La ‘normalidad’ de la indecencia como moda
Poco después de que Pablo Casado proclamara que rompían con su pasado de corrupciones, la estrategia empleada en Murcia fue acudir al transfuguismo.
Debió de ser a mediados de los años 70 del pasado siglo XX. Un reducido pero entregado e ilusionado grupo de ancianos socialistas, todos con años de presidio en sus espaldas, reciben a uno o dos enviados de Madrid, muy jóvenes, a los que escuchan con reverente admiración. Después de los recibimientos y las reuniones, ante la inminencia del cambio de régimen, llega la excursión. Poco antes uno con deje andaluz, ¿el famoso Isidoro de Suresnes y Guerra?, pregunta que dónde están los demás. Callan, tras uno segundos le contestan que ya lo verán por sí mismos.
Pasan por Arucas, una pequeña ciudad casi pegada a la capital, y le cuentan la historia de los pozos. Docenas, quizás cientos de compañeros del PSOE y UGT fueron tirados en ellos —unos vivos todavía, otros asesinados— por cuadrillas falangistas. Ya se han recuperado docenas de esqueletos. Luego les contaron porqué el barrio de las viudas de Agaete se llama así. “El terror, compañeros, el terror está todavía en los huesos, pero ya verán cuando se hagan elecciones. Vamos a ganar para vengarnos del miedo con los votos”. Juan Rodríguez Doreste, uno de aquellos viejos fue alcalde, uno de los grandes alcaldes de Las Palmas. El pintor Felo Monzón, otro de los anfitriones, tiene su nombre en uno de los grandes bulevares.
Toda esta gente y los que se iban acercando a la entreabierta Casa del Pueblo, ya con el dictador enterrado y a buen recaudo para futuras exhumaciones, “ojalá cristiano”, no acudían por encontrar cargos y enchufes, sino para ser albañiles de las libertades. El PSOE y el PCE, ya eurocomunistizado, es decir, convencido de que la única vía posible en Europa para el cambio era la democrática, se mantenían con el sacrificio personal de sus militantes. Muchos, conozco de cerca numerosos casos, se privaban de algunos lujos burgueses e incluso ponían en peligro sus tiendas o sus modos de subsistencia por las contribuciones “a la causa”.
Enterado de las apreturas de UGT, el exministro socialdemócrata alemán Hans Matthofer le entregó a un periodista ugetista 35.000 pesetas en mano para comprar la primera multicopista offset súper automática entonces, que sustituyó a la manual vietnamita: corría 1976.
Así fue durante mucho tiempo. En cuanto se normalizaron los procedimientos democráticos nadie rechistó cuando casi la mitad de los sueldos se entregaban para contribuir a la logística de la organización. Las Casas del Pueblo se convirtieron en foros de debate y de formación. Desde el barrendero municipal al abogado famoso, desde el aparcero al catedrático, confraternizaban con el cubo de cola y la brocha gorda para pegar carteles. Los candidatos a concejales en muchos municipios, como en Las Palmas de Gran Canaria, se pagaban sus propios carteles.
Así eran las cosas que vivimos y que contamos. Con la mala hierba, que la había, se actuaba sin contemplaciones, ni rubores de monja. A la calle, a pagar la pena de la vergüenza pública. Ah, la vergüenza… La decencia, la honestidad, la coherencia, eran valores en los que se cimentaba la confianza.
Durante la segunda ola de la pandemia, que me cogió en Ortigueira (A Coruña), encontré en una pila de libros el primer tomo de las memorias del liberal Conde de Romanones. Lo leí en tres días y, como hago siempre, lo llené de pósit amarillos que parecen púas de erizo en sus lomos. Dice Álvaro de Figueroa, “tan despreciable como el neutro en política, es quien acude a ella y nutre la fila de los partidos solo movido por el interés. Esa clase constituye falange, pero contra este mal no hay remedio, mientras no cambie la naturaleza humana”.
Como es natural enseguida ligué esta frase con las tramas de corrupción que pueden acabar convirtiendo el queso gruyer en un vacío lleno solamente de aire, como le está le sucediendo al PP. Si las costumbres se relajan y la estrategia de defensa es apoyar “a los nuestros” con razón o sin ella, el mal se expande. La covid demuestra que las mascarillas, la distancia interpersonal de dos metros…siendo importantes para evitar el contagio del coronavirus no acaban con el mal. Hay que esperar a las vacunas y a las vacunaciones masivas.
