La pandemia como enmienda a la totalidad
Gobierno y oposiciones, en todos los ámbitos y niveles de esta España (¿des?) compuesta, tienen que preparar de inmediato al país para la próxima pandemia.
Durante la pasada (o no) crisis económica mundial hubo miembros de una misma familia o círculo de amigos que experimentaron consecuencias antagónicas sólo por su manera de gestionar su economía doméstica, y partiendo de una parecida situación financiera.
Millones de personas con ingresos bajos no pudieron hacer nada, claro, porque desde que el neoliberalismo se impuso como moda, según la técnica de las flores caníbales, muy hermosas pero mortales, el número de trabajadores pobres ascendió vertiginosamente. Hubo quienes incluso en esos tiempos de vino y rosas aprovecharon para hacer ahorros, por si las moscas. Y muchos que decidieron vivir a lo grande según la filosofía del futbolista George Best que citaba Carlos Boyero el pasado 14 de noviembre en El País: “Gasté mi dinero en alcohol, mujeres y coches; el resto lo desperdicié”.
Otros con hipotecas a 15 años, sin embargo, las redujeron a la mitad e incluso las amortizaron totalmente, regulando la llave de paso del grifo del dinero. Hubo empresas que se emborracharon y crecieron sin ton ni son, a vivir que son dos días, y otras que aumentaron sus reservas y que hasta, asombrosamente, congelaron el reparto de dividendos porque olfatearon con tino que después de la calma viene la tempestad. La mayor parte de las del expansionismo oportunista incendiado por la erótica del principio de que ‘crecimiento es poder’, están al borde del abismo. Las otras que fueron prudentes resisten, y hasta han podido diversificarse sin necesidad de acudir a créditos asfixiantes, que encima secuestran su creatividad y el impulso enriquecedor del emprendimiento.
La pandemia no ha afectado por igual a todos los países, y dentro de ellos, a todas las regiones o pueblos. Por lo visto, este virus que provoca la covid-19 (nombre de la enfermedad, por lo tanto el artículo es en femenino) reacciona según multitud de factores. Sin embargo hay algunos que ya están demostrados empíricamente, y otros que están en curso.
El presidente electo de Estados Unidos, el demócrata Joe Biden -lo de demócrata en estos momentos, frente a Trump, tiene un especial significado, más que la mera adscripción al Partido Demócrata- ha tenido que decir en sus primeras palabras que la mascarilla no es una opción política. Salva vidas. La derecha populista, sea la trumpista, la del premier Johnson, la abusona y neofascista de Jair Bolsonaro, y en España el ala tonta del PP y todo Vox, fueron o siguen siendo negacionistas, excepto cuando se trata de manejar los muertos contra el Gobierno.
EEUU, Reino Unido (UK) y Brasil son los líderes del ranking pandémico porque líderes carismáticos han partido en dos a la población facilitando la movilidad al virus mientras gritan ‘libertad, libertad’ con ira y a cara descubierta.
Otro elemento que ha influido -sobre todo en la primera ola- es la calidad de los sistemas sanitarios públicos en la acepción de un servicio público subordinado al interés general y no al interés de la cuenta de resultados, como el que defiende Esperanza Aguirre.
El Sistema Nacional de Salud español no ha resistido esta ‘prueba de estrés’, que no es un ejercicio táctico sobre mapas y planos, sino con ‘fuego real’. ‘La mejor sanidad del mundo’ era un cuento. Teóricamente y en la ley sí lo era. Pero en la práctica fracasó estrepitosamente como la ‘inexpugnable’ Línea Maginot. Igual que le ha ocurrido a los británicos. El tatcherismo sigue teniendo enormes secuelas por su capacidad de atontamiento. Cuando la estupidez o la irresponsabilidad se ponen de moda las consecuencias suelen ser terribles cuando llega el momento de la verdad.
Las debilidades más notables en España fueron el insensato desmantelamiento previo por motivos ‘economicistas’ de los servicios de salud pública y de medicina preventiva. Hay comunidades autónomas que tienen la mitad de sanitarios de estas especialidades básicas que hace veinte años. Además, las UCI se previeron para los ‘picos’ pero no para los ‘valles’… elevados. Han sido frecuentes durante décadas los reportajes sobre la congestión de camillas en los pasillos de urgencias o en las UCI en la temporada anual de la gripe estacional. Un año, tras otro año… y a pesar de la vacuna anual.
