Las cuentas… y los cuentos de la lechera

Las cuentas… y los cuentos de la lechera

El gobierno español ha estado a la cabeza de las medidas más trascendentales, y así le está siendo reconocido tanto en Bruselas como en el concierto internacional.

Feijóo y Casado se saludan en el Congreso nacional del PPCRISTINA QUICLER via Getty Images

No falla. Cada vez que ve una rendija el PP, como la cabra, tira al monte; en este caso al fiscal, que más que monte lo prefiere selva. “Los impuestos están mejor en los bolsillos de la gente”, repiten con cara muy seria a pesar de la demostrada falsedad de esta doctrina. Una sarta de necedades y una sucesión de fracasos. Pero hay almas angélicas, cándidas, despistadas y (convenientemente) desinformadas que se lo creen.

Esta fe del carbonero, sin embargo, se convierte en quincalla de charlatanes cuando se ponen algunos ejemplos: si los enfermos tuvieran que pagar sus medicamentos, o la extracción de ese cordal que no nos deja dormir con su insoportable dolor, o el tratamiento hospitalario por la pandemia… Cientos de miles morirían en el intento. O se endeudarían de por vida y hasta después de la esquela.

Al calor de estas estupideces, que no contemplan la necesidad del ‘estado de bienestar’ o ‘estado social’, sobre el que pivota el estilo de vida, o sea, la civilización europea, algunos ‘enterados de la caja del agua’, que se diría en Canarias, más papistas que el papa, siembran dudas sobre una política fiscal con los mismos fines aunque con ciertas singularidades nacionales en los 27. “Vamos a ver, dime clarito para qué sirven los impuestos y por qué hay que subirlos”, me preguntó un forofo de VOX, adonde ha llegado desde la extrema izquierda, y sin embargo amigo. “Pues sirven, entre otras cosas, para pagar los suculentos sueldos de los políticos que los critican y que quieren reducirlos casi a la nada”, le contesté con un tono de coña inevitable ante la memez de la cuestión planteada.

Es cierto, que desde siempre han tenido mala prensa, o mal pergamino, incluso. Jean Baptiste Colbert, uno de los principales ministros de Luis XIV, dedicado en cuerpo y alma a las finanzas del reino, sostenía que “el arte de los impuestos consiste en desplumar al ganso de forma tal que se obtenga la mayor cantidad de plumas con el menor ruido”.

“Vamos a ver, dime clarito para qué sirven los impuestos y porqué hay que subirlos?”, me preguntó un forofo de VOX, adonde ha llegado desde la extrema izquierda, y sin embargo amigo. “Pues sirven, entre otras cosas, para pagar los suculentos sueldos de los políticos que los critican y que quieren reducirlos casi a la nada”, le contesté con un tono de coña inevitable ante la memez de la cuestión planteada

En el fondo sigue siendo así, aunque a diferencia de las monarquías absolutas, en las democracias el Parlamento es la transparencia: una caja de resonancia. Lo que ocurre es que, aunque se diga lo contrario, una cosa pensaría Agamenón y otra su porquero. Y en los parlamentos actuales y desde las ágoras griegas de los tiempos de Solón y Pericles están representados los de arriba, los de abajo y los de en medio. Thomas Jefferson escribía que así venía siendo si bien con distintos nombres; y así era en los nacientes Estados Unidos de América. Los dos grandes partidos de ahora, el Republicano, en nombre de los de arriba, y el Demócrata, en nombre de los de en medio y los de abajo, representan estos dos intereses en competencia permanente.

Ahora bien: los impuestos están sujetos a las circunstancias: a las ideológicas, si se quieren más o menos pensiones públicas, más o menos sanidad pública, más o menos educación pública, más o menos universidades públicas, más o menos viviendas públicas, etc. y también dependen del momento: no es lo mismo una fiscalidad para tiempos de bonanza, de vino y rosas, que para una situación de excepcional gravedad como fuera la crisis financiera mundial de 2007-2008 en adelante, que nos ha dejado gravísimas secuelas sobre todo en forma de aumento de la desigualdad; o como la mortal pandemia. La covid. Que sigue activa desde 2019, aunque atenuada, o vayan ustedes a saber. A la que se ha sumado, ‘a perro flaco todo son pulgas’, nos deprime el refrán, la ‘guerra de Putin’ con sus dos fases: la anexión de Crimea y la invasión de Ucrania. Aunque el gas y el petróleo ya eran para el Kremlin instrumentos de desestabilización y chantaje ahora son verdaderas armas de destrucción (económica) masiva.

Es obvio que los presupuestos europeos, y los de cada uno de los 27 miembros, tienen que responder a las necesidades de cada una de las fases de esta coyuntura global, en la que hay que incluir a la China de Xi. No valen las recetas de ‘ajuste duro’ de la ‘primera Merkel’ sino las arrepentidas de la ‘segunda’ que modificó el rumbo político 180 grados para salvar a la UE del naufragio. La Unión Europea arbitró una serie de nuevos instrumentos, como esa especie de Plan Marshall que son los Fondos Next Generation complementados con un amplio panel de medidas de ayudas.

