La zafiedad y corrupción de las pobres angulas
Sencillamente, una metáfora de la náusea que producen cada día las desigualdades más brutales.
A las puertas de la Navidad 2021, esta semana, el kilo de angulas -producto festivo para bolsillos poderosos- costaban 1.387 euros, según los datos del “Observatorio de precios de alimentos navideños” de la OCU que ha presentado la primera parte de su informe sobre “Precios de los alimentos de Navidad”. La segunda parte se dará a conocer los días previos a las fiestas de Navidad, así que es probable que suban aún más.
En el año 2016, los “gusanitos” blancos y grises costaban 464 euros el kilo; en 2017, 600 euros; en 2018, 1.145 euros; en 2019 bajaron hasta la asequible cifra de 658,7euros; y el año pasado, 2020, 906 euros. Del año pasado a este han subido un 53%. Más que las almejas -suben el 36%, las ostras, un 28% o el cordero, otro 28%-. Otra estrella navideña, con fama de prohibitiva como es el besugo, sube este año un 15% con respecto al pasado. “Son todos ellos productos típicamente navideños -apunta el breve informe- que están más caros que nunca”.
¿Qué tienen de especial para ser una joya tan preciada en la gastronomía los alevines de la anguila? Que se sepa, son fáciles de cocinar -a la sartén, con chorrito de aceite, ajo y guindilla y su precio les convierte en exclusivos para quienes buscan aparentar. Quizá la historia de su viaje, un cuento que escapa a los naturalistas por sus misterios, podría dar una explicación sobre lo desorbitado del asunto. Son las crías -alevines- del pez anguila, que marchan de los ríos en los que han vivido y en otoño deciden volver al lugar de donde llegaron, al Mar de los Sargazo, norte del Atlántico europeo. Empujadas por las corrientes, comienzan un camino que durará de dos a tres años hasta las costas europeas, donde vivieron sus madres. La luna, aliada de las corrientes, será su guía. Su instinto lo detiene la mano del hombre, que las espera cuando van a entrar en las aguas limpias de los ríos del Atlántico y del Cantábrico.
Breve historia que daría para un libro. De aspecto en vida, son unos gusanos babosillos, con dos ojos -dicen que esto las distingue de las “falsas”, las gulas-. Es un manjar fino, apuntan algunos morrofino, de sabor exquisito y rico en proteína. ¿Basta todo eso para pagar alrededor de 1.400 euros por kilo? Depende. Es un misterio en qué momento se pusieron de moda, y hubo tiempos en que eran comida de pescadores pobres, pero “una ración de angulas” hace poco más de tres décadas que empezó a significar glamour, o mejor, poder económico, sustituyendo en muchas ocasiones al poderoso caviar ruso, con toques tan literarios desde los inicios del siglo XIX.
Pobres hijos de la anguila. La presunta exquisitez -ya se sabe que sobre gustos no hay nada escrito- ha reventado su fama gracias a los corruptos. Porque fueron los casos procedentes de corrupción de inicios de este siglo y finales del pasado, los que las elevaron a sinónimo de nuevo rico, poderoso, chabacano, zafio e incluso básico de paladar. Llegar a un restaurante y pedir medio kilo de angulas ya era una nota de poderío.
Por ejemplo, Álvaro Pérez “el Bigotes” explicó en el Congreso de los Diputados que el marido de Ana Mato, Jesús Sepúlveda, ex alcalde de Pozuelo, “se comía un barreño de angulas” en el restaurante “La Trainera” de Madrid. De primero angulas, de segundo angulas, de tercero angulas, y con el café, angulas, según apuntan después las malas lenguas periodísticas.
Que los nuevos ricos y los corruptos hace tiempo que tienen devoción por este pequeño alevín no solo lo muestra las redes de corrupción descubiertas entre los políticos conservadores. A saber, la Oficina de Recuperación y Gestión de Activos (ORGA), creada para vender o dar salida a los activos -cuadros, coches de lujo, joyas, antiguedades- incautados a los políticos corruptos y a sus corruptores -Gürtel es el caso más sonado- tuvo que dar salida inmediata en 2018, a un cargamento de angulas encargado por uno de esos personajes. Los pobres gusanitos -o lombrices- son un bien perecedero muy rápido.
Ya en la década de los 90, la del “becerro de oro”, las angulas iban escalando puestos entre los personajes nuevos ricos, horteras y deplorables de la política española. Por ejemplo, el entonces dueño del Atlético de Madrid, Jesús Gil. Una crónica de El País de 1996 citaba una cena de despedida con los del club, en donde “sobre las mesas del restaurante, mientras tanto, no quedaban ya más que los restos de 500 piezas de langostinos, unos 60 kilos de carne, más de 40 de besugos, otros 25 de angulas, sin contar las raciones de jamón …”. Obsérvese que los alevines de anguila se citan detrás de los langostinos, la carne y los besugos.
Podríamos seguir buscando comparaciones de los alevines y la clase política corrupta y de los poderosos de fortuna dudosa, pero lo realmente obsceno de toda esta historia, más allá de los comentarios que produce el escandaloso precio tanto en la cola del mercado como en café de la oficina, es que este año, cuando la pandemia sigue ahí, la desigualdad cabalga a marchas forzadas acrecentada por la crisis del covid y los alimentos típicos de Navidad serán “un 8% más caros que en 2020”. Habrá aún más chabacanos con pasta que farden de comprar el kilo de angulas a 1.400 euros. O más.
Podemos decir que es un ataque de espíritu navideño en decadencia lo que nos ha dado con las pobres angulas, pero es sencillamente una metáfora de la náusea que producen cada día las desigualdades más brutales.
A pesar de todo, que la cena de Navidad les sea leve.