La trilogía Mozart-Da Ponte o el paraíso de la ópera gracias a la magia del teatro
Obras todas ellas puestas en escena confiando en el equipo artístico más por sus capacidades y cualidades que por sus nombres, su fama o su celebridad.
Como ya saben los aficionados a la ópera y al teatro la combinación Mozart, el compositor, y da Ponte, el libretista, ha sido una de las más relevantes del género. Una unión que ha dejado tres cimas como son Le nozze de Fígaro (Las bodas de Fígaro), Don Giovanni (Don Juan) y Così fan tutte (Así son todas). Tres comedias llenas de sentido y sensibilidad que el Gran Teatre del Liceu ha aventado y llenado de juventud para mostrarlas tal cual eran y son.
Para ello ha contado con el director de orquesta Marc Minkwoski, que ha ido a lo básico. A que sonara la partitura original como se supone que se debe oír. Que ha unido fuerzas con el director de escena Ivan Alexandre, que se ha preocupado por lo que se cuenta en los originales, descubriendo, sorpresivamente que solo había que ajustarse a ellos para hacerlo contemporáneo.
Lo consigue por jugar el juego de la burla que hay en los libretos. El interés de unos personajes por burlar (más los masculinos) y otros por no ser burlados (más los femeninos). Para entendernos, y a lo bruto, del interés de unos por pillar cacho, en algún caso por pillar con la persona de la que se está enamorado/a, y del interés de otros por no ser pillados.
A estos dos directores se han unido un montón de jóvenes cantantes, póngase esto de jóvenes en el contexto de la ópera. Jóvenes que han aportado a este montaje la frescura y la energía que necesitan unos personajes que están a lo que están. A los juegos del amor carnal, a comer carne. Sin que se pierda un ápice de calidad, ni vocal ni actoral, por eso su reparto incluye la reconocida Lea Desandre o la no tan conocida Iulia Maria Dan, cuya Donna Anna no se olvidará.
Energía que se pierde en muchos otros montajes porque se buscan excelentes y respetadísimos cantantes, con background, que cantan bien e incluso excelentemente pero que no dan el papel, ni tienen la energía necesaria para interpretarlos. Buscando la calidad musical de la voz se pierde la calidad del teatro. Y la ópera, como muy bien muestra la combinación Mozart – da Ponte, es, antes que nada, teatro. En esto la propuesta del Liceu es ejemplar.
Esa es la energía que se ve disfrutar a Marc Minkowski. Al que se le ve mirar al escenario con la sonrisa en la cara. Al que se le ve sumarse a esa fiesta que hay en escena. Y, también, sudar la camisa negra que lleva, sobre todo en Don Giovanni, por el baile constante con la que ha dirigido. Una música que suena limpia de las interpretaciones, los estudios y la crítica con las que se han ido cubriendo estas tres óperas a lo largo del tiempo y a medida que acumulaban representaciones y puestas en escena.
Para las que Ivan Alexandre ha desarrollado una puesta en escena bien simple. Consistente en crear una compañía como las que había cuando se escribieron estas óperas. Ese tipo de compañías que mantenían vivo el repertorio en aquella época. Cuyos componentes salen y entran al escenario que se ha montado sobre el del Liceu desde sus pobres camerinos. Lugares en los que esperan, a veces atentos a la obra, a veces atentos a sus ensoñaciones, a que les toque representar, interpretar. Compañía en la que los cantantes se intercambian en función del día con el único requisito de mantener el tipo de voz.
Cambios que se ven en su forma de actuar, que, sin perder su personalidad, saben adaptar a sus personajes para dotarlos de verdad en la escena. Dar verosimilitud a cada papel en cada obra con mínimos elementos de atrezzo, como el uso de las máscaras en Don Giovanni. Y, a veces, sin ni siquiera cambio. Manteniendo aspecto y vestuario. Como el Fígaro y el Leporello de Robert Gleadow, en dos noches seguidas. El Don Giovanni y el Don Alfonso, también dos noches seguidas, de Alexandre Duhamel. O la Susanna y la Dorabella de Angela Brower.
Con estos mimbres atacan Le nozze de Fígaro, quizás la comedia más endeble de las tres, para denunciar el derecho de pernada de los señores, de los señores casados y respetables. Los abusos (sexuales) de los poderosos, la impunidad con la que pretenden perpetrarlos y a veces los perpetran, que hace pensar que no se ha avanzado tanto.
Y ofrecen Don Giovanni tal cual es. Mostrando una comedia en la que a Don Juan siempre le dicen no, como muy bien supo ver Claus Guth en el montaje que se pudo ver en el Teatro Real. La única vez que obtiene una satisfacción sexual es por la fuerza, porque viola a Donna Anna, algo que sucede al principio de la obra predisponiendo al público en su contra. Lo que hace pensar que a aquella sociedad no le gustaban los don juanes. Los condenaban y señalaban que había que alejarse de ellos, como hacen los personajes de la obra con su Giovanni. Excepto Donna Elvira, que reclama que se ejecute el contrato de matrimonio, porque los compromisos, los contratos, se cumplen.
Todo esto está en el original, sin vestirlo de feminismo ni de igualdad de derechos. Se ve quitándole las capas con la que se le ha ido cubriendo a lo largo de la historia. Capas que le han convertido, en el mundo actual, en un ejemplo de ligón de libro. Un rol model impuesto a hombres y mujeres de como tienen que comportarse los hombres. Como alguien que no entiende que no es no.
Trilogía que acaba con Così fan tutte. Obra en la que las mujeres dejan de ser objeto de deseo y comportarse como se espera de ellas, para ser ellas las que desean y tomar sus decisiones. A las que la acción dramática y musical las permite volar libres, las libera, no sin dudas ni come comes. Son muchos años de un determinado tipo de educación que muchos (y muchas) quieren que vuelva. Y que de alguna manera se ríe y hace reír de ese rol de hombre que se cree capaz de burlar a cualquier mujer y por tanto lo intenta una y otra vez. Sin embargo, no acepta ni piensa que a la que pueda burlarse sea a su esposa o su amante, porque su propiedad no puede ser violada, y menos con el consentimiento y el placer que esta no encuentra en su cama.
Ese hombre que lo fía todo a un notario que le ha dicho que le entrega a fulanita, junto con una dote, en matrimonio. Escena del notario, una criada disfrazada, que resulta tanto musical como dramáticamente bien divertida contando y cantando que se está celebrando un contrato por el que se van a unir dos personas.
Obras todas ellas puestas en escena confiando en el equipo artístico más por sus capacidades y cualidades que por sus nombres, su fama o su celebridad. Una confianza con la que el Liceu se gana al público. Un auditorio que ríe y aplaude de forma espontánea, quizás demasiado, interrumpiendo la acción dramática. La forma que los espectadores tiene de agradecer a un equipo artístico que, sin recurrir a ningún truco o coartada, haga magia. Haga de su teatro un paraíso, leitmotiv del Liceu esta temporada.