La #FuriaTrans y los silencios
Que las personas trans (mujeres) fuimos la llama que prendió los disturbios de Stonewall ya lo sabemos. A pesar de que el relato épico en voz del gaycentrismo haya querido reescribir la historia, blanqueándola, desracializándola, desclasificándola y haciendo un borrado trans.
En España, las manifestaciones en el post franquismo por la libertad sexual y la derogación de las leyes que penalizaban las disidencias sexuales, estuvieron encabezadas por mujeres trans y personas de género diversas como escudo de contención y como expresión del verbo que encarnaba la subversión de normas sociales, morales y de expresión de género binaria y normativa.
La visibilidad es intrínseca a las identidades trans, no existe armario una vez se decide transitar al sexo sentido. Ser conlleva a una exposición involuntaria, una confrontación a la cultura del sexismo y el más rancio machismo, un desafío a las buenas costumbres. Como consecuencia, fueron las mujeres trans las que soportaron la violencia de un régimen inmisericorde, sin piedad, recibiendo los peores tratos de la dictadura. Encarceladas, vejadas, despojadas de su vestimenta y dignidad, golpeadas y en muchos casos violadas. Incluso, ya en democracia, la ley de escándalo público se cebó contra ellas, siendo la coartada legal para seguir persiguiendo y deteniendo a las mujeres trans.
Más que la orientación, lo que los regímenes totalitarios no soportan es la ruptura, la subversión y el cuestionar una identidad sexual y expresión de género binaria, sexista y cispatriarcal, pilares donde se sustenta la opresión y el control de la sexualidad y de los cuerpos como sujetos políticos.
Fueron los cuerpos desnudos de las mujeres trans, que se exhibían en publicaciones post franquistas, el anuncio de la libertad sexual, la celebración del sexo, la carne, la sensualidad y el despertar de la lívido, dejando atrás un sistema inquisitorial, castrante y de represión sexual: esos cuerpos fueron un arma política para desmontar una moral mojigata, se rieron desde la resiliencia, resistencia y disidencia del fascismo y su aliado el nacionalcatolicismo.
A pesar de sus raíces heroicas y su participación activa en la revolución sexual, cultural y socio política, fueron las más nadie de los nadie, las demonizadas para justificar el castigo del estigma, enviadas a los márgenes por los poderes fácticos que necesitan la perpetuación de valores en los que se sustenta la opresión patriarcal y cisnormativa. Ellas abrieron las grandes avenidas por donde hoy circulan en libertad los “orgullos” gais.
29 años han pasado desde que la Asamblea General de la Organización Mundial de la Salud decidiera excluir del grupo de enfermedades mentales la homosexualidad. Sin embargo aún a día de hoy las identidades trans tienen la consideración de una patología, siendo la excusa perfecta para la vulneración sistemática de los derechos más básicos y humanos: acceso al mercado laboral, una vivienda, el reconocimiento jurídico de la identidad sexual y el de un nombre, desarraigo familiar y exclusión de los currículum educativos. Es un auténtico apartheid al que se somete a las personas trans.
Pero es hora de reparar, es tiempo para transformar, de empoderamiento y de la #FuriaTrans. Una furia que habla de ganarle el juego al miedo, al miedo con el que crecimos. Hemos de reconocernos en nuestra gran heterogeneidad y diversidad y desde ahí construir una unidad que sea catalizadora de nuestra fuerza para juntas golpear y derrumbar los muros del cispatriarcado y sus sutiles herramientas políticas y sociales que con sus silencios son cómplices de esta anacrónica situación de desigualdad social.
Hemos de transformar la política, ocupar espacios culturales, sociopolíticos e institucionales, estar en las agendas, programas y planes de igualdad y en los discursos de las y los políticos, que entiendan y asuman que hablar de las personas trans es diversidad, que reparar la desigualdad es hacer una sociedad más decente, honesta y plural, que hablar de personas trans suma y no resta.
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