Las claves de la semana: Pasarse de frenada
Vuelven. Esta vez no con ETA, ni con el 11-M, ni con la traición a los muertos. Ahora la perfidia es a España y la capitulación, ante quienes quieren destruirla -"golpistas" y "herederos de los asesinos"-. La historia se repite. El escenario es aterrador pero no nuevo. La derecha, tan acostumbrada a mandar cuando gana, quiere también hacerlo cuando pierde. Y vuelve a cruzar las líneas rojas. El objetivo: recuperar el poder a cualquier precio. Cueste lo que cueste y caiga quien caiga. Lo mismo les da convertir el Congreso en un vertedero de falacias, que usar los temas de Estado para la refriega, que ir a Europa a poner a parir a un presidente fake, que inaugurar una campaña de agitación y mentira sobre los presupuestos. ¡El patriotismo era esto!
Esta semana no se habla de otra cosa. La estrategia del PP ganador del XIX congreso es un desastre, no sólo porque dibuje una España apocalíptica que los ciudadanos no reconocen, sino porque su hiperventilada competición con Ciudadanos le ha empujado a un discurso pasado de frenada que puede pasar factura a un partido que, por primera vez en democracia, podría perder la hegemonía de la derecha. Cuentan que ya desde un cómodo sillón y una más cómoda aún retribución del Consejo de Estado, Soraya Sáenz de Santamaría se regodea del fracaso del efecto Casado y del bochornoso espectáculo que ofrecen sus principales compañías.
El más tórrido, sin duda, ha sido el de la portavoz parlamentaria, Dolors Montserrat, en la última sesión de control al Gobierno. ¡Que vuelva ya Rafael Hernando!, corean propios y extraños. No es para menos. Al fin y a la postre, el diputado por Almería, además de corrosivo parlamentario y gran conocedor del engranaje de las Cortes, era entre los populares, más allá del foco mediático, quien mejores relaciones mantenía con los otros grupos parlamentarios.
La que fuera ministra de Sanidad con Mariano Rajoy pretendió este miércoles interpelar a la vicepresidenta sobre la falta de coordinación en el Gobierno y acabó mezclando en la misma subordinada "los prostíbulos", la "herriko taberna", "Waterloo", "la dacha de Galapagar" y hasta "la luna". Su espesor con el verbo y su "empanada" discursiva dejó perplejos incluso a sus propios compañeros. No había más que mirar las caras de los escaños de al lado para comprobar la estupefacción de los populares por lo que una ojiplática Carmen Calvo calificó de auténtica "performance".
Lo que subyace tras la disparatada actuación de Montserrat es un problema de forma, pero también de fondo en la estrategia de un Casado, cuyo equipo hace aguas con un discurso de tierra quemada que ya sus antecesores entonaron cuando eran oposición, y no Gobierno. Lo hizo Aznar con González, Rajoy con Zapatero y lo repite Casado con Sánchez. La diferencia es que ni España es hoy la de hace 20 ni 10 años, ni las circunstancias de aquellos Gobiernos eran las del actual.
Los mismos discursos mendaces y catastrofistas no pueden tener el mismo resultado contra un Gobierno que acaba de llegar como el de Sánchez, que contra uno que acumulaba un lustro de desgaste cuando Aznar acuñó el célebre ¡váyase señor González! Y, en todo caso, alguien debiera recordar al actual líder del PP que a Rajoy no le dio ningún resultado la oposición bronca que ejerció los cuatro primeros años de Zapatero con ETA o con la política territorial. Es más, le penalizó tanto que se vio obligado a prescindir de los principales valedores de aquella estrategia del "todo vale" como fueron Eduardo Zaplana y Ángel Acebes.
Ni la derecha social fue capaz de asimilar la utilización de políticas que hasta entonces se habían considerado de Estado y se mantenían al margen del debate partidista. Hoy Pablo Casado vuelve a echarse al monte con una estrategia que de momento no parece beneficiar más que al propio Sánchez y a sus posibilidades electorales. Prueba de ello es que hasta los socialistas ironizan en las redes sociales sobre la configuración de la nueva dirección del PP y su estrategia, para asegurar que el PSOE no ha tenido nada que ver ni con una cosa ni con la otra.
Y es que la jarana por la intervención de Montserrat -no se recuerda nada igual en la historia del parlamentarismo- tornó en regocijo en el socialismo cuando la ex ministra de Agricultura, Isabel García Tejerina, afirmó sin pestañear ante las cámaras de Televisión Española que "en Andalucía lo que sabe un niño de 10 años es lo que sabe uno de ocho en Castilla y León". Una frase que vino a rematar el secretario general del PP, Teodoro García Egea, al decir que la Junta gastaba más en prostitución que en Educación.
El PP es el único partido que tropieza no dos, sino doscientas veces, con la misma piedra en Andalucía. Su obstinación por dibujar una Autonomía en blanco y negro les ha llevado unas veces a hablar del los andaluces como si fueran españoles de segunda, en proceso de alfabetización y acostumbrados a las "pitas-pitas" de las ayudas públicas, según desafortunada expresión acuñada por Esperanza Aguirre.
Y este discurso llega además justo en el momento en que el PP se juega la primacía de la derecha y Casado afronta en Andalucía su primera prueba de resistencia frente a un Rivera que ha vuelto a resurgir tras meses fuera de juego. La falta de solidez y la oposición de brocha gorda y acoso y derribo hablan claramente de una estrategia que ya dicen, incluso dentro del propio PP, podría comprometer seriamente el futuro de Casado. Sus críticos internos le vigilan y más pronto que tarde le pedirán resultados.
Pues eso, que si la derecha se echa al monte, habrá Sánchez para rato. Nada como la sobreactuación y la desmesura para dilapidar la credibilidad política por poca o mucha que se tenga. De momento, en Europa y a pesar de las profecías de Casado, esta semana no sobrevino el Apocalipsis tras la presentación de unos presupuestos que si algo consolidan es el compromiso de España con el principio de estabilidad financiera, digan lo que digan.