La triste moda de polarizar
El proceso electoral de Madrid será un campo de minas para la convivencia y la conversación entre candidatos girará en torno al ataque frontal.
De un tiempo a esta parte, la palabra polarizar ha pasado, por desgracia, a formar parte de la mala praxis política y del léxico más frecuente de la jerga periodística española. Pero su uso se ha intensificado desde que llegó al Gobierno madrileño, hace apenas año y medio, Isabel Díaz Ayuso.
La presidenta regional se ha afanado en hacer realidad la tercera acepción que el Diccionario de la Lengua Española recoge para polarizar: orientar en direcciones contrapuestas. No ha parado de buscar la confrontación con el presidente español, Pedro Sánchez, siendo una voz discrepante en plena pandemia, quebrando casi siempre la unidad de acción, agitando el espantajo de una falsa madrileñofobia u otorgando carnés de buenos y malos patriotas, entre otras muchas barrabasadas.
No es una situación exclusiva de la cosa pública en España. En las democracias occidentales el ascenso de la extrema derecha está incrementado la tensión y la discordia en el espacio público. Afortunadamente, Estados Unidos ha dejado atrás una etapa donde al frente de la Casa Blanca se encontraba un especialista en generar crispación, división y enfrentamiento ciudadano. Donald Trump tiene conspicuos seguidores en este país, que van desde la cúpula de Vox hasta Ayuso, quien al grito delirante “socialismo o libertad” ha roto con sus socios de Ciudadanos y ha convocado elecciones en la Comunidad de Madrid para el 4 de mayo.
Siguiendo a Daniel Innerarity, su posición de supuesta superioridad moral dificulta la discusión democrática y, además, persigue fragmentar a la sociedad, dinamitar puentes y sembrar cizaña en la convivencia. Salta a la vista que su estrategia de campaña pasa por crear un clima guerracivilista, poner las calderas a máxima presión y que el ruido generado sepulte su gestión pobre e inane, sin presupuestos aprobados y dejando a sectores económicos tirados por sus urgencias electorales. Su equipo, con Miguel Ángel Rodríguez al frente, trata de hacer que los árboles del populismo oculten el bosque de su ineficiencia y su incompetencia como representante política. Como reza el proverbio chino, hacer que muchos miren el dedo en lugar de la Luna, en este caso, un eclipse total de gestión.
Lo que le faltaba a esta genuina representante de la derecha alternativa es la sorpresiva renuncia de Pablo Iglesias a la vicepresidencia para ir de candidato de Unidas Podemos en la Comunidad de Madrid. Ayuso, nacida el mismo día que su sobrevenido contrincante en las urnas, ha subido su apuesta y ha cambiado su fullero lema inicial por otro no menos tramposo: “comunismo o libertad”. Esperemos que al dogmatismo de la derecha no se le responda desde las filas moradas con la misma moneda. De ser así, este proceso electoral de Madrid será un campo de minas para la convivencia y la conversación entre candidatos girará en torno al ataque frontal (lo accesorio) y no sobre los proyectos de futuro (lo importante).
La decencia debe abrirse paso en el espacio público porque, como nos recuerda Emilio Lledó, quien es o se convierte en un miserable “terminará haciéndole la vida mucho más difícil a los otros”. La trayectoria del aspirante socialista, Ángel Gabilondo, le hace comparecer como un oasis de concordia, mesura y honestidad ante tanto fragor apocalíptico.
Como en la primera versión, la dirección del PP al completo se ha sumado a la estridencia de la presidenta madrileña de “comunismo o libertad”. El populismo se arraiga en el PP, un partido que cada vez está más lejano de su desiderátum del centro político y que se vuelca ahora sin disimulo hacia el entendimiento con la extrema derecha.
La debilidad del liderazgo de Pablo Casado lo lleva a dar otro bandazo más… y van. De romper con Santiago Abascal en la moción de censura de Vox contra Sánchez a tener que entregarse a sus brazos con Ayuso como maestra de ceremonia. Una mayoría absoluta no la contempla ni la propia Ayuso, quien dice haberse pasado de frenada con tan optimista pronóstico, por lo que solo un acuerdo con la ultraderecha garantizaría al PP mantener el sillón de la Puerta del Sol. Un escenario que anticipa futuras colaboraciones y un posible sorpasso en unas elecciones generales. Han tenido que poner la sede en venta y quién sabe si, a medio plazo, se ven impelidos a renunciar a sus siglas.