La rabia cuaja en las calles de Beirut, mientras llega la primera ayuda internacional
Las protestas continúan, provocando la marcha de dos ministros, mientras se acaba la esperanza de encontrar supervivientes de la explosión
La rabia y la indignación ciudadanas volvieron a alimentar este domingo protestas violentas en Beirut, la capital de Líbano, después de que el sábado los manifestantes asaltaran las sedes de varios ministerios y se enfrentaran con la Policía, con un saldo de 250 heridos y un agente fallecido.
Este domingo, las fuerzas de seguridad y los manifestantes se arrojaron gases lacrimógenos, piedras y material incendiario en los alrededores del Parlamento, en el centro de la capital libanesa. Y es que el malestar se acumula, mientras se deja de buscar con esperanza a los desaparecidos de la explosión del martes pasado, mientras queda sepultar a los más de 150 muertos y vigilar las heridas de los más de 6.000, en mitad de una crisis económica, vital, que amenaza con hundirlo todo.
¿Por qué salen los beirutíes a la calle? Básicamente, porque no ven futuro ni mandatarios que, al menos, les garanticen que pelearán por su bienestar. Porque la crisis viene de largo y, ahora, se agrava. Porque hace décadas que nadie da respuestas y no pueden más.
La explosión afectó a una de sus infraestructuras esenciales: el puerto. Líbano importa la mayor parte de su comida. Su economía lleva casi un año en caída libre y crecen los temores de que se produzca una situación de inseguridad alimentaria si no llega nada por esta vía. Todo el grano almacenado en el puerto, por ejemplo, se ha perdido. Además, los alrededores del lugar de la deflagración forman una de las más habitadas y empobrecidas de la ciudad.
Esto se suma a la crisis financiera y a la hiperinflación en el país, que pasa por su peor crisis económica desde el final de la guerra civil. Miles de personas se han visto empujadas a la pobreza y la situación provocó en octubre las mayores protestas antigubernamentales que el país ha visto en más de una década.
Radiografía negra
Incluso antes de que la pandemia de coronavirus a principios de este año, el Líbano parecía encaminarse a un colapso. Su deuda interna con respecto al producto interno bruto (lo que debe un país en comparación con lo que produce su economía) fue la tercera más alta del mundo.
El desempleo se situó en el 25% y casi un tercio de la población vivía por debajo del umbral de pobreza.
A finales del año pasado, también se desveló que el Estado era completamente consciente de que el Banco Central estaba llevando a cabo lo que era básicamente un esquema financiero piramidal, conocido como Ponzi.
El organismo pedía prestado a los bancos comerciales a unas tasas de interés superiores a las del mercado para pagar sus deudas y mantener fijo el tipo de cambio de la libra libanesa contra el dólar estadounidense.
Al mismo tiempo, iba creciendo un malestar entre la población por el hecho de que el gobierno no es capaz de proporcionar ni siquiera los servicios básicos.
A los cortes de energía diarios y la falta de agua potable se suman una atención médica pública limitada y una de las peores conexiones a internet del mundo.
La situación pone de relieve las profundas divisiones en la sociedad libanesa, donde muchos ciudadanos acusan a la élite política dominante de acumular riqueza en lugar de realizar las amplias reformas necesarias para resolver los problemas del país.
Unas protestas que vienen de lejos
A principios de octubre de 2019, la escasez de moneda extranjera llevó a la libra libanesa a una fuerte depreciación frente al dólar en un mercado negro que resurgió por primera vez en dos décadas. Cuando los importadores de trigo y combustible exigieron que se les pagara en dólares, los sindicatos convocaron huelgas.
Más tarde, otra desgracia azotó el país: ls incendios forestales desatados en las montañas de la parte occidental volvieron a poner de manifiesto la falta de fondos y el deficiente equipamiento de los bomberos.
A mediados de octubre, el gobierno propuso nuevos impuestos sobre el tabaco, la gasolina y las llamadas de voz a través de servicios de mensajería como WhatsApp para aumentar sus ingresos, pero la reacción violenta de la población obligó a cancelar los planes. Sin embargo, nada pudo frenar la oleada de descontento acumulada durante años.
Decenas de miles de libaneses salieron a las calles, lo que llevó a la renuncia del primer ministro respaldado por occidente, Saad Hariri, y su gobierno de unidad.
Las protestas dejaron de lado incluso el habitual sectarismo político, algo que no sucedía desde que terminó la devastadora guerra civil.
El recién nombrado primer ministro, Hassan Diab, anunció que Líbano no podría cumplir con sus compromisos de deuda externa por primera vez en su historia.
Afirmó que sus reservas de divisas habían alcanzado un nivel “crítico y peligroso” y que era necesario mantener las que quedaban para pagar las importaciones esenciales.
El COVID-19, la puntilla
A raíz de las primeras muertes por covid-19 y el aumento de las infecciones, el gobierno impuso a mediados de marzo un confinamiento obligatorio para frenar la propagación de la enfermedad.
