La madre del cordero: gestación ninguneada, vientres alquilados, cuerpos esclavos
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La Real Academia siempre que puede se llena la boca afirmando el sinsentido y la imposibilidad de que en «su» diccionario se limita a ser «notaria de la lengua», que su labor sólo pretende dar fe de cómo es la lengua.
Un ejemplo. A pesar de saber de que su subjetivo criterio (su elección) era no equitativo e insultante, se empecinó en la edición de 2001 en seguir certificando que mujeres y bestias pertenecen a una única categoría (madre. 1. Hembra que ha parido), al tiempo que certificaba y dejaba constancia de que hombres y animales no son equiparables (padre. 1. Varón o macho que ha engendrado). Como finalmente tuvo que rectificar (madre. 1. Mujer o animal hembra que ha parido a otro ser de su misma especie), se tendrá que convenir que sus labores van más allá de la simple notaría.
También fue advertida (además de que las mujeres engendran: lo certifica la ciencia) de que la gestación es una experiencia fundamental, vital para la humanidad, que deja profundas huellas en los aspectos físico, psíquico y afectivo de las gestantes, y que, por tanto, eliminar dicha experiencia, no dejar constancia de ella en el diccionario normativo, era seguir desvalorando la gestación y sus profundas consecuencias; a pesar de ello y con grosero menosprecio hacia las mujeres, la Academia —erre que erre— sigue encaprichada en no dar fe de la noble gesta de gestar en el levantamiento de acta notarial de la definición de madre que se ha visto más arriba; es decir, sigue obstinada en no validar una experiencia esencial para muchas mujeres. Hete aquí la madre del cordero.
Sólo hay que leer la proposición de ley de Ciudadanos sobre el alquiler de los vientres de las mujeres más desfavorecidas, desprotegidas y pobres para ver la línea que les une a la Academia en la consideración de que gestar es menos que nada.
Acostumbrados como están a que el derecho al propio cuerpo sea pura filfa y a que las mujeres trabajen gratis o por mucho menos dinero del que les corresponde —véase la brecha salarial—, para más recochineo y con despreciable cinismo, Ciudadanos propone que este abuso de los vientres de las mujeres sea gratis, que sea un gesto altruista.
Es dudoso que hombres —que más que padres, lo que quieren es perpetuar sus genecillos, puesto que tienen otras formas de paternidad a su alcance— como Ricky Martin, Miguel Poveda, Cristiano Ronaldo, Miguel Bosé, etc., necesiten que las mujeres inmolen parte de su salud, su vida, sus sentimientos y su cuerpo gratuitamente. Vaya, que, en la misma línea que el Opus Dei, Ciudadanos predica hacer caridad a los ricos.
Y en esto llega el miope, lerdo y presunto legislador, a quien es ajeno el derecho al propio cuerpo de las mujeres, y se hace un lío tal que equipara el aborto con la regulación de gestar «desinteresadamente». Y cuando una tuitera le recuerda su imposibilidad de abortar y gestar,
afirma desafiante: «No, señora. El mío [mi cuerpo] legisla».
Bendito sea twitter y su obligada brevedad y concisión. Bastan tan sólo veinticinco caracteres para desenmascararle, para ver el rostro real de su cuerpo. Por la boca muere el pez: hace tiempo que no se veía una declaración de intenciones tan nítida. Se agradece la claridad de esta otra madre del cordero.
Su cuerpo serrano legisla y parece que lo hace con la mismísima parte de cuerpo con la que, a lo largo de muchos siglos y en el mundo entero, sus antecesores han pisoteado y usurpado los derechos de las mujeres sobre su prole, poniéndola, en todos los sentidos de la palabra, a nombre de los hombres. ¿Envidia de vagina?
Han erigido un aparato doctrinario que ha prescrito, proscrito y reprimido sus cuerpos; que con todas las de la ley las privaba, por ejemplo, del voto. Un cuerpo que, desde hace siglos, aplasta, empobrece y deja sin derechos a las mujeres.
La coherencia es total y absoluta. El cuerpo legislante del diputado está afiliado a un partido denominado «Ciudadanos» (partido que, dicho sea de paso, confunde aviesamente diferencia con desigualdad, sean del tipo que sean). En tan sólo una palabra, en diez caracteres, queda inscrito su olvido y desprecio de las mujeres, o, como pregonaba el diccionario hasta hace poco, su consideración de ellas como simples hembras, cuerpos de usar y tirar, equiparables, por ende, a vacas, a yeguas, a cerdas. En definitiva, contiene la afirmación de que no son ciudadanas.