La gripe de la hipocondría
El coronavirus ha desatado el caos propio de películas apocalípticas.
Ver para creer. De nada sirve escucharlo hasta que no lo vives. “Se agota el papel higiénico en los supermercados”, “las colas son interminables”, “las estanterías están vacías”. Este lunes por la noche, justo después de que la Comunidad de Madrid decretara la suspensión de toda la actividad educativa durante 15 días, las redes alertaban del caos que hasta ahora sólo se había visto en películas apocalípticas. Algunos hasta pensaban que era un chiste o un bulo difundido por @CoronaVid19. Este martes, al salir a la calle, se ha podido comprobar que de broma tiene poco.
Los únicos dos grupos que estaban en la calle en el barrio madrileño de Palos de la Frontera hablaban del coronavirus con una caña en la mano. Valientes. El resto del mundo que habita Madrid, o al menos este barrio, se divide en dos sitios: su casa o el supermercado.
Los comercios están cerrados. Zapaterías, tiendas de discos y hasta algunos quioscos de prensa... Pasear por la calle es raro, provoca una sensación extraña de respeto y calma al mismo tiempo. Pero la calma se acaba cuando llegas al supermercado, aunque sólo quieras una barra de pan.
Desde fuera ya se escucha el jaleo y el caos, y entrar es una auténtica locura, sin exageraciones. No quedan carritos y, si pillas uno, es imposible hacer uso de él sin atropellar a alguien. Por primera vez los reponedores de este supermercado, que están justo enfrente de las neveras, están sudando la gota gorda. Literalmente. Nunca han tenido ese ritmo de trabajo o nunca se ha percibido así.
Coger una naranja, una única naranja, es misión imposible. Y los trabajadores se quejan. “Mira la que han liado. Todo el tiempo diciéndonos que no nos preocupemos, que es una gripe normal, y ahora cierran los colegios y la gente se vuelve loca. Es para denunciarlos”, dice uno de ellos en la frutería. Cuando se entera de que los comercios de alrededor están cerrados, desea que también cierren el súper. No puede casi coger las bolsas de los clientes y pesar la fruta porque las colas para pasar por caja invaden su espacio vital. No consigue moverse con normalidad. El estrés que tiene encima, dice, es insufrible.
Imaginemos lo que es hacer una compra semanal para una familia de cinco personas. En los carros, este martes, había artículos de primera necesidad y otros no tanto para que una familia numerosa aguante como poco dos semanas de encierro en casa. Algunos ya no saben ni cómo calcular cuánto comprar y cogen las cosas por cogerlas, a ojo. Como si se prepararan para dar un banquete de Nochevieja.
Un chaval de la cola cuando ve que se le acerca un señor con una caja de cervezas despierta del letargo en el que está metido por llevar tanto tiempo esperando para pagar. “Mañana tendré que volver a comprar una de esas para aguantar esto”, dice, con miedo de ir a por ellas en el momento y perder su sitio. Lleva ahí veinte minutos a pesar de que, de forma inaudita, todas las cajas están operativas.
Y llega el gran momento, cuando por fin le atiende la cajera, que está hablando con una señora mayor que tiene miedo de contagiarse porque “con ese virus” se va “pa’ lante”. “Si es que aquí viene a comprar la gente que está sana de momento, pero pueden ser portadores y contagiarnos igualmente”, le explica preocupada. Igual, a ese ritmo, a la cajera no le darán los brazos para aguantar toda la jornada.
Ni los bancos se libran. Al salir y pasar por el cajero, la gente que hace cola para utilizarlo se queja de que no queda dinero en la máquina y hay que buscar otra sucursal cercana. “Esto no parece un país del primer mundo”, se lamentan. ¿Se acuerdan de Herminia en Cuéntame cómo pasó cuando compraba comida no perecedera por si volvía la guerra? Pues hoy todos tienen un miedo muy similar. El coronavirus es también la gripe de la hipocondría.