La semana en EEUU: Trump se escapa del 'impeachment' y sus rivales hacen el ridículo
El juicio político queda en nada, el presidente se cuelga medallas y los 'caucus' de Iowa son un desmadre pero, ¿y si no todo es alivio y victoria para el magnate?
Menuda semana ha vivido Estados Unidos. La coincidencia de tres eventos de enjundia -el juicio político al presidente, su discurso sobre el Estado de la Unión y el inicio de las primarias demócratas- ha acaparado toda la atención de la prensa internacional y deja, a priori, un ganador: el republicano Donald Trump. El mandatario ha sido absuelto en el proceso de impeachment (ni abuso de poder ni obstrucción al Congreso, han dicho los señores senadores), se ha explayado pregonando sus logros de gestión y ha visto cómo sus adversarios se enfangaban en un caucus, el de Iowa, que ha tardado tres días en tener resultados fiables.
Pero ¿y si no todo es alivio y victoria para el magnate? Lo acontecido tiene tantas aristas que merece ir un poco más allá, porque estamos en año de elecciones (3 de noviembre) y los blancos y negros nunca son puros.
‘Impeachment’: fin del calvario, pero con aviso a navegantes
El Senado de EEUU, con mayoría republicana, ha dado carpetazo este miércoles al juicio político contra Trump, el tercero de esta naturaleza en la historia del país, con el que los demócratas pretendían forzar su marcha de la Casa Blanca. Al presidente se le acusaba de haber abusado de su puesto al presionar a Ucrania para que investigara y aireara las supuestas vergüenzas de Joe Biden, exvicepresidente con Barack Obama y actual precandidato demócrata a las elecciones, y de su hijo.
Sus adversarios impulsaron el impeachment en el Congreso, porque ahí tienen mayoría, pero han tropezado en el Senado, determinante y donde mandan los conservadores. Se necesitaban dos tercios de la Cámara Alta para destituir a Trump, que 20 republicanos cambiaran de bando. Eso no ha pasado. Sólo uno, Mitt Romney, acérrimo enemigo de Trump, lo ha hecho. Su “yes, he did it”, “sí, él lo hizo”, reconociendo los abusos de su presidente queda para la historia, pues nunca un senador del partido del Gobierno ha votado por echar a su líder.
Trump reconoce que lo ha pasado mal, que acaba “el calvario”, pero en realidad no ha sido para tanto: el proceso ha durado muy poco, apenas dos semanas, y sus colegas de formación se han encargado de cortocircuitarlo todo. Ni más pruebas ni más testimonios se han podido aportar, por lo que han sido unas audiencias descafeinadas y con lagunas.
Sin embargo, aunque el voto ha sido contundente a su favor, en los días finales se ha roto la unidad de relato republicana: varios y notables senadores han salido en público a reconocer que es verdad, a la luz de las pruebas, que Trump llamó al presidente ucraniano y que le amenazó con retener ayuda militar (esencial en la pelea con Rusia y ya aprobada incluso por el Congreso) si no le daba munición contra los Biden. Lo que pasa es que, dicen, de estar mal a ser delito hay mucho trecho. Voces críticas que constatan que hay quien acepta este pulpo como presidente con la nariz tapada. “Este es el Partido Republicano, no el partido de Donald Trump”, se dolía uno de los senadores al New York Times.
No son pocos los analistas que sostienen que, aún ganando, a Trump se le han visto las mentiras expuestas y, a sus correligionarios, también. Y eso en año electoral es grave. Es verdad que no ha habido sorpresas en la votación, pero cubrir “crímenes” está feo. Y a veces se paga, aunque sea a largo plazo. No obstante, la CNN sostiene que la popularidad del magnate en su formación es hoy del 95%. Otra cosa buena que saca Trump: enarbolando la bandera de la persecución ideológica de los rojeras demócratas, ha iniciado una campaña de recaudación de fondos paralela al impeachment que le ha reportado ya más de 46 millones de dólares. Ideal para reforzar la campaña.
Hay quien, por contra, dice que quienes se han hundido son los demócratas: han intentado tumbar al presidente con pocas pruebas contundentes, se han desgastado mucho cuando tienen su propia elección interna pendiente y no han podido con este Goliat. Incluso, la prensa conservadora ha aprovechado para contar los trapos sucios de los Biden en Ucrania, insistiendo en que Trump no abusó de su cargo, sino que peleaba contra la “corrupción”.
Está por ver cómo les afecta también esta exposición y esta derrota. De momento no quieren soltar el bocado y amenazan con citar a algunos de los testigos que no han logrado llevar al Senado, aunque sea en un proceso paralelo y sin consecuencias. Sobre todo, pelean para que los norteamericanos escuchen a John Bolton, exasesor de Seguridad Nacional, que ha confirmado el chantaje a Ucrania. Y avisan: Trump es de los que “no aprende la lección” y en cualquier momento puede incurrir en delitos similares de nuevo. A ver si ese aviso les renta algo.
El Estado de la Unión: todo vale
Un día antes de salir airoso del juicio político, Trump pronunciaba su anual discurso sobre el Estado de la Unión. No habló del impeachment, por el riesgo a meter la pata y enfadar más a algunos republicanos, y porque quería quitarle todo el hierro del mundo.
El magnate se dedicó a glosar sus logros en tres años de gestión, en un ambiente tenso, que dejó escenas lamentables. Una mezcla de discurso mitinero con toques de Twitter nacionalista y populista, algo más moderado de lo habitual, cargado de triunfalismo y con la economía por encima de todo. Es precampaña.
