Las claves para entender la debacle de Truss en su cuarentena como 'premier' de Reino Unido
La conservadora ha apostado por unos impuestos que no entienden ni los expertos ni los ciudadanos y se ha puesto en contra a medio partido. Va rectificando, pero...
″¿Esa quién es?”, preguntaban en una televisión de Australia cuando las cámaras enfocaban a Liz Truss, a su llegada al funeral de Isabel II. Al mundo casi no le ha dado tiempo a saber que es la primera ministra de Reino Unido cuando ya está a punto de dejar de serlo. Una tormenta perfecta le ha estallado sobre la cabeza y amenaza con no dejarla cumplir ni dos meses en el cargo. La culpa es de su testarudez, su conservadurismo económico extremo, sus formas recias y, también, el cainismo político de su propio partido, el tory, donde la quema del líder propio se ha convertido en una tradición desde la caída de David Cameron.
Truss se impuso el mes pasado en las primarias conservadoras para suceder al polémico Boris Johnson con una fórmula clara: la vuelta a las esencias de la derecha. Inflexible. Eso la hizo ganar entre sus correligionarios, porque la nueva premier fue votada por sus militantes, no por los ciudadanos. Eligieron ortodoxia capitalista. Sin embargo, los tiempos por los que pasa el país, como el resto del mundo, en una crisis desconocida como la generada por la invasión rusa de Ucrania, hacían necesarios un poco de mano izquierda, de flexibilidad, de reconocimiento previo del terreno. No ha sido así, se ha pasado y estas son las consecuencias.
El detonante de la crisis
Truss ha metido la pata al presentar una especie de minipresupuesto, un anticipo de las cuentas generales para el año que viene que se suelen plantear en otoño, como avanzadilla. Enseñaba sus cartas, sus apuestas, las que entiende por buenas para la economía, pero el problema es que son buenas para tan pocos, en tiempos de vacas flacas, que han acabado por ser vergonzosas. Hasta los suyos lo asumen como tal. El 23 de septiembre su entonces ministro de Finanzas, Kuasi Kwarteng, presentó, entre otras medidas, una rebaja de impuestos a los que más cotizan. Se trataba de un plan paulatino, a trabajar durante los próximos cinco años, una apuesta muy arriesgada y sin garantías de éxito que, a juicio de economistas y expertos, podría hacer insostenible el endeudamiento del país.
A juicio de los ciudadanos, beneficia a los ricos cuando más hay que arrimar el hombro. En las actuales circunstancias se entiende como provocador bajar los impuestos a los que ganan más o eliminar el límite a las bonificaciones de los banqueros, otro de los pasos. Sus planes amenazan con subir los tipos de interés de las hipotecas y ya hay quien teme perder su casa. El sector inmobiliario pone el grito en el cielo, también.
El anuncio de esta mayor rebaja de impuestos en 50 años cuando más falta hace la ayuda del Estado para que nadie se quede atrás hizo que la libra esterlina se hundiera y el Banco de Inglaterra tuviera que intervenir con 65.000 millones de libras, para evitar que se esfumaran fondos como los de las de pensiones. Hay que entender el contexto: hasta el Fondo Monetario Internacional, hasta el Banco Mundial, hasta Estados Unidos están avisando de que lo que hay que hacer es lo contrario, que hay que establecer por ejemplo impuestos solidarios a grandes fortunas.
La directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, reprendió a Londres por sus planes de recortes fiscales, advirtiendo que sus políticas no deben ser contradictorias, que la política fiscal debería ir de la mano de la política monetaria. Joe Biden, el presidente estadounidense, calificó sus planes de “error predecible”. Que lo tenía delante y no lo vio, básicamente. Hasta Grecia le ha dicho -pura mofa-, que si necesita ayuda para tratar con el FMI, ellos se ofrecen a dársela y Egipto (¡Egipto!) se vanagloria de que su libra no va tan mal si se compara con la que se gasta por las islas británicas.
Tan contundentes han sido las críticas desde ese 23 de septiembre que el pasado viernes, Truss cesó a Kwarteng. La presión interna era bestial. Tenía que dar pasos en otra dirección y disculparse, si podía. “Le debemos a la próxima generación una mejora de nuestra economía con mejores empleos y servicios públicos”, enfatizó en una rueda de prensa que parecía un funeral. Jeremy Hunt tomó el relevo.
