La nueva normalidad

La nueva normalidad

No es raro escuchar políticos dispuestos a sacrificar a una parte de la población para salvar la economía. El sistema pide ser salvado: como un terrible dios exige un sacrificio.

Pandemic concept, close up of scientist injecitng vaccine into the earthNastco via Getty Images

En las redes sociales y otras plataformas de Internet mucha gente se pregunta, debido a la pandemia, cuándo las cosas volverán a ser como eran, cuándo recuperaremos lo que se consideraba como normal. Estas preguntas no están desprovistas de cierta ingenuidad. Cada vez que leo este tipo de mensajes pienso en sacar la cabeza por la ventana para gritar que las cosas no volverán a ser lo que eran.

El coronavirus llega para colonizar un mundo globalizado y en disputa; pero no solo poniendo en peligro a la humanidad, también a las formas en que se relaciona. El capitalismo tambalea ante una enfermedad que establece sus propias reglas del juego: detenernos y quedarnos en casa. Los medios de producción se congelan, los trabajadores, piñones del sistema económico, deben recluirse, y para que estas piezas fundamentales no mueran, se deben ofrecer garantías. En otras palabras, las empresas deben continuar pagando a sus empleados o el Estado debe ayudar a mantenerlos durante la pandemia. Esto pone a este último en un dilema, donde las ayudas o políticas sociales resultan insuficientes.

Esta crisis económica está explotando en muchos países. No es raro escuchar políticos dispuestos a sacrificar a una parte de la población para salvar la economía. El sistema pide ser salvado: como un terrible dios exige un sacrificio.

Pero el virus no solo corroe al cuerpo y al sistema económico al que pertenece este último, también la manera en que se dan las relaciones con el otro. La discriminación a personas enfermas es uno de los efectos no deseados del virus. El rechazo a la persona contaminada y los diferentes tipos de xenofobia. Aquí encaja muy bien esa frase de La peste de Albert Camus tan sonada en estos días: “Lo peor de la peste no es que mata a los cuerpos, sino que desnuda las almas y ese espectáculo suele ser horroroso”.

Sin embargo, esta nueva normalidad no solo es una nube oscura. También es una oportunidad para cuestionar el sistema imperante y establecer nuevas reglas. Esta idea me remite a la entrevista realizada a Yuval Noah Harari y publicada en el diario El País el 22 de marzo. 

No es raro escuchar políticos dispuestos a sacrificar a una parte de la población para salvar la economía. El sistema pide ser salvado: como un terrible dios exige un sacrificio.

El escritor israelí apunta hacia dos aspectos relevantes en los tiempos de la pandemia: por un lado, la relación ciencia-Estado; y por el otro lado, la necesidad de mayor cooperación internacional; es decir, dejar de pensar en intereses particulares para pensar la sociedad como un mundo sin fronteras; para el virus no hay límites. Él circula sin pedir permiso o llenar documentos. No necesita pasaporte y menos un visado.

Esto quiere decir que la pandemia posibilita considerar una nueva sociedad: una con lazos bien estrechos entre ciencia y Estado; una que comprenda cuán riesgoso es depender tanto de la empresa privada. También que es necesario el apoyo continuo entre naciones, no solo en aspectos sanitarios, sino mediante una “red de seguridad económica mundial”, como propone Noah Harari en la entrevista.

En octubre de 2007 se publicó un artículo en Clinical Microbiology Review, titulado Severe Acute Respiratory Syndrome Coronavirus as an Agent of Emerging and Reemerging Infection, en el mismo se advierte de la posibilidad de que los coronavirus se convirtieran en una pandemia. Esto ha explotado 13 años después. Este es uno de muchos artículos al respecto y me hace preguntarme si no se pudo evitar esta pandemia. Quizá, con un Estado más cercano a la ciencia, se hubiera logrado estar más preparados. Ya no es posible regresar el tiempo. Pero esta nueva normalidad ofrece la posibilidad de crear políticas que ubiquen a la ciencia en el lugar privilegiado que merece y a la religión en los libros de mitología y aventuras.

Pero esta nueva realidad no solo pide un cambio en el paradigma económico y en la forma en que los estados gobiernan. También exige una revisión de las relaciones del ser humano con la tecnología y con la naturaleza.

La cuarentena ha beneficiado al planeta, permitiéndole respirar como no lo había hecho en muchos años, gracias a la disminución de emisión de gases de carbono. ¿No es esta una oportunidad para pensar sobre la presencia de la humanidad en la tierra y lo que se puede hacer para proteger esta casa común? Los seres humanos son frágiles ante el virus. Esto ha quedado demostrado durante estos meses y es necesario un cambio radical en la manera en que se vive y se usan los recursos naturales.

Otro aspecto que vale la pena mencionar es la relación con el mundo digital. Durante estos días de cuarentena conectarse a las redes sociales es igual a salir de casa. Ese es el lugar donde se interactúa con otros. Es la gran metrópolis, llena de luces estridentes y sin fronteras, en la que se ha democratizado el acceso a la información. Un lugar para desbordarse, ir al cine, leer libros, apoyar causas sociales u opinar.

Es importante entender la pandemia como un punto de inflexión que determinará la manera en que se construirá la sociedad del futuro.

Facebook, Twitter e Instagram (para nombrar algunas de las plataformas más populares) son enormes mercados donde se intercambian diferentes formas de información. Resulta más fácil mantenerse al corriente en Internet que viendo los noticieros del mediodía en la televisión. En la red se tiene acceso a las fuentes. Claro, también se está más expuesto. Si no se sabe cómo ir a las fuentes, se puede terminar desinformado y crear cadenas erróneas. Esto ha pasado con el coronavirus. Sin embargo, es cuestión de tiempo para que más personas aprendan a navegar en ese océano de información. La literacidad digital es otro aspecto de la nueva normalidad.

¿A qué cambios digitales puede conllevar esta pandemia? Es posible mantenerse conectado y trabajando a través de Internet. Las redes culturales están abiertas y hay un consumo masivo de estos productos. El humor está puesto en bandeja de plata. Es un salvavidas en momentos de crisis. El nuevo mundo plantea, entonces, cambios en este sentido y surge una pregunta: ¿de qué manera el acceso a la información puede transformarnos como sociedad y ayudarnos a enfrentar los dilemas contemporáneos? Creo que con esta pandemia debe proseguir una transformación digital. El filósofo surcoreano Byung-Chul Han en su artículo, La emergencia viral y el mundo del mañana, publicado en el diario El País el 22 de marzo, escribe sobre el papel de la tecnología y el big data en el manejo de la crisis en China. Por supuesto, en el caso de los países asiáticos existe un fuerte control mediante seguimiento y recopilación de datos. Esto puede significar la pérdida de libertades que no son negociables en el mundo occidental. No obstante, es importante entender la pandemia como un punto de inflexión que determinará la manera en que se construirá la sociedad del futuro: una más justa, conectada y abierta a los intereses y necesidades de la mayoría; o una más cerrada, levantada sobre el miedo a lo contaminado y con un sistema económico más sanguinario, más perverso.

Bienvenidos al fin del mundo.

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