“Los impuestos están mejor en los bolsillos de la gente”, repiten en el PP con cara muy seria a pesar de la demostrada falsedad de esta doctrina

Sobre esto hay que hacer algunas precisiones y recordatorios muy fáciles de comprobar en estos tiempos de ‘san Google bendito’. El gobierno español ha estado a la cabeza de las medidas más trascendentales, y así le está siendo reconocido tanto en Bruselas como en el concierto internacional. Los Fondos Next Generation, la ‘excepción ibérica’ y el tope del gas, que ahora se toman como ejemplo y alternativa, o un gaseoducto con Francia para que la península provea con gas licuado regasificado a Centro Europa, neutralizando la constante amenaza rusa… son ideas y proyectos planteados por el Gobierno español.

Todos ellos, y otros más, fueron no solo descalificados por el PP, con burlas y majaderías, sino con una bien orquestada campaña de descrédito en los organismos europeos, tanto en la presidencia popular provisional de Casado como en la nueva esperanza gallega de Núñez Feijóo quien, inasequible al ridículo y al desaliento sigue enfrentándose ciegamente contra la realidad. Continúa sin entender que si insiste en romper un muro a cabezazos el muro acabará por romperle la cabeza. Además, le persigue la mala suerte: se entrevista con la presidenta de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyen, y con la presidenta del Parlamento Europeo, la maltesa Roberta Metsola, ambas del Partido Popular Europeo, y a las pocas horas las dos aplauden a Sánchez. A este paso, ‘citalopram’.

Feijóo critica a bote pronto y resbaladizo los Presupuestos presentados por el Gobierno y deja una frase para los ‘anales’ de la historia: quiere cuentas y no cuentos. Y eso lo basa en que los anteriores no cuadraron. Obvio. Cómo iban a cuadrar con la estela aún de la gran crisis de 2008, con la covid, con el desplome económico mundial, con el fracaso de una globalización que entregó ingenuamente o por avaricia a China elementos estratégicos clave. Con el efecto cascada, en fin.

Los presupuestos para cumplir su función tienen que ser flexibles y amoldarse a las necesidades, porque al revés es tarea de locos. Por consiguiente, igual le sucede a los tipos y a los tramos. En la UE hay muy pocas excepciones. Una no la hay ya sino que la hubo, la de la sucesora del fantoche Boris Johnson, Liz Truss, y su rebaja general de impuestos acompañada de un aumento de las ayudas. Tuvo que dimitir porque la Bolsa se derrumbó. Como decía Talleyrand: “Lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible”. El otro pintoresquismo fiscal en medio del cataclismo es el defendido por la derecha española en una línea más que recta tiesa: Aznar, Rajoy, Casado, Feijóo. En tormenta o en bonanza, como en la ‘canción del pirata’ de Espronceda, su rumbo a torcer no alcanza. Mientras tanto, el aumento de la fiscalidad a multinacionales y grandes fortunas concita adhesiones cada día más generalizadas aunque solo sea por sentido de supervivencia.

Los políticos españoles tienen un compromiso constitucional de principio, al que tienen que subordinar su ideología, y por lo tanto su táctica y su estrategia. El artículo 1 constituye a España en un ‘estado social y democrático de derecho’. ¿Qué parte de ‘social’ no acaba de entender la derecha del uno al otro confín?

Hay algo que es definitorio de un oxímoron injusto: mientras los precios de la energía y los alimentos se disparan, no exclusivamente por los destrozos de la pandemia, el ‘putinclub’ en guerra o las nuevas amenazas llegadas de Pekin, El País publica el mismo día, 1 de octubre, y en la misma página, 47, que Bankinter ganó un 21% más hasta septiembre, 430 millones de euros; ‘Supermercados Dia’, cierra su mejor trimestre en cinco años….mientras, además, las energéticas siguen con sus récord.

En toda Europa el poder adquisitivo de los asalariados baja 6.2% en un año. Y el problema solo tiene dos salidas si no se corta la deriva: populismos de derecha o de izquierda, y muchos Weimar potenciales. No es una exageración: es para echarse a temblar. La trinchera se monta con el manejo pragmático y responsable de los impuestos y vinculando pensiones y salarios al IPC.

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Empezó dirigiendo una revista escolar en la década de los 60 y terminó su carrera profesional como director del periódico La Provincia. Pasó por todos los peldaños de la redacción: colaborador, redactor, jefe de sección, redactor jefe, subdirector, director adjunto, director... En su mochila cuenta con variadas experiencias; también ha colaborado en programas de radio y ha sido un habitual de tertulias radiofónicas y debates de televisión. Conferenciante habitual, especializado en temas de urbanismo y paisaje, defensa y seguridad y relaciones internacionales, ha publicado ocho libros. Tiene la Encomienda de la Orden del Mérito Civil.