Sondeos inéditos y legitimidad
Los compañeros conservadores -siempre el peor enemigo, el de dentro- empuñan los cuchillos sin dejar ni que Truss vaya poniendo parches, tachando de “inadmisible”, “incomprensible”, “radical” o “amateur” su comportamiento. Y fuera, las encuestas rematan el hundimiento: de celebrarse ahora elecciones, los laboristas sacarían 33 puntos de ventaja a los conservadores, los mismos que hoy ostentan una mayoría absoluta en el Parlamento y que tienen dos años por delante de supuesta estabilidad para Gobernar. “Nos van a barrer del mapa”, decía un tory a la BBC.
Las lecturas estaban claras: en un mes largo, desde que el 6 de septiembre Truss tomara su cargo ante la fallecida monarca, ha dilapidado las posibilidades de una victoria para los suyos en unas elecciones anticipadas, si las hubiera. Parecía la elegida y se ha convertido en la repudiada. “Y eso se que murió Isabel II. Si hubiera avanzado su plan de impuestos semanas antes, ya no sería primera ministra”, añade otra diputada a The Guardian.
Ahora sus críticos quieren quitarla, para que al menos no se cargue las posibilidades de que un conservador renueve la jefatura del Estado en dos años, cuando se celebren las siguientes elecciones. “Boris dañó nuestra integridad. Truss está dañando nuestra competencia”, es la lapidaria frase de un diputado a Sky News.
Es cuando vuelve una sombra de este verano: la de la legitimidad. Truss se impuso a Rishi Sunak con el 57% de los votos de los apenas 160.000 militantes conservadores con derecho a hacerlo, en un país con más de 67 millones de personas. ¿De verdad es la primera ministra de todos? ¿O sólo de una camarilla de ultraconservadores? En la primera fase de la elección del nuevo líder tory sólo 113 de los 357 diputados conservadores votaron por ella, cuando la mayoría lo hizo por Sunak, a la postre exministro de Finanzas, enorme conocedor de las cuentas patrias y quien, en cada mitin y debate, alertaba a Truss de los riesgos de su política fiscal. No era sólo ir a la contra en una campaña, era un aviso a navegantes.
Truss manda sin el aval ciudadano y trata de aplicar un programa político que es el que ella ha hecho cuajar para ganar las primarias, no el que dio la victoria abrumadora en 2019 a Boris Johnson, no el que los ciudadanos leyeron y votaron. ¿Eso se puede hacer? Sí. ¿Se debe hacer? Hay dudas. Más, cuando las decisiones son tan graves, como es el caso.
Rápido, rápido
De momento, Truss se plantea hacer cambios que calmen las aguas, quiere contar todo lo nuevo que va a hacer, contarlo rápido y de la forma más confiada posible, para que sea un bálsamo en los mercados. Este mismo lunes, ha enviado por delante a Hunt -lo que también le ha granjeado no pocas críticas- para anunciar que aquel minipresupuesto queda descafeinado hasta casi la nada.
Al fin, se anula la rebaja prevista del 20 al 19 % a partir de abril de la banda básica del impuesto sobre la renta, a fin de reducir el endeudamiento público y calmar a los mercados. Las ayudas para limitar el precio de la factura energética para empresas y hogares introducidas este mes y que debían durar dos años se restringirán también al inicio del nuevo ejercicio fiscal en abril, afirmó en un discurso televisado recogido por EFE.
El nuevo ministro declaró que los drásticos cambios a ese plan, por un valor de unos 32.000 millones de libras (37.000 millones de euros) al año, pretenden “garantizar la estabilidad financiera y dar confianza en el compromiso del Gobierno con la disciplina fiscal”. La libra ha subido y los intereses sobre la deuda pública británica han bajado después de que Hunt desmantelara con su declaración el “plan de crecimiento” de Truss, cuyo futuro político pende ahora de un hilo por la oposición dentro y fuera de su partido.
Luego, con las flechas de los mercados mejorando, la premier ha justificado haber renunciado a casi todo su plan económico con el argumento de que los ciudadanos “quieren, con razón, estabilidad”. “Los británicos quieren, con razón, estabilidad, que es por lo que estamos abordando los graves desafíos que afrontamos en unas condiciones económicas deterioradas”, ha escrito en Twitter la jefa del Gobierno. Ha actuado, insiste, para “trazar un nuevo rumbo para el crecimiento que apoye y dé resultados a la gente en todo el Reino Unido”. La Bolsa de Londres le respondió con una subida del 0,56%. El suspiro de alivio desde Downing Street se ha escuchado hasta en el espacio.
Y, pese a eso, en gran parte del partido de Truss piensan que lo mejor es empezar de nuevo. No gustan ni las rectificaciones. Por más que el contenido del nuevo paquete de medidas les parezca más sensato, entienden que esa línea de credibilidad se ha cruzado y que si la primera ministra es capaz de incendiar el país una vez, puede volver a hacerlo.
