La nueva dieta del tiburón
Se ha avistado un tiburón blanco en Baleares. Es algo extraordinario, no suelen pasar tan cerca de las islas. Los periódicos publican la foto y poco más. Es el sucesor de aquellos que todos los veranos venían a morir a Tarragona o Almería. Poco más, pensamos, pero es mucho más. Muchísimo más.
Los tiburones son unos animales muy meritorios. Llevan dando vueltas en el mar más que la mayoría de seres terrestres pese a tener un cerebro muy pequeño: son muy tontos. Quieren comer, su vida se reduce a eso. No juegan como los delfines, ni se relacionan como los pulpos, no aprecian el entorno si no les proporciona alimento. Nadan constantemente porque necesitan respirar filtrando agua a través de las hendiduras laterales que parecen las de un coche deportivo. Nadan y comen, nadan y comen, nadan y comen. Tiene hábitats delimitados a los que suelen ser fieles. En las Islas Brother, en el Mar Rojo, hay un gran tiburón martillo tan voluminoso como una furgoneta Volkswagen. Lleva décadas ahí, al final de un islote batido por el mar, a la sombra de un faro bombardeado por los israelíes en la Guerra de los Seis Días. Aparece y desaparece pero siempre está en el extremo sur de la isla, esperando el paso de atunes o cualquier pez grande que se deje llevar por la corriente.
Es el monstruo más silencioso del mundo, de repente te das la vuelta y su ojo está a unos metros. Es un pánico tan extremo el que te provoca que se torna adictivo, así que vuelves a visitarlo el verano siguiente y para ello aprendes algunas normas, la primera que no hay que estar encima de un tiburón. Atacan de abajo arriba, son cegatos y buscan la silueta de un bicho grande que comerse. También aprendes que muchas veces te prueban sin que te des cuenta, todo su cuerpo es una inmensa papila gustativa, así que si te rozan con la cola ya saben que tu cuerpo despide un desagradable sabor a petróleo por culpa del neopreno.
Otra lección es que el tiburón está donde hay alimento, y el blanco de las Baleares está ahí porque sabe que hay comida, pero no hay un focas, no se ha detectado un incremento de atunes ni de otro gran pez así que, ¿cuál es el alimento que puede estar encontrando?
Seres humanos.
Tenemos estadísticas de muertos en el Mediterráneo en los últimos cinco años. Hablamos de unos 16.000 cadáveres, pero estos se cuentan en los hundimientos conocidos. Todos sabemos que el mar se está llevando a su frío lecho muchas más vidas en barquitas pequeñas, en lanchas no contabilizadas o en barcos clandestinos. Pensamos que con los helicópteros y los medios tecnológicos detectamos todo pero un naufragio puede difuminar cuerpos en una zona muy amplia sin que nadie se de cuenta. Entonces empieza un proceso que, inevitablemente, atrae a los depredadores. Es frecuente que lleven salvavidas, por lo que sus cuerpos desafortunados se pudren al sol de verano flotando. Poco a poco los pequeños depredadores van rascando la epidermis lo cual aumenta la capacidad de atracción que, inevitablemente, avisa a los grandes: los tiburones.
Un cadáver no atrae necesariamente a un tiburón, ni cien, tal vez ni mil, pero 16.000 de forma constante en cinco años sí. Es el efecto llamada a los escualos en un tiempo en el que se critica a los países que evitan su muerte por provocar otro efecto llamada, a las personas. La crudeza de lo descrito es notable, lo sé. Se dirá que esto no está demostrado y de hecho lo planteo como una hipótesis que, con lo que sé de escualos, no es disparatada y debe ser debatida por el bien de los pobres desgraciados que agarran a sus hijos y se lanzan al mar en una balsa.
España está batida por todos los tipos de tiburón, tiene unos 6.000 kilómetros de costa y una antigüedad discutida pero grande. No existe constancia de una muerte por ataque de tiburón, pero nunca hemos tenido un fenómeno similar ni nosotros ni los países de la ribera mediterránea: miles de cuerpos flotando o hundiéndose para ser devorados, muchos de ellos por tiburones. Tal vez el interés de este relato sea que entendamos el horror que estas personas, en nada diferentes a nosotros, sienten cuando, flotando en alta mar, algo les roza la pierna. No deben saber que es un tiburón probando su sabor. Tampoco saben que el neopreno les da asco, los repele, y por lo tanto no sienten el pánico al descubrir que el sabor de su carne desnuda sí les puede resultar atractivo.