La tragedia del Estrecho no era una novela
Han sido muchos años desde que comencé la redacción de esta historia, advertido por varios editores del poco "tirón" que tiene en literatura el drama de las mujeres y hombres que cruzan el Estrecho de Gibraltar hasta Tarifa o adonde digan las mareas. Porque cruzar esta franja de mar de apenas 14 kilómetros es, desde finales de los 80, una pesadilla que deben sufrir quienes creen que el futuro empieza en la Playa de Los Lances. Y no siempre es así.
Pero seguí escribiendo, después de cruzar por mar y aire esas aguas, de Punta Cires a Punta Carnero, de Punta Camarinal a Punta Malabata, porque había que contar esta historia que son mil historias juntas, aunque ninguno de los que se juegan la vida entre dos mares fueran héroes de novela. Y así me decidí a publicarla en la selva de Amazon, cuando este asunto aún no era digno de interesar a los lectores, pocas semanas antes de que un barco con nombre de refresco universal llegara agradecido a las costas españolas con cientos de refugiados y migrantes abordo.
Hasta ese día, sus dramas personales no importaban a nadie. No importaban hasta que empezaron a importar. Hasta que un buque llamado Aquarius puso en la prensa y en la televisión la carta naútica del horror que se traga jóvenes, ancianos, mujeres y niños y todo lo que puedan ahogar las olas del Estrecho y el fuerte viento de Levante.
Cuando vemos sus caras o sabemos sus nombres, todo cambia... para volver donde estaba. La historia de los niños (más de quinientos en los últimos años) y mujeres ahogados en el Mediterráneo no nos conmovió tampoco hasta que supimos el nombre del pequeño Aylan Kurdi, el niño sirio que flotaba a un palmo de la arena de una playa turca. La historia de Mayuba es parecida, demasiado parecida.
Pero ahogarse es solo una forma de morir antes de llegar a la costa. Hay otras. Temores que no se conocen tan a menudo, que solo emergen de pronto, como los cuerpos perdidos que aparecen a merced de la resaca, como los fardos de hachís. De eso va esta novela, de la aventura mortal de las mujeres que en estas tres décadas han padecido el abismo, la amenaza de ser eso, mujeres, que desde que se deciden a cruzar no saben lo que les espera. Y menos aún si lo primero que ven es a una tribu de surfistas que nada tienen que ver en esta historia. ¿O sí?
Debe ser cierto que a pesar de tener todos los ingredientes necesarios, la historia de las pateras no interesaba para leer en una novela. Y de pronto, como cambia el viento de Levante a Poniente, los lectores de información o de ficción se dejan llevar por la actualidad y empiezan a preguntarse qué pasa entre esos dos mares, quién se aprovecha de la miseria, quién es capaz de soportarla y quiénes están ahí de verdad para socorrer su último vómito de agua salada. Y entonces cambia también mi suerte. Y empiezan a venderse ejemplares por el "boca a boca" que tantas vidas ha salvado en esas playas. Lo lamento porque ha ocurrido gracias a los que nunca tienen esa suerte más que para salvarse y llegar, ya digo, a la orilla. Pero me alegro porque quien lea Las piernas de la sirena descubrirá que a esa playa de esperanza no solo llegan de milagro los que nada tienen, también es refugio de los que huyen, como Magui, de la Europa Prometida .
Las piernas de la Sirena es, en efecto, un homenaje inesperado a los desheredados que en estos momentos huyen de la miseria, de países remotos o muy cercanos, de sociedades y costumbres que siguen castigando a las mujeres con el despecho, el abuso y la violencia. Y llegan a nuestras costas jadeando, empapadas, muertas en vida; llegan adonde creen que nadie las maltratará porque ya están en el paraíso. Eso creen. Pero a este lado del mar, una mujer es también una mujer, con todo el riesgo que conlleva. Y Miren, nuestra reportera y tercer personaje de esta historia, podrá comprobar en sus carnes que la condición humana es la misma en cualquier tierra, en cualquier mar donde haya hombres que no merecen serlo.