La intuición (cuando se nos aparece el lobo)
Caminaba por la calle con mis hijas, en ese tira y afloja en que los niños quieren sacarles a los padres unos cuantos metros de distancia hacia adelante. El juego de ir solos, pero con un ojo vigilante.
De pronto un auto se detiene cerca nuestro y un hombre nos saluda. No pronuncia cualquier "hola". Tiene esa entonación baja y de prolongación sostenida; un "hoooolaaa" que emula al animal baboso y jadeante, pronto a devorar a su presa.
De un salto las niñas se pegan a mí lado y comienzan a caminar con prisa, en silencio. No tenían palabras para definir lo que les pasó. Reconozco que yo misma tampoco las tenía. ¿Cómo se les advierte a los niños la sexualidad cuando no es evidente? Más que mal, el tipo dijo simplemente "hola". ¿Cómo se explica lo que ocurre en los intersticios de las cosas?
Tarde poco usual, porque nos cruzamos con un segundo hombre que nos saludó. "Buenas tardes señoritas" nos dice, inclinando levemente la cabeza. Esta vez respondimos el saludo.
Nada les resultó obvio a las niñas, quienes quedaron con un resto incómodo que les faltaba por entender. Algo les cayó encima, sin poder decodificarlo del todo: la mirada del lobo.
Una de ellas preguntó: ¿Por qué se sintió distinto el primer saludo del segundo?
La sexualidad suele partir mal, a destiempo. Antes de comprenderse sexuado en la niñez, se ve, se escucha, se siente algo que desconcierta. La sexualidad se nos aparece. Por eso cada vez la educación sexual se implementa más temprano. Nuestros niños ya no andan con eufemismos para nombrar los genitales, al pene pene, a la vagina vagina. Saben que no deben recibir caramelos de extraños, y que nadie puede tocar sus partes íntimas. Tampoco se ven a obligados, como nosotros, a esa actitud zalamera de saludar por obligación a los adultos de beso y llamarles "tíos" a quienes no lo son. ¿Pero cómo se educa aquello que de lo sexual no es evidente?
La enseñanza política les ha transmitido que no se debe discriminar. Cómo decirles que una cosa es no excluir a quienes lo han sido históricamente, pero otra, es la necesidad de discriminar, a quienes, en una ventaja de poder frente a ellos, pueden dañarlos.
Hoy los niños saben cómo nos reproducimos, pero otra cosa es sentir el peso de lo sexual encima. Confuso especialmente cuando no se trata de penes y vaginas explícitas. Sino que de la tensión sexual que se cuela entre líneas. Y que cruzada con una relación de poder, termina siendo a los menos perturbador. Por cierto, la perversión suele darse así, sutilmente, antes que en un salto evidente.
Yo también había olvidado el valor de la intuición, con tanta fe en la racionalización. La menospreciada "tincada" es un saber sobre el deseo humano, que nos puede salvar de lobos y otras bestias.
Este artículo se publicó originalmente en hoyxhoy.cl