La Tierra es plana
Pensar, cansa. 'Librepensar', más.
“Nunca debemos tener miedo de ser un signo de contradicción para el mundo”.
(Madre Teresa)
La Tierra es plana. Al menos de y en pensamiento. Así, el título que abre este artículo es, en sí y a propósito, incorrecto. Habría sido más adecuado decir Los terrícolas somos planos, Homoplanistas o Existes, luego piensa así, pero se habría perdido la retórica y el efecto que tiene tan actual aseveración conspiranoica.
Pero sí: la Tierra es plana. Si la consideramos como un uno, como un ente, como un ser vivo agenésico, si damos la hipótesis Gaia como válida y nos incluimos, el equilibrio del sistema está ya en un punto horizontal, homogéneo y de difícil retorno. La parte, digamos, racional e inteligente que, se supone, aportamos los humanos a diferencia de las rocas, las montañas, las llanuras, los océanos, la atmósfera o el medio ambiente en general, es poco o nada variable. Gaia nació del Caos Primigenio allá por los albores de la creación y en el caos sigue. Ella es una deidad, nosotros no. Ella ya estaba aquí, nosotros no. Ella nos envía señales, nosotros las vemos; pero las ignoramos. Contamos con desfibriladores pero no los usamos. Así, la línea horizontal del encefalograma global ni se altera ni muestra picos, pues éstos son peligrosos para aquellos, titanes de corbata, que creen estar por encima de mamá y ser capaces de gobernar el universo. No vaya a salir ahora un Darwin, un Luther King o una Simone de Beauvoir que venga y lo joda todo.
Urano lo vio venir y se quedó sin huevos. También predijo el castigo a su traición y a su anorquidia y no se equivocó. Ahí está la biosfera, ay pobre, luchando por autorregularse, por poner algo de sentido común en casa aunque para ello tenga que enfurecerse de vez en cuando y sacrifique parásitos, saprófitos y simbiontes, daños colaterales, oops. Y no, no es que le duela o le tiemble el pulso. Son terremotos de ira cuando se agita.
A pesar de todo y aun sabiendo que no es posible, los titanes de corbata son soberbios y seguirán intentándolo con Gaia por medio de nuestro control, pues su empeño es equiparable a su ambición; y ésta no encuentra límites. Y han ganado. Han logrado algo vital para su pervivencia: el pensamiento único, lo único que les puede acercar a su objetivo.
Es muy común conocer personas, buenas personas, personas amables, personas sin más, personas que no destacan por nada en particular, que siempre nos recordarán ese puntito de locura que todos afirmamos tener o que dirán, por eso de darse un aire interesante, “a mí hay que darme de comer aparte”. Pero no. Aunque ellos estén convencidos de ello y se lo crean, no. Balan y bailan al son aburrido de la misma canción, comen de los mismos pastos y beben de los mismos abrevaderos que todo el mundo: alfalfa de poca calidad y agua sin suplementos.
Escuchan la música que les dicen que hay que escuchar y nadie se pasa una mañana entera descubriendo discos en una tienda porque ya no existen; idolatran ídolos pasajeros que han sido creados delante de sus narices y que cantan como ese, como el otro y como aquel; los que leen, leen los libros que colocan en las estanterías más visibles de las librerías o las páginas web en las que les hacen comprar libros; ven las series que hay que ver y, luego, las que Netflix les dice que tienen que ver; visten como los maniquíes que les miran petrificados desde los escaparates como si fueran maniquíes que visten como ellos; usan el desodorante o el perfume que les dicen en los anuncios, que en realidad es un sólo anuncio, que les hará ser diferentes, “be different, be yourself”; viajan todos a los mismos destinos sin perderse por los caminos ni adentrarse en callejones, para tener unas vacaciones diferentes al resto y luego suben las mismas fotos de los mismos paisajes y de la misma comida con los mismos textos “buenrollistas”; tunean sus Opel, sus Citroën y sus Peugeot, marcas de la misma empresa, de la misma manera y siempre hortera; comen lo que les dicen, porque ahora es sano y antes no, o al revés; hacen spinning, body tal, body lo otro y corren medias maratones porque siempre hay algo de lo que huir y porque una maratón entera es mucho; se indignan con las noticias con las que los medios deciden que se deben indignar y si les dicen que todos deben ser Gabriel, todos son Gabriel, no otro de los cientos de nombres que les podían haber dicho; repiten lo que su periódico afín les ha indicado, por medio de un gran titular, que repitan; odian a quienes les dicen que deben odiar y adoran a quienes les dicen que deben adorar; aceptan el OM inaudible que no deja de vibrar en el aire que respiran y dejan sus mentes en blanco para que todo sea más fácil.
Porque pensar, cansa. Librepensar, más.
Y así no habrá ni Zeus ni Titanomaquia que los mande al Tártaro.
Ya, en el siglo XVII, el poeta metafísico Thomas Traherne, escribió: “Nunca disfrutarás del mundo como es debido hasta que el mismo mar fluya por tus venas, hasta que estés vestido por los cielos y coronado por las estrellas; y te veas como el único heredero del mundo entero, y más que eso, porque hay hombres en él, que son, todos ellos, herederos únicos; igual que tú”.