La vuelta al mundo por Nandini
Antes de que el hombre llegue a Marte tenemos mucho que hacer por aquí.
Cuando oigo decir que el hombre va a volver a la Luna y más allá… hasta Marte, me pongo de muy mal humor. Demasiados retos tenemos ya en este mundo, el planeta Tierra, como para tener que irnos a buscarlos fuera, o eso creo. Fran Ventura tiene sus propios retos, humildes y pequeños, pero también es verdad que tan sólo soy uno más de las miles de personas solidarias que estamos luchando por intentar cambiar el mundo.
A través de la Fundación Vicente Ferrer, en 2016 apadriné a Nandini, que en sánscrito significa “la que da la felicidad”. Nandini es una niña de diez años que vive en Byrepalli, una aldea muy humilde de Anantapur, en el sur de la India. Su padre es agricultor, pero no tiene tierras propias. Su madre ayuda a la Fundación en varios proyectos de la aldea donde viven, en asistencia sanitaria básica, nutrición y derechos de las mujeres.
Nandini me manda dibujos y yo le mando cartas en las que le voy contando el mundo que voy encontrando a mi paso, mientras viajo en bicicleta. Espero poder conocerla en persona, -cuando regrese a la India el año que viene-, porque solo la he visto en fotos.
Han pasado más de cinco años desde mi primera expedición a Anantapur. Fueron siete meses intensos de viaje en bicicleta atravesando medio mundo. En aquellos primeros 14.000 kilómetros tomé conciencia de la importancia real de los derechos humanos. Ser testigo directo de la crisis que afecta a los refugiados sirios en el Kurdistán, de la represión de los ayatolás en Irán, o de las condiciones de vida de los “dalit” en India, me abrieron los ojos definitivamente. No tuve que mirar al cielo para encontrar un reto, solo tuve que mirar de frente a la vida para ver la realidad que nos circunda y de la que no somos nada conscientes. Desde nuestro “confort” occidental, mirar en esta dirección es un gesto incómodo, pero solo al principio. Aquel primer viaje fue un éxito y se recaudaron los fondos necesarios para que la Fundación Vicente Ferrer pudiese repartir trescientas cincuenta bicicletas, esenciales para que muchos adolescentes en Anantapur, sobre todo chicas, pudieran desplazarse libremente a las escuelas y proseguir con sus estudios de bachillerato.
Cuando uno siente que de alguna forma ha contribuido a mejorar el mundo no puede parar, es una droga demasiado poderosa. Después del estreno del documental en el que narraba mi primer viaje, -14.000 KM. El camino de Anantapur- todo el mundo, hasta yo mismo me pregunté cuál sería mi siguiente paso. La idea fue regresar a India en cuatro etapas pedaleando pero en sentido contrario, hacia el oeste, es decir, cruzando América en bicicleta hasta el estrecho de Bering; para luego recorrer Asia y cerrar el círculo abierto en aquel ya lejano 2014. El objetivo sería conseguir “patrocinadores” con un pequeño compromiso económico mensual, es decir, con un apadrinamiento. Ya que mi bicicleta tiene setenta y dos radios, me pareció una cifra redonda. El lema de mi nuevo reto: “Un radio, un apadrinamiento”.
En ello estoy ahora mismo. Mi viaje acaba de comenzar en dirección a China. Con mucho esfuerzo, a base de acumular días trabajados durante festivos y fines de semana, he conseguido durante tres años juntar dos largos meses de vacaciones. Llevo recorridas dos de las cuatro etapas, unos diez mil kilómetros en Norteamérica, y ahora salgo hacia Pekín para iniciar la tercera etapa. Con frecuencia, los ánimos flaquean, pero hay que seguir adelante. Me quedan por delante, 4.500 kilómetros y un reto que cumplir. En total, 28.500 kilómetros en bicicleta para cumplir un reto personal.
Esta vez también voy rodando un documental, que valdrá para realizar proyecciones solidarias y seguir equilibrando el mundo. La correspondencia con Nandini me da fuerzas y la excusa perfecta para dotar al documental de una estructura en el que el tiempo transcurrido va mostrando la evolución de la niña y cómo los proyectos de Vicente Ferrer contribuyen a su crecimiento personal.
A veces pienso que estaría más cómodo tirado en una tumbona en alguna playa, porque viajando en bicicleta se pasan muchas calamidades. Pero este pensamiento apenas dura unos segundos porque rápidamente me doy cuenta que estas iniciativas tienen una repercusión real y tangible sobre la vida de otras personas. Y eso me gusta.
Cuando visité las instalaciones de Fundación Vicente Ferrer en Anantapur pude comprobar el enorme impacto social que se ha logrado a través de sus proyectos. Consolidar derechos humanos básicos o luchar por una vida digna para grupos desfavorecidos son algunos de los objetivos que durante cincuenta años lleva persiguiendo la Fundación. Se ha logrado mucho, pero queda aún muchísimo trabajo.
Cada mes envío una pequeña cantidad a India. Sé que allí está bien empleada, quizás por eso la Fundación es una entidad siempre abierta a las visitas. Vicente estaría muy orgulloso.
El año pasado me preocupaban mucho los osos de Yukón y cómo iba a sobrevivir en Alaska. A los osos negros me acostumbré, pero los grizzly eran otra historia. Este año serán los monzones y el idioma. Hasta ahora todo ha salido bien, pero uno siempre siente miedo antes de salir de su área de confort. Este año, además, estoy saliendo de una lesión y psicológicamente no estoy al cien por cien, pero confío en la experiencia adquirida en otras etapas.
Antes de que el hombre llegue a Marte tenemos mucho que hacer por aquí. Acabar con la desnutrición, garantizar la sanidad y el acceso al agua, a la vivienda digna, a la educación. Espero no ver la llegada del hombre a Marte sin que antes hayamos arreglado todos los problemas reales que tenemos.
A la Luna pedaleando no voy a llegar nunca, pero tampoco me hace falta.
Mi compromiso está en la India y hasta allí sí llego con mi bicicleta. Nandini, mi felicidad, me espera.