Las lecciones del Sensei
Hace alrededor de veinte años, cuando ni siquiera sospechaba que sería periodista, entrevisté a mi amigo Juanmi para la última página de la revista La canción de Albión, una publicación sobre juegos de rol que fundé con mi compañero de andanzas Pablo, un ronin descarriado por culpa de eso que llaman “entrar en la vida adulta”. Algún día espero recuperar su amistad. La de Juanmi nunca la he perdido. Él sigue siendo como un niño lleno de júbilo que pasó de regentar una tienda de juegos de rol a abrir su propio dojo para enseñar aikido.
Juanmi es un artista marcial con un cierto impulso emprendedor suicida y un amor genuino por el debate acalorado. Es un maestro de aikido que está terminando Roninkai Shoden, su primer libro sobre esta disciplina. Juanmi es un Sensei respetado y querido, un buen guía para la vida, mi Sensei espiritual… y podría ser también vuestro Sensei:
ANDRÉS LOMEÑA: No he preparado bien esta entrevista porque sé que prefieres la espontaneidad y la improvisación. En cambio, veo que las artes marciales consisten en pasos, formas, katas o series. ¿Acaso no es el aikido un arte de la planificación?
JUANMI: En realidad es todo lo contrario. Es cierto que una persona de nivel básico necesita esa planificación para poder aprender. Primero adquiere ciertos movimientos, después tiene que perfeccionarlos y, como dicen los orientales, luego debe olvidarlos, aunque no se trata de olvidarlos, sino más bien de automatizarlos. Cuanto antes automatiza un movimiento, antes tendrá una herramienta más que no necesita pensar. Es como montar en bicicleta: no sabes cuántas pedaladas das o en cuántos semáforos has parado. Eso es lo que llamaríamos el zen. Cuando adquieres el arte, todo es pura intuición.
A.L.: ¿Por qué practicar aikido? Al fin y al cabo, hay cientos de artes marciales y la tuya no es la más letal ni la más elegante. ¿Por qué no la lucha canaria?
J.: La respuesta que voy a darte me ruboriza: con los años me he dado cuenta de que quizás me he visto seducido por un esnobismo oriental. He practicado montones de artes marciales orientales y en verdad ganaría mucho más dinero y prestigio si utilizara una espada ropera o una mano izquierda [daga vizcaína, también llamada “misericordias” o “quitapenas”], artes que sean netamente españolas, italianas o alemanas.
Empecé con karate y el aikido resultó ser el complemento perfecto para el arte de golpeo que ya conocía. Ha habido una evolución para hacerlo todo más blando, un sistema que pueda venderse fuera del marco de la violencia; el aikido parece más un deporte o un baile en los vídeos actuales, algo de lo que claramente me gusta alejarme. No querría perder el nexo con la tradición guerrera, aunque prácticamente todas las artes marciales en la actualidad han perdido ese vínculo. Las artes marciales son una recreación histórica de algo que se hacía en un pasado remoto.
A.L.: Mis entrevistas son en realidad proyectos de libros frustrados. Este encuentro iba a ser un libro llamado El periodista y el Sensei, una copia descarada de El Nota y el maestro zen. ¿Qué lección de aikido no deberíamos olvidar en ningún caso?
J.: Diré algo que siempre me quema la mente: la lección que no debería perderse entre tanta palabrería es la idea original de Ueshiba. Este maestro se salió por la tangente de las escuelas tradicionales y empezó a construir un arte para la paz desde que derrotó desarmado a un oficial de la marina que le atacó con un bokken. Sus alumnos volvieron a encorsetarlo todo en una concepción tradicionalista, una especie de linaje cerrado e inequívoco. Ueshiba concibió un arte universal que debía adaptarse a cada uno de sus alumnos. Hoy en día todo el mundo va uniformado y hay que imitar la técnica hasta el más mínimo detalle. Son malas copias del original. El aikido era una semilla, un concepto, y el arte debería seguir siendo flexible y respetar esa libertad inicial.
A.L.: ¿A quiénes van dirigidas tus clases?
J.: Mis clases están dedicadas en cuerpo y alma al desvalido, a quien necesita defenderse y le hace falta un plus para equilibrar la balanza. Un tipo de puro músculo se basta y se sobra. Ese no es mi público.
A.L.: ¿Quién crees que merecería una luxación?
J.: Tendría que elaborar una lista negra, como hace Arya Stark, pero ese no es el camino. Lo que me gustaría es convencer y no eliminar. Si tratara de borrar a alguien, sería como quitar estorbos por el camino y sería profundamente egoísta; si eliminamos a los malos, solo quedarían vivos los asesinos. En todo caso, me dedico a enseñar los dientes de vez en cuando sabiendo que solo el león puede ser humilde, no el ratón.
A.L.: ¿Cómo es un buen aikidoka?
J.: Un buen aikidoka debe sudar en el tatami, dar las gracias cuando termina la clase y faltar cuando el sitio donde se reúne no es de su agrado. Un buen aikidoka debe compartir su esfuerzo y sus ideas, aunque estas puedan estar equivocadas, ya que en el intercambio se genera una sabiduría muy interesante.
A.L.: Hemos llegado al final, Sensei. Esperaba un discurso más incendiario, la verdad.
J.: Mi alegato impactará como una flecha en su diana y siempre habrá gente desencantada. No voy a cambiar mi manera de proceder, aunque reciba presiones desde distintos frentes. Por encima de todo, trato de disfrutar muchísimo con lo que hago sin sucumbir a ningún dogma preestablecido.
Como dice con frecuencia el autor de El libro de los cinco anillos: “Esta lección debe ser considerada con atención”. ¡Así será, Sensei Juanmi!