El mandatario alegó que en los últimos tres años ha ayudado a realizar el “gran regreso estadounidense”. Además, se comprometió a proteger la Seguridad Social y advirtió sobre las propuestas políticas del Partido Demócrata. Habló de su política antimigratoria con la deportación masiva de inmigrantes y el muro fronterizo con México. También condenó la postura de las ciudades refugios que dan protección a los inmigrantes. Trump también se refirió a la guerra contra el terrorismo, su política contra Irán y el llamado acuerdo del siglo que busca afianzar la posición de Israel frente a Palestina e intensificar su presencia en el medio oriente. Declaró, también, que EEUU trabaja para terminar sus acciones militares en Oriente Medio y retirar sus tropas de la región.
″¡Cuatro años más!”, repetían sus partidarios desde la grada. Nada que ver con el sentimiento de los demócratas: algunos se ausentaron de la cámara, las mujeres fueron casi todas vestidas de blanco como protesta y, en un gesto sin parangón, la presidenta de la Cámara Baja de EEUU, la demócrata Nancy Pelosi, hacía trizas una copia del discurso que acababa de pronuncia el presidente de su país. “Era lo más cortés que podía hacer” después de ese “discurso tan sucio”, explicó luego a la prensa. Previamente, Trump la había dejado con la mano colgando, negándole el saludo protocolario.
Bravuconería y agenda clara del presidente, primera conclusión de la jornada. Trump saca de quicio a mucha gente progresista, pero también contenta a quienes ven que la economía funciona. Segunda conclusión, que el país sigue polarizado y que los meses que quedan hasta las elecciones se van a poner aún más duros. Los gestos entre los dos principales partidos demuestran que no hay lugar para la tregua, ni siquiera en el protocolo básico, y eso se traslada a la ciudadanía. El pique se extiende conforme llega noviembre y la urbanidad se olvida. Pelosi y Trump llevan, de hecho, meses sin hablarse.
En busca de un candidato demócrata: el caos de Iowa
Trump se lo ha pasado en grande esta semana viendo cómo los “burócratas incompetentes” de los demócratas no podían resolver el puzzle de los caucus de Iowa. Un fallo en la app tuvo la culpa de que los resultados hayan tardado tres días en llegar al 100%.
El vencedor, al fin, es una sorpresa, el alcalde de Indiana Pete Buttigieg (38 años), al que ha seguido el senador Bernie Sanders (78 años). Importante, porque quien vence en Iowa suele ser el elegido final, aunque aún quedan muchas primarias por delante.
La imagen del Partido Demócrata ha quedado tocada. Llevaba meses alertando de peligros de intromisión (como la trama rusa), de virus o de noticias falsas dispuestas a reventar su campaña, pero han sido ellos mismos los que han metido la pata. No han sido claros al explicar los fallos ni especialmente humildes al disculparse con su gente. Los candidatos apenas podían pararse a reclamar -Biden, el más peleón, porque se ha llevado un buen tirón de orejas- porque ya tenían que ir a Nuevo Hampshire, donde se celebra la siguiente elección.
Cada cual saca conclusiones diferentes para los días por venir. Buttigieg vuelve a partir como favorito, dicen las encuestas, con su mezcla atractiva de novedad y mesura. Lo que quiere es mantenerse sobre la ola y afianzar su voz centrista, frente al socialismo declarado de otros contrincantes.
Sanders se veía ya coronado, así que se ha llevado un chasco, pero no ha sido muy grave, porque se ha impuesto en votos: Buttigieg obtuvo 564 delegados estatales frente a los 562 de Sanders, que a su vez recibió 45.826 votos (26,6 %) frente a los 43.195 (25 %) del exalcalde de South Bend (Indiana). Sigue liderando las encuestas de opinión de voto en la prensa nacional.
La tercera en discordia, la senadora Elizabeth Warren (70 años), no se inquieta. Quería estar en la terna de cabeza y está. Lo que tiene que hacer es consolidar esa posición en el tortuoso camino que queda en las primarias. A favor: las mujeres la apoyan. En contra: su discurso se diferencia poco del de Sanders.
Llorando por los rincones está Joe Biden. Ha quedado cuarto en Iowa cuando se esperaba ser primero; es el hombre del establishment, del poder orgánico, escudero de Obama en sus buenos tiempos. Tiene que hacérselo mirar. Aunque por delante quedan estados en los que puede arañar muchos apoyos (Nevada, Carolina del Sur), debe hacer examen de conciencia. Buttigieg le come el centro frente a otros demócratas más de izquierdas y ni su pasado ni su buena fama son suficientes para ganar.
Y, a todo esto, queda por saber cómo afectará a esta carrera por la candidatura el papel de otro multimillonario que entra en liza, Mike Bloomberg, que ha sido listo no presentándose en Iowa y sigue apostando por el supermartes, un día en el que se deciden casi un tercio de los delegados que, a la postre, votan al elegido. Por comparar: este señor tiene ya a 2.100 personas trabajando en la maquinaria de campaña, cuando el primer vencedor parcial, Buttigieg, roza apenas los 500.
Todos tienen el mismo miedo: que la estructura del partido falle, que haya nuevos errores y que quede la imagen de que no podrán gobernar si ni siquiera pueden contar sus votos. Los técnicos no les dan garantías de que el susto se vaya a quedar sólo en Iowa...