La pelota inocente
¿Alguien me puede explicar qué tan importante nos jugamos en un partido de fútbol para que demasiados de entre nosotros acepten sin pestañear la barbarie?
Se cuenta que las inmensas bodegas de Champagne (un mundo subterráneo aún más imponente que el Metro de Moscú), excavadas bajo un suelo de tiza, se lograron supuestamente a base de introducir en la fosa esclavos a los que se iba alimentando hasta que, finalizado su trabajo, quedaban sin suministros y cortadas las cuerdas que les hubieran permitido salir. Ahí quedaron sus osamentas dando testimonio de la magnitud de la obra.
Curiosamente, arriba, entre el verdor del viñedo, hay otra siembra de huesos, como consecuencia de las batallas libradas durante las dos grandes guerras.
Pese a tan buen sustrato, ahora parece ser que el champagne llegará justito para recibir al año o celebrar los goles del Mundial.
Lo que no sabemos es qué habrán hecho con los esqueletos de los miles de obreros muertos durante la apresurada construcción de los estadios que, en un par de días, alojarán a las esforzadas escuadras de peloteros.
Estén tranquilos los visitantes, que ya somos todos gente civilizada y los habrán retirado convenientemente (un albañil cae del techo, muere, y ya no almuerza. Gracias, Vallejo)
No estoy muy al día de los avatares por los que transita el Campeonato del Mundo de Selecciones de Fútbol; desconecté del evento en cuanto supe que no iba a jugar el Atlético de Madrid (por suerte, me susurra al oído un cholista angustiado). Pero las noticias que han ido llegando no constituyen lo que se podría llamar un relato aleccionador. Comenzamos hace años, cuando corrió el rumor, que no tardó en convertirse en un grito unánime, atronador y debidamente confirmado, de que los encargados de elegir la sede tomaron la decisión llevados por su amor al arte. Al arte de vivir como jeques y que otros, precisamente jeques, paguen las cuentas, quiero decir.
La primera consecuencia de tan meditada elección ha sido la de tener que celebrar el Campeonato en diciembre, no vaya el sol de verano a freír aficionados a troche y moche, como si fueran pescaditos de la bahía o curritos pakistaníes. Resultará novedoso contemplar los partidos de la fase de grupos, desusados, exóticos incluso, haciendo la siesta con edredón y café ardiendo en lugar del clásico ventilador y una claque de moscas.
La segunda no ha sido la siniestralidad inconcebible que las obras han arrastrado consigo. Se habla de más de seis mil muertos, pobres como ratas, llevados al andamio desde míseros poblados indostánicos para someterlos a la total ausencia de medidas de seguridad, a jornadas semejantes a las de los esclavos que alzaron pirámides, y a salarios análogos con tal condición.
La segunda consecuencia, en realidad, ha sido el pavoroso silencio que la cifra atroz ha levantado. Escasos comentarios, en medios muy determinados y escondidos, han informado de la noticia a quienes han tenido la paciencia de buscarla. Y menos aún han criticado que en pleno siglo XXI, con medios prácticamente ilimitados y toda la tecnología existente a su disposición, se haya permitido semejante goteo inclemente.
Tampoco tuvo mucha relevancia la historia de la mexicana, empleada en el Comité Organizador, que fue violada y, cuando acudió a comisaría a denunciar los hechos, fue a su vez informada de que, al reconocer que había mantenido relaciones sexuales fuera del matrimonio, era rea de cien latigazos y siete años de cárcel. Con buen criterio, la joven echó a correr y no paró hasta cruzar la puerta de su embajada.
Si una violación pasa por relación, puede que por allí entiendan que un combate de MMA es un bautizo.
La FIFA ha pedido reiteradamente que solo se hable de fútbol, sin entrar en querellas políticas o ideológicas. Ya lo saben, la corrupción, la explotación con resultado de muerte masiva y la violación impune son una mera cuestión de criterios diferentes.
¿Alguien me puede explicar qué tan importante nos jugamos en un partido de fútbol para que demasiados de entre nosotros acepten sin pestañear la barbarie, con tal de que once jugadores reten a otros once para ver quién la mete más veces? ¿Qué oscuros complejos se disfrazan con pantalón corto y camiseta multicolor? ¿De qué viven las ópticas, si la mayoría de los paisanos prefiere no ver lo que tiene delante? ¿No hay VAR que sancione este atropello?
Me consuela enterarme de que en Alemania son muchas las hinchadas que han planteado un boicot al Mundial, y que no solo han renunciado al viaje, sino que están dispuestas a apagar el televisor para no ser incluidos en las estadísticas de la infamia.
Pero los más argumentan que la pelota es inocente y que todo quedará atrás cuando eche a rodar.
En efecto, la pelota no tiene culpa de nada; pero todos los que entren a los estadios tras ella serán cómplices, conscientes o no, de la tiranía y la abyección.
Y de sobra sé que, mientras la pelota ruede, no rodará ninguna cabeza.