trastorno condiciona su capacidad de comunicarse e interactuar, con determinación y afecto, les saca una sonrisa de vez en cuando. En cualquier caso, aunque en la región se considere a las personas con discapacidad un lastre que les empobrece aún más, "a mis hijos les gusta escuchar música y recibir afecto. Dependen de mí y es mi obligación dedicarles tiempo y paciencia".
Bhagyamma: la 'impureza' de las madres gola
En muchos poblados donde viven las comunidades gola se mantienen aún costumbres ancestrales vejatorias para las mujeres. En 2015, Cristina García Rodero retrató en esta imagen la soledad de las mujeres que han dado a luz. Desde el parto hasta pasada la cuarentena, Bhagyamma (26) tuvo que vivir en una cabaña de paja construida para ella y el bebé, que entonces tenía 13 días. Su margen de movimiento es apenas de metro y medio, una choza que tampoco les protege de insectos, escorpiones y serpientes. La mujer sangra en este periodo y su "impureza" está considerada una agresión a los demás. Durante estos 40 días, solo otras mujeres pueden acercarse a ella. En el caso de Bhagyamma, era su hermana Sannaeramma quien le llevaba la comida y el agua para asearse diariamente. Esta foto está tomada en Madakasira, donde la FVF lleva apenas cinco años de intervención. En lugares como Kalyandurg, la comunidad gola ha erradicado esta costumbre inhumana y humillante para la mujer. En Madakasira, el estigma de la impureza también afecta a adolescentes en periodo de menstruación, que son aisladas en pequeñas construcciones y dejan de ir a la escuela mientras dure este periodo de "intocabilidad".