La ONU cumple 75 años: ¿Para qué ha servido? ¿Para qué sirve?
La alianza que buscaba la paz mundial cumple años atascada en crisis sin resolver, anclada en un esquema viejo y, a la vez, como el mejor referente del multilateralismo
Nació con el mejor de los fines: alejar “a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que ha infligido a la humanidad sufrimientos indecibles”. Quienes redactaron la Carta de las Naciones Unidas sabían de lo que hablaban: venían de una pavorosa Segunda Guerra Mundial, el mayor horror visto. Tras una Sociedad de Naciones fallida, que intentó lo mismo tras la Primera Guerra Mundial, era forzosa la alianza, el esfuerzo, el entendimiento. Al mundo le iba la vida en ello.
Este lunes, la ONU cumple 75 años con la nostalgia de lo que debió haber sido y no fue del todo. En la boca, el sabor agridulce de lo mucho logrado y lo mucho pendiente. En la conciencia, la certeza de que las conquistas son parciales y de que el futuro no pinta prometedor.
¿Para qué ha servido la ONU?
“Hemos evitado el flagelo de una Tercera Guerra Mundial, que muchos temían”, afirma el actual secretario general, el portugués Antonio Guterres, parafresando a la conocida frase fundacional. No es un logro menor, pero está lejos de ser suficiente.
“Hay que verlo en su contexto. La ONU se creó como un acuerdo de los países aliados con la finalidad de mantener la paz y la seguridad de los estados miembros [inicialmente 51]. Y gran medida lo ha logrado, si hablamos de conflictos multinacionales. Sin embargo, a pesar de ser el principal órgano internacional, por la representación actual de 194 estados, es impotente frente a decisiones unilaterales de algunos países”, explica el investigador Valentín Bruno, de la Universidad Libre de Bruselas.
“Los conflictos bélicos entre países y las matanzas de poblaciones civiles por sus propios gobiernos siguen siendo frecuentes en distintas partes del planeta. Miren Siria o Yemen. Frente a ellas, la ONU no logra imponerse y los estados actúan desoyendo sus advertencias”, señala. Una de las razones fundamentales es “la brecha entre intereses generales e intereses particulares” de los miembros.
“La ONU depende del Consejo de Seguridad para decisiones de corto plazo, pero de gran envergadura. Es entonces cuando queda todo en manos de sólo cinco países con el poder de decisión”, recuerda. Son EEUU, Rusia, China, Reino Unido y Francia. Los miembros permanentes, o la aristocracia permanente, que denuncian el resto de naciones. Hay otros 10 miembros no permanentes, pero que carecen del poder de veto de los cinco principales. Aquí “no hay matemáticas, no es ‘un país, un voto’, y las desavenencias o el miedo al veto han evitado la resolución de conflictos sangrantes”, lamenta.
Ningún miembro permanente parece dispuesto a alterar la estructura de poder. El resultado es un estancamiento crónico del Consejo de Seguridad en muchos temas, a menudo enfrentando a Estados Unidos no solo contra China y Rusia sino también contra aliados de los estadounidenses. Sólo sus resoluciones tienen obligaciones jurídicas. Las de la Asamblea General, más sencillas de consensuar, no van más allá de lo moral. Y eso ya pesa poco.
El Consejo es el único órgano que puede tomar resoluciones ejecutivas y obligar a todos los miembros a cumplirlas. Si él no resuelve, lo demás se desmorona. “Se han hecho cosas maravillosas en la ONU, atendiendo a la infancia, a las mujeres, peleando contra el hambre, educando al mundo, pero en el corazón de su ser está la resolución de conflictos y ahí es mediocre, impotente. A la hora de aprobar el uso de la fuerza, imponer sanciones económicas y políticas, reprobar o aprobar lo que hacen los estados, encalla. Se supone que en la ONU las decisiones se toman en función del bien común del sistema internacional, pero los miembros del Consejo de Seguridad las negocian y adoptan en función de sus intereses particulares”, ahonda Margaret Krajnc, asesora en la sede de Nueva York durante nueve años.