Por un lado, esto obligó a los manifestantes antigubernamentales a abandonar las calles, pero por otro, agravó la crisis económica y expuso las deficiencias del sistema de bienestar social del Líbano.
Muchos negocios se vieron obligados a despedir al personal o darles vacaciones sin sueldo y la brecha entre el valor de la libra libanesa en los tipos de cambio oficiales y la del mercado negro se amplió. Además, los bancos endurecieron los controles de capital.
La inflación agravó mucho más la situación de las familias, incapaces de comprar ni siquiera los artículos para cubrir las necesidades básicas. Las crecientes dificultades económicas provocaron nuevos disturbios. En abril, soldados mataron a tiros a un joven durante una protesta violenta y varios bancos fueron incendiados.
Mientras tanto, el gobierno finalmente aprobó un plan de recuperación con el que esperaba terminar con la crisis económica y obtener el apoyo del Fondo Monetario Internacional (FMI) que debía conceder un paquete de rescate por valor de 10.000 millones de dólares.
Para cuando las restricciones de coronavirus comenzaron a levantarse en mayo, los precios de algunos alimentos se habían duplicado y el primer ministro advirtió que Líbano estaba en riesgo de caer en una “gran crisis alimentaria”.
“Muchos libaneses ya han dejado de comprar carne, frutas y verduras, y pronto les resultará difícil pagar incluso el pan”, escribió entonces The Washington Post.
El problema crónico de salir adelante
La mayoría de los analistas apuntan a un factor clave: el sectarismo político. Son grupos que se ocupan de sus propios intereses. Líbano reconoce oficialmente a 18 comunidades religiosas: cuatro musulmanas, 12 cristianas, la secta drusa y el judaísmo.
Las tres principales instituciones políticas -el presidente, el presidente del parlamento y el primer ministro- se dividen entre las tres comunidades más grandes (cristiana maronita, musulmana chiíta y musulmana sunita, respectivamente) en virtud de un acuerdo que data de 1943. Los 128 escaños del Parlamento también se dividen en partes iguales entre cristianos y musulmanes (incluidos los drusos).
Es esta diversidad religiosa la que hace del país un blanco fácil para la interferencia de las potencias externas.
Así sucede por ejemplo con el respaldo de Irán al movimiento chiíta de Hezbolá, ampliamente considerado como el grupo militar y político más poderoso del Líbano.
Desde el final de la guerra civil, los líderes políticos de cada secta han mantenido su poder e influencia a través de un sistema de redes de mecenazgo, protegiendo los intereses de las comunidades religiosas que representan y ofreciendo incentivos financieros, tanto legales como ilegales.
Líbano ocupa el puesto 137 de 180 países (180 es el peor) en el Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional de 2019.
El organismo de control dice que la corrupción “impregna todos los niveles de la sociedad” en el Líbano, con los partidos políticos, el parlamento y la policía percibidos como “las instituciones más corruptas del país”.
Argumenta que es el propio sistema de compartir el poder lo que está alimentando estas redes de mecenazgo y obstaculizando un gobierno efectivo en el Líbano.
Primeras consecuencias políticas de la explosión
La potente explosión de hace casi una semana, que ha provocado todo este terremoto en las calles, se ha cobrado ya sus dos primeras víctimas políticas, los ministros de Información y Medio Ambiente. La ministra libanesa de Información, Manal Abdel Samad, dimitió este domingo al considerar que sigue habiendo “resistencia” a aceptar los cambios que exige la población tras la tragedia, que ha dejado de momento 158 muertos y unos 6.000 heridos.
“Después del horror del desastre de Beirut, presento mi dimisión del Gobierno”, anunció Abdel Samad en un comunicado, según la Agencia Nacional de Noticias (ANN) libanesa, seguida pocas horas después por el titular de Medio Ambiente, Damianos Kattar.
En una nota, comunicó su dimisión “ante el horror de la catástrofe, en reverencia a las almas de las víctimas inocentes, en solidaridad con los heridos y sus familias, sintiendo el dolor de las familias de los desaparecidos, en simpatía con todos los afectados (...) y en medio de un sistema estéril y afligido”. El ministro afirmó que está “triste hasta la muerte” por lo ocurrido.
Llega la primera ayuda
La comunidad internacional, además, se comprometió este domingo a movilizar 252,7 millones de euros en ayuda de urgencia para la población del Líbano.
Esa cantidad, de la que informó la Presidencia francesa, fue decidida en una videoconferencia de donantes en la que París y Naciones Unidas reunieron a una treintena de mandatarios y altos responsables de todo el mundo y de instituciones como la Unión Europea (UE) o el Banco Mundial para coordinar el apoyo.
Su objetivo era responder a las necesidades más urgentes sobre el terreno, especialmente en los ámbitos sanitario y alimenticio, y avanzar que más a largo plazo sus participantes están dispuestos a respaldar la recuperación económica y financiera libanesa, si las autoridades locales se comprometen a efectuar reformas de peso.