Luego está el escándalo de las residencias de mayores, que como otros aspectos, no ha sido igual en todas las regiones. No obstante, parece que ha quedado claro que el modelo más habitual es un verdadero peligro público; y que muchísimas de las privadas no han tenido el mínimo control ni reúnen las más elementales condiciones para garantizar la vida y la dignidad de los ancianos que exige la Constitución, por cierto. También el socavamiento de las ‘leyes de la dependencia’ ha sido devastador.
Por otra parte el confinamiento, en fase radical en el primer estado de alarma, puso de relieve otras circunstancias de alto poder agravante. Verbigracia, la imperiosa necesidad de plantear un urbanismo diferente, porque la del coronavirus no será la última pandemia. Según la OMS habrá más y cada vez con mayor frecuencia. De esto se habla poco, como casi nada se habló de que tras el episodio de la gripe A, ya en 2009 se avisó que vendrían más.
El modelo de urbanización, descentralización frente a centralización, el modelo del transporte público, más descongestionado, con mayor distancia física de los usuarios; el modelo de edificios ‘pajareras’ o ‘palomares’ sin zonas verdes y deportivas comunes y de viviendas sin balcones ni ventanas suficientes… todo eso tendrá que revisarse, sin dilación. Igual que la estructura educativa: aulas adaptadas para emergencias, donde es preferible que sobre espacio a que falte, imprimir mayor velocidad a la implantación digital, sin que eso signifique la muerte de la docencia presencial. Extensión del wifi en el medio rural, y no descuidar la atención médica preventiva en la ‘España vacía’.
Las universidades, por su parte, no han estado a la altura del desafío excepto las habituales seis o siete excepciones que figuran en todos los ranking de calidad. Por mucho que el corporativismo intente disimularlo, la endogamia insensata ha convertido a algunas en ‘micro-estaditos fallidos’ por una pervertida concepción de la autonomía universitaria, que se ha entendido al modo soberanista de Puigdemont, Torra, Pujol y compañía. Ha habido al menos un caso en que, tras pedir el Gobierno autonómico propuestas a las universidades que financia, una de ellas envió un listado de proyectos con su coste al lado. Si esto pasa en una empresa, el despido del ejecutivo es fulminante. Tampoco han estado a la altura del desafío informático y el pensamiento. En algunos ‘templos del saber’ la sabiduría, el talento y la excelencia han debido de haber sido declaradas materia reservada o algo parecido ajenas al mandato de transparencia.
Pero lo más grave de todo ha sido la política venenosa practicada en España. No se ha distinguido la política partidista a la que estábamos acostumbrados durante la normalidad nacional de la que hemos presenciado en esta gravísima emergencia de salud pública. Con millón y medio de infectados y algo más de 40.000 muertos, promover la división de los partidos y de la sociedad y activar los odios dormidos es una actitud indecente que bordea la criminalidad. Sobre todo cuando la justificación no sigue una línea recta argumental, sino que va en zigzag, según convenga a efectos electorales.
Aspecto que se disfraza con la voz alta, el insulto, la media verdad cuando no la mentira monda y lironda, y el olvido interesado de los propios errores garrafales. Nada nuevo. Lo advertía tiempo ha el liberal conde de Romanones con sinceridad maquiavélica en sus memorias (Notas de una Vida 1868-1901, editorial Renacimiento): “…los ataques violentos al adversario, cuanto más de brocha gorda, serán más útiles (…) Es preciso llevar al ánimo del elector que solo son perfectos los hombres cobijados por la bandera defendida…”. Lo cual se agrava con la oficialización del coro de papagayos que repiten un argumentario sin mover ni las pestañas ni las neuronas. “En la vida (…) constituye especial talento saber aprovecharse del talento de los otros”, aconsejaba sabiamente don Álvaro de Figueroa.
Gobierno y oposiciones, en todos los ámbitos y niveles de esta España (¿des?) compuesta, tienen que preparar de inmediato al país para la próxima pandemia. Y lo primero es una enmienda a la totalidad del imprudente y suicida socavamiento del estado social. Sanidad, educación, vivienda, urbanismo… hacen cola y esperan cita presupuestaria. Y la inmensa mayoría de los ciudadanos según las encuestas sigue anhelando un excepcional pacto de Estado y que la decencia política sea una virtud y no un disfraz de vividores.