La tóxica relación entre ERC y Junts
Lo de ERC y Junts no tiene solución a corto ni a medio plazo. Lo más chocante de todo es que se entestan en intentar una relación imposible.
Ni los guionistas más atrevidos hubiesen sido capaces de arriesgar en la trama lo que los propios protagonistas están dispuestos a jugar. La nueva temporada de la serie Procés sorprende a propios y extraños. Podría resultar incluso apasionante cinematográficamente, si no fuera por los terribles efectos que está teniendo sobre la economía catalana y el prestigio de una institución que hasta hace unos años había resultado admirada, como es la Generalitat de Catalunya.
Porque en eso se ha convertido la política catalana: una triste ficción, que cabalga entre Matrix, Durmiendo con su enemigo y Lo que el viento se llevó. Todos los indicadores de desarrollo económico y calidad de vida de los catalanes están peor hoy que hace 10 años. La capacidad de influencia y prestigio de Cataluña en su entorno —no solo en España, sino en Europa, donde había llegado a ser uno de los cuatro motores que ejemplarizaban la competitividad e internacionalización socioeconómica… ¿alguien se acuerdo de ellos?— resulta hoy anecdótica. Pero los líderes independentistas mantienen su obsesiva determinación para mantenerse dentro del laberinto y superar, por difícil que pueda ser, el episodio anterior.
A diferencia de ERC hace tres años, Junts no ha cumplido en un primer compás el acuerdo entre ambas fuerzas que la más votada lideraba la constitución del nuevo gobierno. El enésimo desacuerdo entre ERC y Junts, que ha impedido a Pere Aragonès ser elegido president de la Generalitat en su primer intento, evidencia que ambas fuerzas son incapaces de resolver sus diferencias y que esta dinámica se va a mantener durante largo tiempo, incluso a pesar que finalmente logren cerrar un acuerdo en falso.
La excusa es el papel que ha de jugar el Consell de la República, un organismo que pasa desapercibido entre la inmensa mayoría de la población catalana —también la independentista— y que tiene como función principal alargar el procés. Pero la causa principal que frena a Junts a investir Aragonès es que en el nuevo escenario, Carles Puigdemont aparece condenado a ser un actor de segunda o, simplemente, simbólico. Otra vez, los intereses de partido se anteponen a los generales, algo que ambas fuerzas han practicado continuamente desde octubre del 2017.
Lo de ERC y Junts no tiene solución a corto ni a medio plazo. Lo más chocante de todo es que se entestan en intentar una relación imposible y profundamente tóxica. En el caso de Junts, la explicación resulta clara, ya que si no pactan con Esquerra no tienen con quien hacerlo, excepto si es en instituciones sin carga política —pero con buenas contraprestaciones para colocar gente y gestionar presupuestos—, como la Diputación de Barcelona o algunos consejos comarcales. Además, el actual perfil extremista de Junts lo ha convertido en una fuerza de oposición aun cuando gobierna.
Pero que ERC esté dispuesta a dejarse humillar todavía más por Junts es lo que realmente resulta paradójico. Esquerra no ha conseguido sacudirse aún el complejo de inferioridad sobre su socio, al que logró llevar hasta el precipicio en los tristes días de finales de octubre del 2017.
El interrogante es hasta cuando ERC estará dispuesta a jugar en esta ficción y renunciar al actual papel de principal actor, no solo del independentismo, sino también del catalanismo y, en consecuencia, escribir un nuevo guion. De momento, continua presa de la relación tóxica y renuncia a otras parejas. Tal vez más por el “qué dirán” que no porque esté convencida que necesita otro escenario.