Este encuentro -convocado el jueves en Beirut por el presidente francés, Emmanuel Macron- contó con la participación de los mandatarios de Estados Unidos, Donald Trump; de Brasil, Jair Bolsonaro, y del propio Líbano, Michel Aoun, así como del jefe del Gobierno español, Pedro Sánchez, y del primer ministro italiano, Giuseppe Conte, entre otros.
La movilización económica anunciada será detallada “en los próximos días” e irá acompañada del despliegue “de varios centenares de expertos técnicos de emergencias y de varios centenares de toneladas de ayuda, especialmente de medicamentos de emergencia, ayuda alimentaria y material de rehabilitación urbana”. Francia solo indicó su aporte de 30 millones de euros y señaló que la ONU será la encargada de precisar de forma minuciosa el balance.
Coordina la ONU
La declaración final subraya que “el Líbano no está solo” y que el apoyo debe ofrecerse de manera eficiente y transparente, directamente a la población libanesa y bajo la coordinación de Naciones Unidas.
Los cálculos de la ONU facilitados a los participantes cifraban en 116,9 millones de dólares (unos 99 millones de euros) las necesidades más urgentes a raíz de la explosión de 2.750 toneladas de nitrato de amonio, que dejó además a unas 300.000 personas sin casa por daños en sus viviendas.
Aunque ni Aoun ni el líder del partido proiraní, Hasan Nasralá, quieren que en la investigación de los hechos participen extranjeros alegando la soberanía del Líbano para manejar sus asuntos, Macron fue firme este domingo a la hora de reclamar unas pesquisas independientes.
“Este ofrecimiento de ayuda incluye igualmente un apoyo a una investigación imparcial, creíble e independiente sobre las causas de la catástrofe. Es una petición fuerte y legítima del pueblo libanés. Es una cuestión de confianza. Los medios están disponibles y deben ser movilizados”, dijo al inaugurar la cita.
Pero con reformas
La ayuda, según se ha precisado desde Francia, no es un “cheque en blanco”. Aunque los fondos de urgencia se ofrecen sin condiciones, el apoyo posterior sí está supeditado a cambios profundos en un país en crisis.
“Ha llegado el momento de despertar y actuar. Las autoridades libanesas deben poner en marcha ahora las reformas políticas y económicas solicitadas por el pueblo libanés, que permitirán a la comunidad internacional actuar de forma eficaz junto con el Líbano para su reconstrucción”, añadió Macron.
De momento, el primer ministro del Líbano, Hasan Diab, consideró este sábado que la forma de salir de esta crisis es a través de unas elecciones anticipadas y se mostró dispuesto a encabezar un gabinete durante dos meses para llegar a los comicios.
Su promesa se produjo en una jornada de protestas que derivó en violentos enfrentamientos entre manifestantes y Policía en Beirut y que se saldaron con un agente muerto y 250 heridos, antes de continuar este domingo por segundo día consecutivo.
“El Líbano necesitará mucho apoyo para abordar los daños causados y debemos trabajar juntos para brindarlo de la manera más eficaz y coordinada”, destacó Sánchez, quien ofreció prestar ayuda humanitaria a través de la UNIFIL, misión de mantenimiento de paz y de estabilidad de la ONU al sur del Líbano en la que España, con 610 militares, es el segundo contribuyente de tropas.
Sin supervivientes
Por su parte, el Ejército libanés dio hoy por concluida la primera fase de las labores de búsqueda y rescate, sin que los equipos locales e internacionales hayan hallado supervivientes, lo cual será menos probable a partir de este momento.
El jefe del batallón de ingeniería del Ejército libanés, Rojeh Khoury, explicó que después de tres días de búsqueda “la esperanza de encontrar a personas con vida ha disminuido”, pero que continúan los trabajos para recuperar los cadáveres de debajo de los escombros.
“Los equipos que estaban buscando a gente con vida consideran que su trabajo ha terminado”, afirmó Khoury.
Entre ellos, se encuentra el contingente español de operaciones GERCCMA método Arcón, que se unió este sábado a las labores de salvamento y no ha podido rescatar a ninguna persona con vida hasta el momento.
Su jefe, Jaime Parejo, confirmó a Efe que el Ejército libanés les comunicó este domingo que se “suspendían las operaciones de búsqueda y detección” de supervivientes.
El bombero español, que está a cargo de otros cuatro miembros de ese cuerpo, con cuatro perros, consideró “culminada” la primera parte de la misión.
Según Khoury, tampoco los grupos de rescate de Holanda, Chipre, Polonia, Alemania, Grecia, República Checa y Catar encontraron supervivientes en las zonas que les habían sido asignadas y algunos se han retirado al no hallar personas con vida.
Sin embargo, los turcos, franceses y rusos siguen apoyando a los equipos libaneses en la zona más afectada, donde “están en alerta y trabajan veinticuatro horas al día” para recuperar los restos de las víctimas.