'La leyenda del tiempo', atravesar como niños un hermoso río que nunca se seca
Este es un teatro en que todo el mundo se moja, apuesta, su equipo artístico y su público.
Los directores de teatro Darío Facal y Carlota Ferrer, tal vez unos outsiders en la premier league de la dirección de escena española, unen fuerzas para montar su propia versión de Así que pasen cinco años de Lorca en el Pavón Teatro Kamikaze. Una versión que han llamado La leyenda del tiempo, usando el subtítulo que le dio el poeta.
Como es habitual, no dejan indiferente a nadie. Producen un posicionamiento tanto a favor como en contra. Lo consiguen con un bello espectáculo sobre el amor, el deseo y la libertad, en un mundo cruel, hecho con una poética muy particular. Una propuesta llena de todas las vanguardias artísticas del siglo XX, desde las de entreguerras al pop sesentero, de música y movimiento.
La obra, de la que se han podido ver recientemente varias versiones en la capital, tiene una trama bastante sencilla. Un joven se enamora de una adolescente o una niña y decide esperar cinco años a desposarla, cuando ella cumplirá 20 y será mayor de edad. Es decir, podrá tomar sus decisiones. Mientras espera, rechaza otros consejos sobre correr tras el amor y otros ofrecimientos amorosos. Otros deseos.
Su bella entrega y compromiso se produce en un mundo en el que a los niños se les enseña a apedrear gatos hasta matarlos. Y los adultos abusan de niños también hasta matarlos. El feo espectáculo de la muerte de la inocencia y del enterramiento que recibe al espectador en forma de una gran foto que parece sacada de una instalación de Boltanski sobre la solución final. Imagen a la que acompaña un afinada canción, cantada por un niño, y desafinada, cantada por una gata que, como dice el poeta, tiene voz de plata.
Un texto que contiene la trampa de la complejidad que siempre se encuentran en la ingenuidad y la música. Es decir, una aparente sencillez, tanto en escritura como en la rima, que, como muy bien ven sus directores, la hace muy próxima a los jóvenes, y a sus formas, y la música popular. Por eso es un elenco lleno de actores muy jóvenes en general. Actores anónimos para el gran público que llenan de energía y fuerza lo que pasa en el escenario y al espectador que se mantiene expectante, al que no va con ideas preconcebidas. Y lo hacen con verdad y entrega desde el artificio que Darío y Carlota les hacen vivir subidos en escena.
Actores atrevidos que se arriesgan porque se saben cuidados. Que saben hablar, un hablar muy de teatro contemporáneo, es cierto, bailar y cantar. Que saben moverse en escena. Llenar un escenario con su simple presencia y hacer fácil el difícil mutis por el foro. Que dejan impagables imágenes como esa magnífica coreografía mientras suena Tristán e Isolda de Wagner. Difícil de superar esta representación del anhelo amoroso, del deseo, en el que todo está a punto de caerse, desfalleciendo y reviviendo casi a la vez. Un torbellino de sensaciones y peligros. El riesgo de querer, de amar de veras y de que ese amor sea correspondido, se haga realidad.
Habrá quien pueda decir que es un teatro de imágenes, de hermosas y bellas escenas que se suceden con cierta calculada ingenuidad. Y los que digan que tiene exceso de musicalidad. Ya sea por el propio texto o por la música que se le ha puesto. Una música que apela a todo aquello que se escucha hoy gracias a plataformas como Spotify y radiofórmulas de todo tipo y condición.
Son escenas y canciones colocadas como piedras en un río. Que la audiencia ha de ir saltando para llegar a la otra orilla, con el miedo desprejuiciado que los niños tienen de caerse. Sobre las que la percepción individual puede resbalar y quedar empapada o empantanada con una idea. Aunque lo más probable es que, si le ocurre, si resbala y cae, se quede empapada y empantanada de sentimientos confusos, como nuestro mundo. De la que la mano amiga de una imagen, de una palabra, de una canción de un movimiento le saque con el cariño y el respeto con está hecho este montaje.
Ese es el riesgo, el apasionante riesgo que tiene esta propuesta para la audiencia. El resbalarse y la posibilidad de caerse y mojarse. Pues este es un teatro en que todo el mundo se moja, apuesta, su equipo artístico y su público. Un público que llegará al final y mirará el río de Lorca que no cesa. El que Carlota y Darío y toda la compañía le han ayudado a cruzar saltando de piedra en piedra, de escena en escena, de verso en verso.
Un río que le proporcionará una belleza hecha de experiencia y de verdad teatrales. En el que la poesía de Lorca, Carlota y Darío se mezclan para regocijo de esos espectadores que no se dejan clasificar. Ese espectador que como hijo de su tiempo busca las experiencias que le puede proporcionar el buen teatro actual. Un teatro y un público que reconocen un pasado, que tienen un presente y que no se niegan un futuro.