Sobre esta parte del partido avestruz o del partido en la formación tortuga de las legiones romanas, guarnecida la tropa bajo una lámina de escudos sobre las cabezas, también reflexionaba Romanones: “es preciso llevar al ánimo del elector que solo son perfectos los hombres cobijados por la bandera defendida”. Esto es lo que han logrado hacer penetrar en las mentes de las filas afiliadas casi todos los partidos. Pero en el PP desde Fraga a Casado, pasando por Aznar y Rajoy, lo han conseguido con tanta perfección y apariencia que han llegado a anular la capacidad reflexiva.
Como en las religiones, la fe ciega sustituye a la razón. Ninguna realidad manifiesta ni ninguna consecuencia, por grave que esta sea, cambia per se el curso de las cosas. Todo arrepentimiento es en la práctica de los hechos una ficción. Un paraguas hasta que escampe. No se dicen los pecados al confesor (fiscales o jueces o inspectores de Hacienda) aunque serán pillados in fraganti como con los papeles de Bárcenas. No hay propósito de la enmienda, ni arrepentimiento. Ya las circunstancias, ayudadas por la propaganda, irán desbrozando el camino otra vez.
Poco después de que Pablo Casado proclamara solemnemente y con cara de funeral que rompían con su pasado de corrupciones al por mayor, la estrategia empleada en Murcia para evitar una moción de censura conjunta del PSOE, la lista más votada, y Ciudadanos, para desbancar al PP del Gobierno regional precisamente por supuestas malas prácticas… fue acudir al transfuguismo y a la compra estilo tamayazo madrileño de arrepentidos liberales de Cs. Cargos, sueldos y coches oficiales.
Todo eso a solo unos meses de que el PP estampara su firma en una adenda del pacto de Estado contra el transfuguismo que trataba de tapas las grietas que la praxis iba descubriendo.
Es cierto: han conservado una plaza y han mantenido su bandera —la suya, no la que representa la Constitución— así como el ánimo de victoria frente al desánimo natural de tantas pero ganadas a pulso desgracias seguidas. Nada cambia, recordaba Einstein, si se sigue haciendo lo mismo. Los populares ganan un respiro, amplían el paréntesis, pero un paréntesis es por su propia esencia un encierro.
Lo asombroso es que, en vez de dejar que se embarren o enmierden otros, tanto Pablo Casado como Teodoro García Egea dando muestras de suicida insensatez van al pantano murciano, que hiede a podrido, sacan pecho orgullosos y cantan victoria. Les faltó copiar y pegar las palabras de Mariano Rajoy cuando los jueces tiraban del hilo del ovillo de papel de Bárcenas: “no es una trama del PP, es una trama contra el PP”.
Hace unos años tuve que ir al duelo de una impenitente suicida. Como es natural y obligado por las convenciones sociales todos daban el más sentido pésame y silenciaban el salto mortal. “Por lo menos esta vez tuvo éxito y no como las otras”, dijo uno de los presentes en su corrillo. “Ella logró lo que quería y su familia y amigos vivirán más tranquilos”.
En más de medio siglo de periodismo se viven muchos episodios que no se olvidan, como el de dos ancianos padres de un yonqui que les pegaba para robarles, y hasta les sacó a la fuerza sus anillos de casados. Él me llamó al periódico y me pidió un “enorme” favor. Que consiguiera que la policía detuviera a su hijo para poder morir en paz. Murieron en paz.
El estado menor del PP no tiene un departamento de lecciones aprendidas, como las Fuerzas Armadas. Ni siquiera conserva la memoria de la Transición, un proceso en el que el PCE fue una fuerza de libertad que dio ejemplo de patriotismo y responsabilidad frente a las fuerzas oscuras que le ponían y le siguen poniendo velas al diablo.
Isabel Díaz Ayuso, con su demostrada frivolidad, está sacando al genio maligno de la botella. Plantear las elecciones anticipadas entre comunismo y libertad no es solo una cortina de humo para encubrir el fracaso de su gestión, es repetir el error de las derechas impacientes que financiaron a Franco. La historia, además de frivolizarla y recitarla como loros y loras, hay que entenderla.
La España de hoy tiene otros problemas y otros retos. Y para afrontarlos, además de la ilustración, siempre conveniente, hay que apostar en esta época desconcertante, donde baten y rugen las olas en la rompiente, por el consenso y los pactos de Estado para no perder el oremus.