Ella prefiere valorar “lo que no se ve”. “Naciones Unidas es una organización compleja, con múltiples cuerpos y agencias. Su misión se realiza a través de diversas actividades. Algunas son muy visibles, como las decisiones del Consejo de Seguridad. Otras, mucho menos, pero también importantes”, afina. Y enumera. “Realiza tareas de información sobre los países y regiones en campos de gran importancia. Trabaja durante años en negociar la construcción de regímenes jurídicos sobre cuestiones como armamento, medio ambiente y derechos humanos, hasta lograr que se firmen tratados. Realiza trabajos de desarrollo, construcción y gobernabilidad en estados institucionalmente frágiles. En algunas partes del mundo, además, protege desde hace más de medio siglo a poblaciones en peligro, como los palestinos en los campos de refugiados, proveyendo desde alimentos hasta educación”.
Que eso no es la firma de una paz o la prevención de una guerra, “de acuerdo”, pero marca “una diferencia de vida o muerte para muchas personas en situación de riesgo”. Por otro lado, si se siguen produciendo guerras sangrientas a pesar de que existe una institución supranacional para dar un marco de contención a los conflictos entre las naciones, ”¿qué ocurriría si esta instancia ni siquiera estuviera vigente?”, señala. Responde con firmeza: “El caos”.
“Todo el trabajo y la filosofía de las agencias de la ONU son sumamente importantes, como son las estructuras dedicadas a la salud, la educación, la cultura, la inmigración y los refugiados, la alimentación, entre otros. Incide en informes sobre situaciones regionales específicas”, añade. “Es un organismo internacional donde se debaten temas fundamentales de las relaciones del sistema internacional y de la agenda de cooperación mundial en temas que van desde el cambio climático hasta el derecho internacional, los temas de género y los nuevos debates”, agrega. Habría que crearlo, insiste, si no existiera.
Ambos analistas resaltan que ha sido un marco “esencial” para promover el diálogo y la negociación entre gente que no tiene muchas ganas de ponerse de acuerdo. Un marco que aprieta, presiona y, a veces, logra resultados. Por eso, coinciden en que no hay que acabar con ella, como dicen sus detractores, sino “perfeccionarla”, en palabras de Bruno.
Los expertos coinciden también en que debe mantenerse como un espacio esencial de multilateralismo, en el que poder verse con “el otro”, pero democratizando más sus estructuras, empezando por el Consejo de Seguridad. “Se puede ser el primer proveedor de ayuda humanitaria del mundo, con el valor que eso tiene, y, a la vez, un interlocutor político de primer orden”, dice el historiador. Eso sí, con representación proorcional y transparencia.
Debe ser, dice Krajnc, la “garante de los valores esenciales que contiene la Carta fundacional, frente a Gobiernos totalitarios o mandatarios nacionalistas que dan la espalda al vecino y al socio. Cita expresamente a Bolsonaro, Duterte, Orban o Trump.
Y tiene que estar para abordar lo esencial, los “grandes debates de nuestro tiempo”. Las estadísticas de la propia ONU muestran que el número de personas desplazadas a la fuerza en todo el mundo se ha duplicado en la última década hasta alcanzar los 80 millones. Se espera que el número de personas que sufren hambre severa casi se duplique a finales de año, hasta alcanzar más de 250 millones; las primeras hambrunas de la era del coronavirus acechan a las puertas del planeta, más allá del 950.000 muertos largos que llevamos ya en todo el mundo. “Son materias en las que la ONU debe ser punta de lanza y origen de soluciones. Lo mismo vale para el cambio climático, que hace un año llenaba diarios y hoy parece olvidado”, añade la analista.
Sin embargo, Guterres lleva meses clamando en el desierto pidiendo ayuda contra la Covid-19, por ejemplo. El poder de persuasión de la ONU se ha reducido y ya no está -ni se la espera- en grandes debates de nuestro tiempo, desde la negociación con Corea del Norte al acuerdo nuclear con Irán.
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible, 17 metas de la ONU para 2030 destinadas a eliminar desigualdades que incluyen la pobreza, la descriminación de género y el analfabetismo, están en peligro si no llegan fondos y los Gobiernos particulares no apuestan decididamente por ellos. La pandemia, lamentan los portavoces de Guterres, también ha tumbado estas metas, que estaban al alcance de la mano. “Los intereses propios se han impuesto, de nuevo, y es de lo que hay que escapar: de la barriga propia”, dice Bruno. “De lo contrario, no habrá nada que celebrar en los próximo cumpleaños”.