La libertad de ser libres
Tan ridículo fue escuchar llamar “fascista” a Serrat como estúpido pretender ligar la imagen de Mónica Naranjo con la homofobia.
Hace unos meses confesaba la gran Concha Velasco en una entrevista que paseando por los pasillos del hospital donde se encontraba ingresada una persona le reprochó: “Ustedes los actores opinan demasiado y se creen el ombligo del mundo”. Desde entonces la actriz decidió dejar de participar en ninguna campaña electoral y “nunca más hablar de política”. Lo cierto es que no es la única artista que se ha visto atacada por emitir una opinión personal, cuando ha sido preguntada, sobre la esfera política. Y si no que se lo pregunten a Joaquín Sabina o Joan Manuel Serrat, por ejemplo.
La decisión de Concha Velasco, aunque respetable, representa el fracaso del concepto de la democracia, entendido como el marco donde ejercer de forma plena los derechos inherentes del ciudadano. Y es en este punto donde conviene rescatar la obra de Hannah Arendt -siempre de actualidad- para entender cuán importante es reivindicar el derecho a ser libres, también de pensamiento.
La obra de Hannah Arendt no puede entenderse sin la defensa a la capacidad de juicio y a la acción del ser humano. “La privación fundamental de los derechos humanos se manifiesta primero y sobre todo en la privación de un lugar en el mundo que haga significativas las opiniones y efectivas las acciones”, alertaba la filósofa. En esta línea manifestaba que las personas privadas de derechos humanos se encuentran privados, “no del derecho a la libertad, sino del derecho a la acción; no del derecho a pensar lo que les plazca, sino del derecho a la opinión”.
En la época en la que Hannah Arendt desarrolló su obra trataba el concepto de la libertad desde el contexto de haber soportado la II Guerra Mundial, por lo que la privación al derecho de opinión se concebía a través de la tiranía del pensamiento único impuesto por regímenes totalitarios. Más de un siglo después del nacimiento de Hannah Arendt contemplamos cómo su obra permanece vigente en el siglo de la era digital, donde el ejercicio de censura se practica en democracia a través del linchamiento en redes sociales.
La última víctima en soportar la censura por ejercer la libertad de pensamiento ha sido Mónica Naranjo. Con motivo del 25 aniversario de su trayectoria profesional, la pantera de Figueres ha concedido distintas entrevistas para promocionar su último álbum Renaissance, en ellas se ha reiterado la misma pregunta: su opinión sobre Vox. No es de extrañar que los medios quieran saber la opinión de quien representa la libertad para amar, -y ser amado- , sobre un partido que se encuentra en la antítesis de su obra musical.
Mónica Naranjo, -que sabía que parte de lo que respondiera titularía aquella entrevista-, decidió decantarse por evitar alimentar la confrontación, así se limitó a responder que le encantaría sentarse con su representante político para saber qué le ha llevado hasta ese pensamiento. En ningún momento de la entrevista se muestra partidaria del decálogo ideológico de dicho partido, más bien lo que hace es alejarse del tipo de política que aleja a los seres humanos y los enfrenta. Sin embargo, las redes sociales tuvieron otra lectura. Sería injusto generalizar, más que las redes sociales lo justo es hablar de algunos usuarios.
Para ser honestos, ese intento de censura hacía la voz de Mónica Naranjo por no responder aquello que algunos usuarios querían escuchar nos recuerda a aquel intento de represión a Joan Manuel Serrat por parte de un grupo independentista por no defender (o acatar) la autodeterminación. Tan ridículo fue escuchar llamar “fascista” a Serrat como estúpido pretender ligar la imagen de Mónica Naranjo con la homofobia.
No hace falta hacer mención a que la trayectoria musical de Mónica Naranjo, -durante sus 25 años- , ha conseguido más en este país por la libertad sexual, por la libertad de identidad y por la igualdad en el propio desarrollo de la personalidad del individuo que cualquier moción. Y se olvidan quienes han apuntado en la diana a Mónica Naranjo que la ley más difícil de cambiar es la cultura y que no hay mayor legislador - en este caso- que la música.
Ejemplos de censura los tenemos múltiples y variados; el debate – legítimo- sobre la prostitución es otro de ellos. Basta con mirar lo ocurrido en la Universidad Carlos III de Madrid, con cacerolada en mano, ante la celebración de una mesa redonda que llevaba por título: “Prostitución y trabajo social. Debate desde los derechos humanos”.
La universidad, que es el germen de las sociedades libres, también está sometida a esta dictadura de aquellas personas que entienden la libertad a base de tuit, estado de Facebook o pintada en la pared, pero no a base de debate, de palabra, de puntos de vista radicalmente encontrados. Se nos hace extraño pensar que el debate sobre la despenalización (o no) de la prostitución sea un debate inoportuno, sobre todo porque organizaciones como Amnistía Internacional o la Asociación Pro Derechos Humanos de España se han mostrado favorables a despenalizar esta realidad. Parece sensato pensar que, en el marco universitario, el debate no es solo pertinente, sino necesario.
Con la misma contundencia defendemos que la libertad de expresión es un derecho fundamental, pero no es un derecho absoluto. No todas las manifestaciones públicas caben en nuestro sistema de libertades; precisamente por eso es importante afinar bien en esta cuestión y no optar por posiciones irracionales que censuran visceralmente una postura o la contraria en función de la ideología, creencia o postura de turno. El odio no cabe en democracia, y sus discursos tampoco. La esclavitud, la LGTBIfobia o el machismo no se someten a debate público: se condenan. En cambio, la opinión política, la libertad de cátedra, y la libertad de expresión tal como la recoge nuestra legislación son hechos no solo a proteger, sino también a promocionar.
Libertad para ser libres, y libertad para decir lo que se piensa. La vida está hecha para ser vivida intensamente, bebiendo cada sorbo, cantando cada canción que nos gusta, expresando nuestra opinión y nuestra manera de ver el mundo. La libertad, como dijo la feminista Clara Campoamor, se aprende ejerciéndola. Seamos pues libres en el ejercicio de la libertad.