La mayor 'fake news' de la historia
El asalto al Capitolio alentado por Trump es el ejemplo de cómo determinados políticos que dicen amar a su país pueden hacer todo lo posible por destruirlo.
La mayor Fake New que se ha tragado el mundo ha sido la de que Donald Trump era un presidente democrático. No lo es. No hay un patrón único para ejecutar un golpe de estado: se puede entrar en el Congreso y liarse a disparos o se pueden socavar los fundamentos de la democracia para, una vez debilitados, derribarlos por asalto.
No hace falta ser un experto en geopolítica para determinar que Donald Trump abandonará la Casa Blanca siendo el peor presidente de la historia de Estados Unidos. Las imágenes de este miércoles en el Capitolio le perseguirán de por vida y en los libros de Historia no se le reprochará sólo su nefasta gestión ni sus mentiras ni su racismo ni su homofobia ni su clasismo ni su visión ultraconservadora de la realidad. No, se le estudiará como el magnate que intentó demoler el edificio de la democracia que, a lo largo de tantísimas décadas, muchos países han querido emular.
Nadie podrá decir que no se veía venir: a lo largo de estos cuatro años, Trump ha ido colocando cerillas por todo el país y sólo necesitaba un último fósforo para convertir todo en pasto de las llamas. Ya antes del verano denunció que las elecciones que se iban a celebrar en noviembre iban a ser un fraude, pero en vez de tomar las medidas necesarias para evitarlo —era el presidente de EEUU— optó por repetir el mensaje de forma machacona. Una y otra vez. Y otra. Sólo hubiera reconocido el resultado si le hubiera ganado. Lo más preocupante es que millones de votantes dieron por bueno tamaño disparate.
El asalto al Capitolio de miles de seguidores de Trump para impedir que se ratificasen los resultados de las elecciones en las que Biden se impuso con cierta comodidad responde a un acatamiento borreguil de sus mentiras. Un levantamiento que no puede quedarse en mera anécdota: más de 74 millones de estadounidenses votaron por Trump en las últimas elecciones y creer que la patraña de que Biden es un presidente ilegítimo (¿les suena?) apenas la defienden unos miles de personas sería cometer un tremendo error de cálculo.
El 20 de enero Joe Biden tomará las riendas de un país fracturado, pero sobre todo muy irritado. Ya en noviembre prometió ser un presidente que buscaría la unidad y se afanaría en coser las heridas sangrantes. No lo va a conseguir mientras Trump se siga sirviendo de las mentiras para despertar los instintos más bajos de los ciudadanos. Los populismos no apelan a la cabeza, sino a los sentimientos más irracionales.
Es la hora de que EEUU haga valer los fundamentos de los padres de la democracia y resista con ejemplaridad el embate del necio peligroso que ha tenido como presidente. Y el resto de países, con España al frente, que empiecen a reflexionar sobre lo que determinados políticos que dicen amar a su país pueden hacer por destruirlo.