Ya las voces no son anónimas, soterradas, sino públicas, elevadas. El veterano diputado conservador Crispin Blunt fue el primero que, este domingo, llamó públicamente a la renuncia de Truss, aunque se piensa que decenas de sus compañeros de bancada comparten esa idea. Esto supone que a pesar de contar con mayoría absoluta el grupo de rebeldes que ha comenzado a socavar su autoridad puede echar por tierra sus propuestas en el Parlamento.
“Creo que se acabó el juego para ella. Ahora se trata de (decidir) cómo se gestiona su sucesión”, dijo Blunt en declaraciones adelantadas por la televisión Channel 4. “Si hay una opinión de peso dentro del grupo parlamentario de que debe haber un relevo, este se llevará a cabo”, opinó, sin ofrecer detalles sobre cómo sería el procedimiento.
Ya se vio en la conferencia anual del partido, hace dos semanas, que no la adoran. Lo que debería haber sido un recibimiento por todo lo alto a una nueva mandataria, la tercera mujer en el cargo en la historia del país, se convirtió en un teatro frío porque todo el paquete económico estaba ya sobre la mesa. Consiguieron que retirara la rebaja de impuestos a los más ricos. Pero eso no basta. Incluso miembros del actual Gobierno se permiten discrepar en público de sus planes. La limitación de ayudas y beneficios sociales que prepara Truss es la próxima batalla, decían, pero a saber cuándo llega, si llega, visto el eco de sus primeras decisiones.
¿Cuánto durará Truss?
¿Más o menos que una lechuga fuera del frigorífico?, se pregunta un tabloide sensacionalista, el Daily Star. Nadie lo sabe. El Gobierno de Truss es hoy un gabinete “de hora en hora, que vive al día”, dice el corresponsal político de la BBC, Chris Mason. Explica que en el ambiente hay “pánico”, pero nadie sabe si pasará de ser “una mota en el ambiente” a un “hedor” insoportable. Es muy complicado que cuando la máquina de fango echa a andar, como es el caso, se detenga.
Hay que ver si las nuevas medidas calman o no calman, porque sí, supone un paso, pero a la vez, no es más que triturar lo que se sabe que es el evangelio económico de Truss, que sí convence a los más desmelenados en materia de impuestos en su partido. Esta tarde se presentará el bloque de medidas en los Comunes y será el momento de hilar más fino y ver actitudes. Eso dicen los más optimistas.
Mason no lo es: “Este es un barco donde los pedazos ya se han roto y hundido, y donde el equipo de navegación, la dirección y el propósito de este Gobierno, fue arrancado y arrojado al mar primero con los giros en U y luego con la expulsión de un ministro (...). Un barco en el que muchos de los tripulantes están atentos a los botes salvavidas, casi seguros de que todo se hundirá pronto”. El Guardian ha publicado que hay también hoy una cena prevista con parte del partido que podría convertirse en una sesión refinada de afilamiento de guillotina. Sunak la lidera.
Los conservadores, como marco general, no desean ira a unas elecciones que saben seguro que perderían, los sondeos son claros. Tienen dos años por delante de gestión que, más allá de personalismos, de quién lleva las riendas, son dos años para que sus ideas, sus apuestas, su modelo de país prospere. La idea es poner a otro líder, una maniobra para la que hay nombres sobre la mesa, como el de Sunak y Penny Mordaunt, que quedó tercera en la pugna por tomar el testigo de Johnson.
Las reglas internas del grupo parlamentario conceden una tregua de un año hasta poder convocar una moción de censura interna contra un nuevo líder, “pero todo podría saltar por los aires si el clamor es unánime”, insiste EFE. Ahora quedan metas volantes: mañana hay Consejo de Ministros y unos y otros han de verse las caras. No será sencillo tragarse la bilis, los insultos, los rencores. El miércoles, Truss tiene sesión de control en el Parlamento, en la que se espera que el líder laborista, el anodino Keir Starmer, se crezca. Si la vapulea o no es una incógnita, que Truss está en horas bajas pero tiene mucha mili encima.
Dentro de 15 días, si llega, la primera ministra tendrá que explicar sus planes de gasto, anunciados ya los de impuestos, y será otro gran momento de la verdad sobre sus propuestas, sus apoyos y sus adversarios. Quedan por delante, una a una, horas clave para restaurar la credibilidad financiera del Gobierno y la de la primera ministra como alguien capaz de hacer, y no de enredar. Una dimisión, que sería el carpetazo fácil, no se espera. “Liz es una ganadora”, dice su gente.